Hay que hacer caso a Trump. Los socios de la OTAN deben aumentar los gastos de defensa. No por las perversas razones que exhibe el expresidente, sino por las altas probabilidades de que sea él quien venza en las elecciones y, a diferencia de su primer mandato presidencial, esta vez ponga en práctica todas sus extravagantes y peligrosas concepciones de los acuerdos y compromisos internacionales, al estilo de los que establecen las bandas mafiosas con quienes extorsionan y a la vez protegen.
Trump considera que los países que gastan en defensa menos del 2% de su presupuesto están en falta con Washington. Esa directriz de la OTAN sobre gasto militar, meramente indicativa, ha generado, según el expresidente, una deuda con Estados Unidos. En consecuencia, los socios incumplidores, calificados de delincuentes, no merecen la solidaridad estadounidense derivada del artículo cinco del Tratado Atlántico sobre la mutua defensa, que el expresidente interpreta a su conveniencia y sin carácter vinculante, exactamente tal como le conviene a Putin.
Ya podemos empezar a prepararnos todos, empezando por Ucrania. Sin armas ni munición y sobre todo sin la solidaridad de Estados Unidos, la guerra se le pone a Kiev muy cuesta arriba, por más que los europeos se esfuercen como han hecho hasta ahora e incluso sigan aumentando el gasto en defensa. Putin no tardará en poner a prueba la fortaleza del compromiso de defensa mutua entre los socios de la OTAN con un ataque o una provocación a alguno de los países vecinos. Trump ha dejado bien claro que será él mismo quien llamará a las tropas rusas para que actúen como los matones mafiosos contra quienes incumplen los acuerdos, los célebres deals, especialidad de la casa trumpista.
Estas lamentables ideas eran bien conocidas desde hace años, antes incluso de que Trump aspirara a la presidencia. La novedad está en su aplicación: en una segunda presidencia no estará vigilado por los adultos que le rodearon entre 2017 y 2021, moderaron sus disparates e incluso imaginaron que la Casa Blanca podría cambiarle. Si gana, le rodearán los mayores halcones trumpistas imaginables, con un programa todavía más radical y nulas probabilidades de que el poder le modere, visto que ha sucedido exactamente lo contrario anteriormente.
Nada favorece tanto a Putin como la erosión de la credibilidad defensiva de la OTAN y de la confianza entre los aliados. El lazo transatlántico ya está roto para Trump y los congresistas a sus órdenes que regatean la ayuda a Ucrania. El Kremlin ha contado como un agente a su servicio en la Casa Blanca durante los cuatro años de presidencia trumpista, pero ahora dispone del entero partido de Eisenhower y Reagan, con contadas y cada vez más marginales excepciones. Si Trump regresa a la presidencia, Putin tendrá por fin a su alcance la revancha de aquella derrota de Rusia en la guerra fría que calificó como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.