Juan Antonio Sacaluga: Las falsas democracias en el Indo-Pacífico

Compartir

 

En estos dos primeros meses del año se han celebrado elecciones generales (presidenciales y/o legislativas) en tres países del Indo-Pacífico, la zona hacia la que se desplaza el centro de gravedad del equilibrio mundial, según los expertos: Bangladesh, Pakistán e Indonesia. Juntos suman cerca de 700 millones de habitantes, casi un 9% de la población mundial, y reúnen el mayor número de musulmanes del mundo.

El sesgo autoritario allí es tan grande que las citas electores son simples ceremonias de legitimación del poder, más hacia fuera que hacia dentro del país. Igual ocurre en Filipinas, Malasia, Tailandia, etc. Democracias dinásticas, tuteladas o ambas a la vez. Falsas democracias.

Bangladesh: ¿Un Partido-Estado?

En Bangladesh, la Liga Awani ganó en enero tres de cada cuatro escaños del Parlamento, un porcentaje ligeramente inferior al obtenido en las elecciones de 2018, pero sin que ello supusiera merma alguna de su abrumador poder. La primera ministra del país es la jeque Hasina Wajed, hija del padre de la independencia, el jeque Mujibur Rahmanº (1).

La abstención, cifrada en un 60%, explica mejor el resultado electoral. Los principales partidos de la oposición boicotearon las elecciones en protesta por la falta de transparencia del proceso y, sobre todo, por los atentados a las libertades básicas. Algunos de los dirigentes opositores purgan penas de cárcel por motivos injustificables. Las denuncias por detenciones sin juicio y ejecuciones extrajudiciales son frecuentes (2).

Hasina dice mantener la línea progresista de su padre, pero la evolución de su régimen indica lo contrario. La Liga Awami ha mantenido una alternancia de poder con los nacionalistas conservadores. Pero últimamente sus enemigo más temidos han sido los radicales islamistas. En ese combate, Hasina ha contado con el apoyo de la India. El actual gobierno de Narendra Modi era más afín a los nacionalistas, pero el pragmatismo ha impuesto una colaboración estrecha. Las derivas autoritarias en ambos países han favorecido esta convergencia.

Bangladesh: ¿Un Partido-Estado?

En Pakistán, las elecciones han sido aún más polémicas y tormentosas. El Ejército es el auténtico -por no decir único- agente político efectivo (3). Los partidos ejercen el poder desde que los militares se lo cedieron formalmente en 1998. Sólo nominalmente. El dominio castrense sobre las instituciones del Estado sigue inalterado. El golpe de Estado reactivo ha sido por reemplazado por actuaciones preventivas que determinan o condicionan fuertemente el resultado electoral. Se desacredita a quienes se salen o amenazan con salirse del guion militar.

Ha vuelto a pasar este año. El movimiento populista de Isham Khan (un excampeón de cricket, el deporte nacional) era hasta hace sólo dos años el partido de gobierno, tras haber ganado las elecciones de 2018. Pero fue acusado esquinadamente de una serie de delitos, condenado y encarcelado en 2022. Irónicamente, Khan había sido el candidato preferido de los militares, sin cuyo favor difícilmente hubiera conseguido alzarse con la victoria. Creyó que con su popularidad podría orillar a sus antiguos protectores. Craso error. Los militares movieron los hilos de la justicia y el partido de Khan fue impedido de concurrir a las urnas (4).

El jugador de cricket no se rindió. Desde la cárcel denunció el tutelaje militar (que antes había aceptado de mejor o peor gusto) y promovió candidaturas afines a su partido con la etiqueta de “independientes”. El desafío ha sido exitoso pero insuficiente. Los “independientes” lograron un centenar de escaños, que no bastaban para formar una mayoría de gobierno (5). Los dos partidos que se han ido alternando en el poder en las últimas décadas, la Liga Musulmana (comandada por los Hermanos Sharif, conservadores) y el Partido Popular (estructura política de la familia Bhutto, de un confuso y discutible centro izquierda) se apresuraron a ponerse de acuerdo para formar una coalición de gobierno. Entre ambos suman más de 130 diputados (6).

