Los Ensayos de Montaigne expresan la elocuencia de un maestro con quien la Humanidad se ha comunicado a lo largo de los siglos. Montaigne escribe y, al hacerlo, transmite credos descubiertos durante su vida, una vida amplia en conocimientos y aprendizajes; pero, además, extensa en una sabiduría descubierta en las voces de muchísimas otros. Montaigne descubre en sí mismo y en lecturas ajenas, verdades que desea comunicar. Verdades como, por ejemplo, el absoluto valor de la autenticidad; o la necesidad de vivir siempre en el presente, sin postergar su verdad a irrecuperables pasados o a un desconocido porvenir; o la necesidad de no sujetarse a nada externo a uno mismo ni de actuar bajo el imperativo de halagos ajenos; o la necesaria fuerza de una voluntad de la cual todos dependemos; o la importancia de la tolerancia para alcanzar la armonía social…
A todo largo de sus Ensayos, Montaigne no cesa de formular preguntas a las cuales los hombres hemos tratado siempre de dar respuesta: ¿cómo debemos vivir? ¿Qué es lo realmente importante en la vida? ¿Cuáles son algunas de las principales elecciones que deberemos tomar en nuestra existencia? ¿Qué deberíamos valorar por sobre cualquier otra cosa?… Montaigne responde desde sí mismo, mostrando su manera de entender y de valorar. Como dice en un momento determinado: “Distinguir es el término más universal de mi lógica”.
Los Ensayos de Montaigne nos lo descubren como un maestro en el pleno sentido de la palabra. Sin embargo, afirma no considerarse un maestro. Tampoco se asume como un filósofo en el sentido tradicional del término, ni pretende construir sistema de pensamiento alguno. No: es solo algo mucho más cercano y humano: un testigo, un confidente empeñado en comunicar eso que ha aprendido tanto en vivencias propias como ajenas.
Montaigne nos propone a sus lectores entender. Nos recomienda aceptar la validez del asombro cómo guía de la curiosidad. Nos invita a ordenar la vida eligiendo para ella el sentido que solo nosotros pudiéramos darle. Nos previene en contra de adocenamientos, imposturas y errores; y aconseja siempre el apoyo del buen juicio, del sentido común. Una y otra vez propone una esencial pregunta: ¿cuál es el sentido del conocimiento? ¿Cuál es la utilidad del saber? Para ofrecerse a sí mismo la más válida de las respuestas: el crecimiento individual, el aprendizaje de vivir.
Escribiendo, Montaigne se describe; pensando se piensa, ubicándose al interior de epocales circunstancias se sitúa a sí mismo dentro de límites propios. “Yo soy yo mismo –dice- la materia de mi libro”. Espectador de sí y de su propio acontecer, Montaigne se dibuja en sus voces. No se autobiografía: escribe palabras que lo encarnan. Es como si la escritura lo ayudara a entenderse. Es como si su voz lo sostuviese y, a la vez, le permitiese crearse a sí mismo. Ya el título de su obra, “Ensayos”, alude a prueba, a tiento, a interminable aprendizaje. Ensayar -la vida, la escritura- como una forma de vivir, como una manera de aprender, de entender. Con sus escritos, Montaigne aprende a elegir y aprende a rechazar. Escribe y valora. Escribe y actúa. Su acción -su escritura- cumple con una personal voluntad: convertir la propia existencia en una “obra maestra”. Como él mismo dice: vivir bien significa vivir ordenadamente, vivir provechosamente. A la postre, cuanto Montaigne comunica tiene que ver con esa intención: construir una estética de la existencia.
Los Ensayos de Montaigne son más que una categoría literaria. Son una forma de conocimiento. Si algo los relaciona es esa noción, tan cercana a nuestra propia época, de una voluntad humana que toma conciencia de sí misma, pero sabiéndose dependiente de sus circunstancias y de quienes comparten con ella dichas circunstancias. Montaigne aprende de su curiosidad y de la curiosidad de otros. Aprende y nos educa desde sí mismo y de todos aquellos a quienes ha decidido escuchar.