Alicia Álamo Bartolomé: De lo sagrado y lo bello

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Según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), el adverbio sagrado, en su primera acepción, significa digno de veneración por su carácter divino o por estar relacionado con la divinidad. Esto es lo que nosotros entendemos y extendemos a todo lo religioso, lo que tenga que ver con el culto a Dios. Sitio sagrado es una iglesia, un altar y llamamos personas sagradas o consagradas aquellas que, por vocación especial, se dedican al culto de Dios, la enseñanza y predicación del Evangelio, tales como sacerdotes y religiosos.

La belleza, que es esa sensación de gozo y plenitud que experimentan los sentidos ante una obra de la naturaleza como del arte humano, también tiene algo de sagrado. Nos quedamos estáticos frente a la hermosura encendida de un crepúsculo o el mármol hecho carne del David de Miguel Ángel. Si el Salto Ángel nos sobrecoge, igual sentimiento nos produce la belleza ascendente en piedra de la Catedral de Colonia. Lo bello y lo sagrado se confunden en un palpitar de emociones.

Tendemos a oponer lo sagrado con lo erótico y nos equivocamos. El acto matrimonial es un sacramento, si no se consume y hay motivos suficientes, el sacramento puede ser anulado por el Papa. Entonces, el momento de la unión corporal de una pareja humana unida en matrimonio, es un momento sagrado. Como el nacimiento de un niño, como su bautizo cuando recibe al Espíritu Santo.

Luego, en nuestra vida hay muchos momentos sagrados relacionados con la fe y la religión. Cuando nos dan la absolución en el confesionario, es la plenitud del sacramento de la penitencia que nos devuelve la semejanza con Dios. Hay quienes no aprecian mucho este sacramento, fuente de abundante gracia. Todos los sacramentos lo son. Si fuésemos más despiertos, acudiríamos con frecuencia a los que admiten esta frecuencia, como la confesión y la comunión, que son los de la vida diaria. Porque los que imprimen carácter, tales el bautismo, la confirmación y el orden, sólo se pueden recibir una vez en la vida; el matrimonio se puede recibir más de una vez, si ha muerto uno de los cónyuges; y la extremaunción admite repetición también.

Pero hablemos de esa presencia de lo sagrado en lo simplemente bello, sin implicaciones religiosas aparentes, porque a lo mejor en el fondo las hay. Para un aficionado al algún arte, un momento sagrado es cuando se encuentra gozando de una excelsa representación de ese arte, como puede ser una ópera, un ballet, un concierto instrumental, un cuadro, una escultura, un recital poético…, ¡tantas manifestaciones de belleza en todas las artes que arrebatan el corazón! ¡Tantos momentos sagrados!

Últimamente he experimentado uno particular, muy mío, tal vez muy pequeño, muy sorprendente para muchos por su intrascendencia. Afortunadamente, lo puedo gozar mucho porque me viene a través de la computadora: es cuando oigo al gran tenor peruano Juan Diego Flórez interpretar la canción del mexicano Tomás Méndez “Cucurrucucú Paloma”. Me transporta a un mundo de inefable goce auditivo. El oído nos puede proporcionar muchos momentos sagrados.

Dios nos dotó de cinco sentidos para satisfacernos en cuerpo y alma.

 

 

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