El cinismo de la política pakistaní es más que notable. Los dos partidos que ahora unen sus fuerzas han sido enemigos cerrados con un destino compartido: ambos han sido maltratados por los militares, que han encarcelado y obligado a exilarse a sus dirigentes en varias ocasiones. De hecho, el fundador de la dinastía Bhutto (Zulfikar Alí) fue derrocado tras un golpe militar en 1971, acusado y condenado en 1974 por el supuesto asesinato de un oponente político y finalmente ejecutado en 1979. Su hija Benazir fue dos veces primera ministra, depuesta, exilada y asesinada por un supuesto extremista islámico en 2007, cuando regresaba a su país. Los Sharif potentados empresarios, han tenido un destino menos trágico, pero han vivido entre el favor y la desgracia. La corrupción ha sido el sustento jurídico de sus caídas, con no poco fundamento. Pero ha sido usada como arma arrojadiza cuando convenía a los cuarteles.

Nawaz Sharif ha preferido apartarse ahora de la primera línea y reponer como primer ministro a su hermano Shehbaz, que ocupaba el cargo tras la caída de Khan. El jefe del clan se marchó al exilio en Arabia Saudí y sólo cuando negoció satisfactoriamente la anulación de las penas regresó a Pakistán para controlar el proceso político tras la parcial liquidación de Imran Khan. El pacto poselectoral también tiene premio para la familia Bhutto. Aunque el líder formal del PPP es Bilawal, hijo de Benazir, quien realmente mueve los hilos es su padre viudo, Asif Ali Zardari, que también ha purgado penas por corrupción, de la que hay pocas dudas. Zardari será el nuevo Presidente, un cargo más ceremonial, pero no exento de poder para mantener sus privilegios.

El panorama que se le presenta a las dos dinastías ahora coaligadas es aterrador. Antes de 2026, Pakistán tendrá que pagar 78 mil millones de dólares, como servicio de la deuda externa, una de las más altas del mundo. Eso supone casi una cuarta parte de su PIB (340 mil millones). Las negociaciones con el FMI son a cara de perro, pero el margen de maniobra es casi nulo (7). El deterioro económico ha sido imparable en las últimas décadas. A comienzos de siglo la economía pakistaní era cinco veces menor que la su rival, la India; hoy es una décima parte (8). Ni los militares ni las élites políticas han sido capaces de reconducir las crisis sucesivas. Pakistán es un barco a la deriva, en permanente estado de guerra con la India. Ambos enemigos cuentan con arsenales nucleares, lo que añade un factor enorme de peligrosidad a sus recurrentes disputas.

Pakistán ha sido actor principal en la prolongada guerra de Afganistán, como aliado y rival de Estados Unidos, sucesiva o alternativamente. En Washington nunca sabían si los militares pakistaníes les ayudaban o les boicoteaban. Bin Laden fue liquidado por un comando americano cuando se escondía en Abbottabad, una ciudad en la que viven muchos oficiales, pero la poderosa inteligencia militar siempre negó conocer su paradero. Tras la retirada de Afganistán, las relaciones entre Pakistán y Estados Unidos han perdido peso. En Washington es prioritaria ahora la ‘carta india’. Pero los tradicionales lazos económicos y militares entre Pakistán y China obliga a los norteamericanos a no descuidar a ese socio tan escurridizo como caótico.

Indonesia: Dupla de antiguos rivales

En Indonesia, las cosas no pintan mejor. En las elecciones presidenciales, el vencedor ha sido Prabowo Subianto un militar autoritario que jugó un papel represivo destacado durante la dictadura militar de su suegro, el General Suharto, que dirigió el país en el último tercio del pasado siglo, entre atroces violaciones de los derechos humanos (9).

