Aquí hemos enterrado el dinero del país, dice Díaz-Canel en Ciego de Ávila
Entorna los ojos, da un brinquito y se lleva las manos al pecho. No está en medio de un ritual místico sino frente a las cámaras de la televisión que reportan la visita de Miguel Díaz-Canel a Cauto Cristo, en la provincia de Granma. “Era como si hubiera visto al dios Fidel”, “me erizo”, exclama la señora en pleno trance. Le sigue otra que asegura que la llegada del primer secretario del Partido Comunita de Cuba es “un regalo” divino y “una bendición” para un municipio olvidado por los funcionarios y los medios nacionales.
En las imágenes, el gobernante cubano se apresura a estrechar manos, siempre rodeado de un estricto círculo de seguridad, a abrazar niños y hacer notar que está a pie de calle en un momento en que su popularidad se mide en números muy negativos, aunque sin encuestas confiables que le pongan cifra a la desaprobación. Hasta allí se ha ido Díaz-Canel, a convencer a los pobres pobladores que con “con la participación popular” se pueden buscar las soluciones que tanto urgen a los cubanos, se le ve decir en un video.
¡Díaz-Canel, te adoramos, hijo, te adoramos!, grita una entusiasta al paso de la comitiva para completar el misticismo del momento. Cada cuadro parece calculado, un retablo preparado para la veneración, nunca para la crítica. No pueden verse las costuras: cada testimonio, locación o declaración debe rezumar devoción y fe ciega. No hay espacio para las dudas porque se ha pasado de la idolatría calculada desde arriba a la comparsa del fanatismo más burdo. No se trata de aparentar siquiera que es real, solo de representarla aunque la actuación quede absolutamente esperpéntica.
Cuando el polvo de los neumáticos de la caravana oficial sea solo un recuerdo, las miserias cotidianas seguirán marcando el día a día en Cauto Cristo. La señora “erizada” se quejará con tono agrio de que el arroz no llegó a tiempo al mercado racionado, la otra fervorosa seguidora dirá que eso pasa porque “el presidente no está enterado” y la joven que hilvana palabras con la velocidad de una ametralladora ya estará gestionando su salida del país a través de algún conocido en Miami.
Metido en el traje de supuesto redentor, solo le esperan a Díaz-Canel los clavos del reclamo popular. En unos pocos días no habrá ojos entornados ni manos llevadas al corazón en Cauto Cristo. En lugar de alabanzas, se escucharán insultos y burlas en las calles del poblado granmense, se oirá especialmente ese duro calificativo con el que el mandatario, al que nadie eligió en las urnas, pasará a la historia de esta Isla, pero que ningún medio oficial se atreve a recoger. Cuando pronuncien las seis letras de ese duro calificativo, no lo harán en tono de exaltación sino de asco… casi seguro.