Agrupémonos todos en la lucha final… La Internacional (Eugéne Pottier).
Los himnos son cánticos mágicos, una música heroica y unas cuantas estrofas alegóricas a un tiempo pasado donde todo fue mejor o a un tiempo futuro en donde todo será mejor. No hay estrofas que celebren: Qué bien que la estamos pasando/no podía irnos mejor, va en contra del canon, pasarla bien no tiene nada de heroico, es aburrido. Las canciones patrias suelen ser solemnes, dramáticas y mentirosas.
Por eso los himnos se entonan con los ojitos entornados de quien levita, o cerrados como quien hace el amor la primera vez, o cabríos de mirada guerrera amenazante como los que han perdido mil batallas, o con lagrimones incontenibles como la escuela cursi-maradónica, o enajenados como fanáticos envueltos en su bandera degollando humanos. Nadie afina su melodía patria con la manos metidas en el bolsillo, o mascando displicente un cerillo. ¡No señor!
(Solo a Hendrix se le ocurrió despacharse el Star-Spangled Banner de los gringos con su Fender Stratocaster, porque era un semidios temerario que rasgaba la guitarra con los dientes).
¿Hay himno más conmovedor que La Internacional, el himno proletario por excelencia? Hombres y mujeres que soñaron paraísos obreros lo cantaron en su juventud, y cuando piaron el último suspiro en algún campo de concentración estanilista. Tiene su etiqueta y es preferible entonarlo sin hacer morisquetas, con el rostro impenetrable de un minero de Asturias o un fundidor de la cuenca del Ruhr. Eso sí, la etiqueta obliga acompañarlo con el puño izquierdo en alto, sólido, prediluviano, sin la furia pequeñoburguesa -revestida en GAP- de Pablito Iglesias y los pocos suyos que le van quedando.
¿Cuál es el secreto de La Internacional? Que la emancipación de los parias de la tierra no tiene fecha ni hora en el calendario, que es un objetivo que se alimenta a sí mismo, que no cesa en el ámbito mezquino del calendario porque la lucha final no llega… hasta que llega (yes, aquí puede incorporar la frasecita de Yogi Berra: The game’s is not over…). Es decir, la lucha siempre será final mientras alguien quede insatisfecho con sus resultados y la quiera continuar, hasta el final, y así… como el célebre axioma griego del Gallo Pelón de Elea.
La política como épica, necesita un componente sobrenatural, mágico, sobrehumano, que la distinga del vulgo y del bulto. No es la simple competencia por el poder, el “quítate tú para ponerme yo”. Tiene objetivos transcendentes como la “lucha espiritual en contra del mal” o “la liberación del género humano de la tiranía burguesa que lo aplasta”. Allí, en ese espacio hiperbólico, se hacen la visita las consignas teleológicas, las animadas por un fin que solo sus propulsores manejan: Hasta la victoria siempre, Hasta el final y tantas otras, se dan la mano consanguínea, como marinara alguien recientemente en X.
C’est la lutte finale;
Groupons nous et demain
L’Internationale
Sera le genre humain…
(Esta es la lucha final
Agrupémonos y mañana
La Internacional
Será la raza humana)
@jeanmaninat