El pasado jueves 8 de febrero 128 millones de pakistaníes, con su voto, han intentado reactivada la democracia de su país, paralizada desde abril del 2022 tras el golpe constitucional contra el Primer Ministro Imran Khan, hoy condenado a14 años de prisión y a la espera de 100 procesos judiciales más, por lo que tuvo vedada la posibilidad de aspirar a cualquier cargo público. Desde entonces, y como durante la mayor parte de los 77 años de existencia de la República Islámica de Pakistán, el poder real del país volvió a manos del ejército, que nunca ha permitido que ningún gobierno civil termine su mandato.
Tras el derrocamiento de Khan, la misma asamblea nominó a Anwar ul Haq Kakar, un oscuro parlamentario de Baluchistán, como jefe del Gobierno interino encargado de preparar al país para las elecciones.
La misma suerte de Khan han corrido su mujer y una gran cantidad de funcionarios de su gobierno y de su partido Pakistan Tehreek-e-Insaf (PTI o Movimiento por la Justicia de Pakistán) (Ver: Pakistán: La última puntada contra Khan.).
De esta manera, sumado a la persecución de sus militantes que incluyó una larga gama de ejemplos que han ido desde asesinatos, detenciones arbitrarias, prohibición de mítines y publicidad, a lo que se suma la quita del símbolo del partido -un bate de criquet- elemento nada menor si se tiene en cuenta que el 40 por ciento de los 240 millones de pakistaníes son analfabetos, por lo que los distintivos de los partidos funcionaban como santo y seña para los electores.
Más allá del esfuerzo, el establishment logró su cometido solo parcialmente. A pesar de que el PTI no pudo presentarse formalmente, sí lo hicieron muchos de sus candidatos, apareciendo como “independientes” en distintas zonas de país. Y a pesar de los escasos medios con que contaron realizaron fuertes campañas en redes sociales y pantallas de video en medio de las plazas públicas con discursos de Khan en la cárcel, han logrado excelentes resultados. A tal punto que esta sería la razón por lo que todavía no se pueden conocerse los resultados casi un día después de cerradas las mesas de votación.
Una acción que fue acompañada por el cierre del servicio de internet y telefonía móvil en gran parte del país durante prácticamente todo el día jueves.
Para el electorado pakistaní solo ha quedado un “más de lo mismo”, teniendo en cuenta que han vuelto los viejos fantasmas de siempre y de ellos quien ya se ha proclamado ganador del comicio, nada menos que la Liga Musulmana de Pakistán-Nawaz (PML-N) del ya tres veces Primer Ministro y las tres veces derrocado por el ejército Nawaz Sharif.
Nawaz ha llegado a esta instancia después de un exilio de cuatro años en Inglaterra, ya que en su país tenía varios procesos por acusaciones de corrupción. Finalmente, tras acordar con la cúpula militar, retornó en octubre último logrando que se le limpiasen sus causas y poniéndose en carrera para un cuarto mandato. La maniobra tiene tanta envergadura que ha dejado claro que más allá del descarado apoyo de los militares estos le han asegurado, y se han asegurado, la victoria electoral.
El matrimonio entre Sharif y los militares tampoco es un contrato de por vida, ya que el posible primer ministro ha traicionado en varias oportunidades a los uniformados, por lo que cada vez que llegó al Gobierno finalmente fue eyectado por asonadas militares, naturalmente siempre bendecidas desde Washington, ya que aparte del breve interregno de los cuatro años del Gobierno de Khan (2018-2022) la embajada estadounidense es un poder fundamental dentro de la nación islámica.
Otro de los que han pujado en las elecciones, con expectativas ciertas, ha sido otro miembro de la dinastía Bhutto, del Partido Popular de Pakistán (PPP), Bilawal Bhutto-Zardari, hijo del expresidente Asif Ali Zardari y de la dos veces ex primera ministra Benazir Bhutto, asesinada durante la campaña electoral de diciembre de 2007. Un sino trágico de la familia, abierto por el padre de Benazir, Zulfikar Ali Bhutto, presidente del país entre 1971 y 1973 y Primer Ministro desde 1933 hasta que fue derrocado en 1977 y tras dos años de prisión fue ahorcado en 1979.