Si los pactos en Pakistán carecen de cualquier ética política, en Indonesia ocurre tres cuartos de lo mismo. O peor.  Hace cinco años, el actual Presidente, Joko Widowo (conocido como Jokowi), abandono el pálido progresismo del Partido de la Lucha democrática, fundado por Megawati, la hija de Sukarno, y se apuntó a la corriente populista en boga. Con este giro táctico consiguió derrotar a los nacionalistas conservadores de GERINDRA (Movimiento de la Gran Indonesia), que habían acudido a Prabowo como figura de ‘hombre fuerte’ para alzarse con el poder. Widowo, se consolidó en el poder con una política populista de grandes proyectos de infraestructuras, financiados en parte por China, mano dura contra el crimen y el islamismo radical y una ambiguo equilibrio en las relaciones con Washington y Pekín

Cuando se sintió fuerte, Widowo integró a Prabowo en su gobierno nada menos que como Ministro de Defensa. Sukarno se habría removido en su tumba.  Ahí no quedó la cosa. Jokowi quiso formar su propia dinastía, pero su hijo Gibran era aún demasiado joven para heredar su puesto. Incluso tuvo que retorcer la ley (con la complicidad de un juez cuñado suyo) para que fuera candidato… pero no de su partido, del que se apartó definitivamente, sino como segundo de Prabowo (10).

El éxito estaba garantizado. La dupla de antiguos rivales ha ganado con amplitud las presidenciales. Pero en las legislativas el resultado ha sido más discutido. Según los datos provisionales, el exgeneral no contará, con un Parlamento alineado. En todo caso, en un país tan corrompido e institucionalmente frágil, la cohabitación podría ser más fluida de lo esperable (11). El director del programa Asia-Pacífico en la reputada Chathan House londinense anticipa cambios, pero confía en que el pragmatismo de Prabowo limitará sus instintos autoritarios (12).

Este wishful thinking de los analistas occidentales cuando evalúan los regímenes autoritarios con disfraz democrático es muy recurrente y responde a la lógica persistente desde la guerra fría. Al cabo, lo que determina su bendición no es la calidad democrática de los sistemas políticos sino su disposición para defender o actuar conforme a los intereses occidentales. Y en estos tiempos de hoy, estar en el “lado bueno” de la historia equivale, fundamentalmente, a tomar partido por Occidente en la disputa estratégica con China.

Notas:

(1) https://www.cidob.org/biografias_lideres_politicos/asia/bangladesh/hasina_wajed

(2) Bangladesh is now in effect a one-party state. THE ECONOMIST, 8 de enero.

(3) The Military is still pulling the strings in Pakistan’s election. MUNEEB YOUSUF & MOHAMAD USMAN BHATTI. FOREIGN POLICY, 5 de febrero.

(4) Pakistan’s real test begin after elections. AL JAZEERA, 8 de febrero.

(5) The rise and fall, and rise again of Imran Khan. THE NEW YORK TIMES, 11 de febrero.

(6) Imran Khan’s opponents reach deal to shut his allies out of government. THE NEW YORK TIMES, 14 de febrero.

(7) Pakistan can’t stop the cycle of discontent. HUSAIN HAQQANI. FOREIGN AFFAIRS, 16 de febrero.

(8) Pakistan is out of friends and out of money. THE ECONOMIST, 14 de febrero.

(9) Indonesia’s election winner has a dark past and a cute image. JOSEPH RACHMAN. FOREIGN POLICY, 14 de febrero.

(10 ) Indonesia’s election reveals its democratic challenges. THOMAS PEPINSKY. BROOKINGS, 12 de enero.

(11 ) La démocratie indonésienne résistera-t-elle à la presidence de Prabowo Subianto? COURRIER INTERNATIONAL, 16 de febrero; The world’s third-biggest democracy could be sliding backwards. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 14 de febrero.

(12) https://www.chathamhouse.org/2024/02/continuity-prabowo-means-change-indonesia ;

Indonesia’s democracy is stronger that a strongman. BEN BLAND. FOREIGN AFFAIRS, 13 de febrero.

 

Traducción »