Medida de la interacción entre los miembros de una sociedad, en sociología se denomina cohesión social al nivel de consenso en el pueblo en cuanto a la percepción de formar parte de un proyecto común. Y es que una nación no es un gentío encima de un territorio, sino un pueblo que en su diversidad, se siente unido en lo que comparte. La democracia que es el sistema político que organiza la libertad al reconocer el pluralismo, necesita un mínimo de cohesión social para funcionar y producir resultados. Las polarizaciones, las crispaciones y la emergencia de populismos de diverso pelaje, fenómenos perniciosos que vienen proliferando, tienen que ver, entre otras cosas, con el deterioro de los valores comunes y la crisis de la deliberación.
La igualdad, promesa bautismal de la democracia liberal y piedra angular de la dignidad humana consustancial a la civilización occidental de raíz judeocristiana, no sólo es un valor superior del Estado constitucionalmente pautado, sino un objetivo político-social ineludible y un desafío permanente. Su permanencia radica en que nunca podemos decir que la hemos alcanzado, porque sus reclamos van moviéndose y exigiendo más, como sucede con el ideal de Bien Común al cual está tan unido.
Igualdad, claro, no es el rasero por debajo, esencialmente hipócrita porque presupone el privilegio obsceno de un puñito. En 1845 el gran Fermín Toro hablaba de un derecho necesario a la igualdad que se tiene por ser persona, relativo a las condiciones para mantener cada uno su dignidad moral y su existencia física. Y uno condicional que se adquiere por capacidad.
El obstáculo multiforme en el camino a la igualdad, serán las desigualdades. La desigualdad económica con sus implicaciones sociales es indiscutible y no sólo reconocida por los marxistas, para quienes es la principal, cuando no la única, y allí la clave de su incomprensión de la multidimensionalidad de las personas. Desigualdades por causa de la raza, el sexo, la edad, la discapacidad, la orientación sexual. Desigualdades que desfavorecen a las regiones y pueblos con relación a la capital, a los pueblos indígenas. Además, esa que ya han podido sentir millones de compatriotas regados por el planeta, que es la que padece el extranjero.
Más acá de todo ese panorama de injusticias que nos interpelan como parte de la humanidad, el presente venezolano va incubando desigualdades cuya incidencia en el futuro democrático y próspero del país no puede sernos indiferente.
El Banco Mundial estima en pobreza extrema a las personas que dispongan de menos de 2.15 dólares al día. Con el recientemente anunciado aumento del salario mínimo, en Venezuela sería poco más de tres dólares. No es extraño que para Encovi, el año pasado, más de la mitad de nuestros compatriotas sobrevivan en pobreza extrema y más del ochenta por ciento en pobreza de ingresos. Con esos fenómenos, relaciona en BM, la inseguridad alimentaria y la precariedad del empleo.
La desigualdad radical entre los que hurgan en la basura de los restaurantes y los que llegan a comer allí en carros que cuestan decenas de miles de salarios mínimos, es un escándalo, pero es solo la superficie de problemas profundos que nos pueden en hacer mañana muchísimo más daño que hoy.
La educación pública tiene una crisis larga. Las universidades son apenas la cúspide empobrecida de un sistema en ruinas. Escasean los docentes por los sueldos de hambre. Los niños y jóvenes de básica y media reciben muy pocas horas de clase a la semana y los que no han desertado salen de bachilleres sin recibir la preparación mínima adecuada. La Escuela de Educación de la UCAB, como antes lo ha hecho Fe y Alegría, lanzan alarmas y proponen alternativas.
Pero hay más, a esa escuela asisten niños mal alimentados que nunca rendirán lo mismo y que se enferman más. Ellos, como sus padres, sólo pueden acudir a una salud pública en ruinas, área en la que hemos retrocedido al punto que los problemas de antes que no eran pocos, parecen cuento de hadas.
A esos niños y jóvenes desnutridos, sin atención médica adecuada que van a escuelas destartaladas a recibir una educación muy inferior, los estamos condenando a la desventaja creciente hija de la desigualdad. Pero no nos equivoquemos. Esa condena es también para todos nosotros, porque amenaza la elemental cohesión social que requiere el futuro libre y próspero de todos, sin exclusiones, sin discriminaciones, sin divisiones.