En la carrera por alcanzar la mayoría de los 266 escaños de la Asamblea Nacional se necesitan 134 para asegurarse la mayoría, aunque también se puede formar coalición para alcanzar ese número, de donde emergerán las autoridades que gobernarán el país los próximos cinco años. También se eligen las legislaturas de las cuatro provincias del país (Baluchistán, Khyber Pakhtunkhwa (KP), Punyab, y Gilgit-Baltistan)
El terror también elige
Más allá de quien se imponga, el ganador se enfrentará a un panorama excesivamente complejo en el marco de una gigantesca deuda externa, con una inflación incontrolable, además de que Pakistán está sufriendo las consecuencias del cambio climático con sequias, inundaciones y olas de calor cercanas a los 50 grados.
Como si todo eso fuera poco, tres de sus cuatro fronteras internacionales se encuentran amenazas por conflictos latentes que se podrían disparar de un momento a otro. Al norte Afganistán, con el que comparte unos 2.500 kilómetros que son utilizados por el grupo Tehrik-i Taliban Pakistan, (TTP) por donde sus combatientes ingresan para realizar ataques de manera constante, lo que ya ha provocado varios enfrentamientos, por hora solo diplomáticos, con los mullahs de Kabul, que niegan estar dando apoyo a los muyahidines del TTP.
Al sur los 2.240 kilómetros con India, con quien Islamabad ha mantenido una compleja relación que incluye tres guerras y miles de incidentes fronterizos desde la partición de 1947, por la cuestión de Cachemira. Además los casi 1.000 kilómetros que comparte con Irán, al oeste, se han complicado en los últimos años por las operaciones de los grupos independentistas de Baluchistán, que operan a los dos lados de la frontera. Mientras, los 500 kilómetros con China, al este, si bien son los más apacibles esto podría cambiar si el nuevo Gobierno accediera a las presiones de los Estados Unidos de alentar algún tipo de agitación contra Pekín.
En este contexto, la violencia interna que durante 2023 causó más de 1.000 muertos en todo el país, fundamentalmente por acciones del TTP, es lo más acuciante.
Hay una media docena de grupos que operan de manera irrelevante, aunque, como en tantas oportunidades, podrían convertirse en brazo ejecutor de algún enemigo político del nuevo Gobierno, que no es el caso del Dáesh Khorasan, una de las más importantes khatibas que operan de manera indistinta en India, Irán y Pakistán y que se acaba de adjudicar los tres ataques explosivos el día anterior a los comicios.
Los primeros dos en el suroeste de Baluchistán, y el otro en Karachi, la ciudad más poblada del país, capital de la provincia de Sindh, que dejaron en total cerca de 50 muertos.
Además, durante la jornada en que se desarrollaba el acto eleccionario, a pesar de que el ejército había dispuesto 130.000 hombres para su custodia, se han denunciado más de 50 ataques terroristas que dejaron una docena de muertos y 40 heridos. Diez de los muertos eran miembros de las fuerzas de seguridad. Las acciones se realizaron principalmente en las provincias de Khyber Pakhtunkhwa (KP) y Baluchistán, casualmente las dos fronterizas con Afganistán. Según el Ejército, neutralizaron docenas de “amenazas potenciales” y en diferentes operaciones habían asesinado a cinco terroristas.
Mientras todas las fuentes indican que se estarían imponiendo los candidatos independientes que pudiendo eludir las trabas consiguieron postularse para representar finalmente al Pakistan Tehreek-e-Insaf de Imran de Khan, los viejos fantasmas de siempre sobrevuelan Pakistán.
Escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.