Recientemente el presidente Nayib Bukele, en contra de lo previsto en la Constitución de El Salvador, se presentó nuevamente como candidato y obtuvo una victoria electoral aplastante contra sus oponentes. Es un paso hacia una dictadura porque con artimañas y manipulaciones, con la venia de tribunales venales, violó la constitución. ¿Qué dicen sus entusiastas admiradores? Pues que el pueblo lo quiere y, por tanto, es correcto ignorar esas “limitaciones” constitucionales. Lo importante, dicen, es que se siga combatiendo a la criminalidad con “mano dura”. Eso básicamente es un estado de excepción, es decir, se elimina o suspende la institucionalidad democrática por motivo de una amenaza, real o supuesta, contra el Estado y, de allí en adelante, todo se vale, hasta violar los derechos humanos y desconocer los derechos fundamentales.
¿Qué decía Norberto Ceresole?, ese oscuro personaje al que se le atribuye cierta influencia ideológica sobre Hugo Chávez, pues que el apoyo electoral al líder debía dar pie a la eliminación de todo mecanismo de intermediación entre este y el pueblo, líder y masas… nada más. Pues bien, en la Venezuela de 1999, tras el triunfo de Chávez, este pidió, contrariando la letra de la Constitución de 1961, que se llamara a un referéndum para preguntar a los venezolanos su deseo de cambiar la Constitución por medio de una constituyente (vale decir que ni el referéndum, ni la constituyente eran mecanismos previstos en la Constitución del 61 para su reforma). La extinta Corte Suprema de Justicia autorizó la violación de la Constitución para complacer al amadísimo líder, a quién en ese momento gozaba de mucha popularidad y que bueno “si la gente lo respalda, no importa mucho detenerse ante esa legalidad burguesa”.
Aunque cueste asimilarlo, tanto El Salvador como Venezuela, comparten en su experiencia, visto lo visto, la persistencia de un pobre sentido de la democracia. La democracia no es solo la elección de autoridades y representantes por medio del voto, también supone, de forma interdependiente, el respeto al Estado de Derecho, a la separación de poderes y el respeto a los derechos humanos. Cuando vamos a unas elecciones no votamos por la coronación de un monarca absoluto, votamos por un presidente o presidenta cuyo rol, atribuciones y responsabilidades están delimitadas en la constitución y las leyes. Si eso no lo comprendemos, corremos el riesgo y finalmente caemos en la deriva autoritaria.
¿Qué ocurrirá mañana en El Salvador? Pues quizá la parte II, el remake, de lo sucedido en Venezuela. Un presidente popular destruirá toda la institucionalidad democrática, convertirá al Estado en su hacienda personal y, cuando ya no guste, cuando los ciudadanos lleguen al hartazgo (cosa que eventualmente ocurrirá), vendrá la represión para seguir mandando a falta de votos. Las consecuencias se medirán en pobreza, en muerte, en miedo, en presos, exiliados y torturados. En El Salvador está apenas comenzando lo que en Venezuela lleva 25 años.
Lo más triste es que muchos venezolanos, hoy día, aplauden a Bukele. Es tan admirado como lo sigue siendo aquí Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez porque seguimos fantaseando con los hombres fuertes, con los que no les tiemblan las manos cuando de reprimir se trata, porque sentimos que un “Leviatán” es lo único que puede gobernar un país atrasado como el nuestro.
Los demócratas estamos en minoría y eso no es nuevo. En la calle sigue manifestándose la bestialidad, el anacronismo, la burda idiotez de decir “es que los criminales no deben tener derechos humanos porque los pierden en el momento en que violaron el derecho de los demás” sin advertir que quién califica, en un contexto autocrático, quién es o no criminal, es el autócrata. Hoy el autócrata dice que criminal es el pandillero, mañana criminal podrá ser el estudiante, el periodista, el sindicalista, el empresario, los indígenas, los gays, los religiosos, los opositores, los opinadores, cualquiera que no le guste y, sin Constitución, sin separación de poderes y sin control político, nadie le puede llevar la contraria. Toca educar mucho porque, además de tener grillos en los pies, tenemos muchos grillos en la cabeza.
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