Timothy Garton Ash: Escuchemos a la Yulia ucrania y a la Yulia rusa

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Hay que derrotar a Putin.

Ante el segundo aniversario de la invasión rusa de Ucrania, que se cumple este sábado, hagámonos una sencilla pregunta: ¿está Europa en guerra? Cuando se lo pregunté a una sala llena de participantes en la Conferencia de Seguridad de Múnich el domingo pasado, la mayoría de ellos levantaron la mano para decir que sí, que Europa está en guerra. Pero entonces hice otra pregunta: ¿Creen que en sus respectivos países la mayoría de la gente es consciente de ello? Levantaron la mano muy pocos.

Ha sido una Conferencia de Múnich llena de dolorosos contrastes. Hubo soldados ucranios malheridos que nos relataron historias del infierno del frente. Yulia Payevska, una veterana médica militar, nos contó que había visto “ríos de sangre, torrentes de sufrimiento” y habló de los niños que se le habían “muerto en los brazos”. “Somos los perros de la guerra”, dijo, mientras recordaba que a ella misma los rusos la capturaron en Mariúpol, la encarcelaron durante tres meses y la torturaron. “Dadnos las armas”, concluyó, “para poner fin a esta guerra”.

También estuvo presente el coraje de una Yulia rusa. Yulia Navalnaya subió al estrado cuando todavía no se había confirmado del todo la noticia de la muerte de su marido, Alexéi Navalni, para exigir que se lleve a Vladímir Putin ante la justicia y para recordarnos que sigue existiendo otra Rusia que lucha contra el tirano. Después grabó un vídeo tremendamente conmovedor y desafiante que puede verse en YouTube.

Al mismo tiempo, bastaba con salir de la sede de la conferencia, en el hotel Bayerischer Hof, para encontrarse con las muchedumbres de fin de semana disfrutando de un sol nada habitual para la estación en bonitos bares y cafés, comprando en tiendas lujosas o reservando una escapada invernal a algún atractivo destino de vacaciones. Una vida próspera, incluso mimada, propia de tiempos de paz. ¿Europa en guerra? Es una broma, ¿no?

En la conferencia de este año, los líderes occidentales reconocieron que la prolongación de la guerra es una realidad con más claridad que el año pasado, pero, en general, siguen sin saber transmitir a sus respectivas sociedades la sensación de que estamos ante una amenaza existencial. Y tampoco están tomando las medidas urgentes necesarias para evitar que Ucrania sufra en el campo de batalla más derrotas como la reciente retirada de Avdiivka.

Hay excepciones notables. Kaja Kallas, la primera ministra estonia a la que el Kremlin acaba de incluir en la lista de “más buscados”, es una de esas excepciones desde hace tiempo. Mette Frederiksen, la primera ministra danesa, es insistente, habla sin rodeos y hace lo que dice. “Hemos decidido donar toda nuestra artillería”, afirmó en la misma reunión en la que habló la Yulia ucrania. Dinamarca también ha enviado F-16.

Está asimismo Petr Pavel, antiguo general de la OTAN y en la actualidad presidente checo. Nos explicó que, en colaboración con los daneses y otros países, los checos han encontrado en los mercados mundiales 500.000 cartuchos de munición de 155 milímetros y 300.000 cartuchos de 122 milímetros que se podrían comprar de inmediato para enviarlos a las acosadas fuerzas ucranias en las próximas semanas. Ese material permitiría a aguantar los ucranios, explicó Pavel, hasta que lleguen más suministros de la industria militar occidental de aquí a finales de año.

Así también daría tiempo a que la Cámara de Representantes de Estados Unidos venza su vergonzoso bloqueo trumpista y apruebe conceder más financiación militar para Ucrania. (La escena más esperpéntica de la conferencia fue el momento en el que el senador republicano Pete Ricketts comparó la invasión de Ucrania ordenada por Putin con la “invasión” de inmigrantes ilegales procedentes de México).

Ahora bien, países como la República Checa y Dinamarca, por sí solos, no pueden de ninguna manera hacer lo necesario para que Ucrania frene a Rusia. Con las catastróficas vacilaciones que exhibe Estados Unidos, hace falta que los grandes países europeos —sobre todo Alemania y Francia— pasen a la acción, compren a toda velocidad la munición que han encontrado los checos, actúen con rapidez, sin burocracias y con los medios necesarios y expliquen a sus ciudadanos por qué debemos hacerlo.

El presidente Emmanuel Macron ni siquiera acudió a Múnich. Su retórica grandilocuente sobre “el rearme de la soberanía europea” y la “economía de guerra” no coincide con la verdadera escala ni la velocidad de la ayuda de Francia a Ucrania.

El caso del canciller alemán Olaf Scholz es distinto. Como hace un año fui muy crítico con sus “scholzerías” sobre la entrega de armas a Ucrania, quiero reconocer que desde entonces ha habido un gran cambio. Alemania es hoy el segundo país que más ayuda a Ucrania, después de Estados Unidos. Esta decisión de dar un apoyo incondicional ha sido una especie de Wende (giro) dentro del Zeitenwende (punto de inflexión trascendental) que Scholz prometió inicialmente, solo tres días después de la invasión de 2022. Nunca olvidaré las conversaciones que tuve en Kiev el verano pasado con varios amigos que me contaron la tranquilidad que les infunde, de noche, oír el característico y profundo trueno del cañón alemán de defensa antiaérea Gepard. Los cañones alemanes están salvando vidas.

Pero ahora esa Zeitenwende necesita una segunda Wende. El Gobierno de Scholz debe reconocer que, cuando se apoya a un bando en una guerra contra un dictador asesino, hay que querer verdaderamente que gane y no solo “que no pierda”, la fórmula a la que Scholz y Macron recurren con frecuencia. Ese no es precisamente un lenguaje fuerte, que es el único que entiende Putin. Como apuntó el presidente ucranio Volodímir Zelenski, que intervino en Múnich inmediatamente después de Scholz, “no es solo cuestión de suministrar armas; la pregunta es: ¿estáis preparados psicológicamente?” La lógica de los tiempos de paz, de la negociación, las concesiones y el “todos ganan”, no vale de nada en este caso.

Minutos antes de que Zelenski subiera al escenario, el canciller alemán eludió una pregunta sobre por qué no envía los misiles alemanes Taurus a Ucrania. Los principales expertos militares aseguran que desplegar misiles de largo alcance como el Taurus —y sus equivalentes estadounidenses, británicos y franceses— es la única forma de que Ucrania pueda volver rápidamente a ejercer presión militar sobre Rusia, con la amenaza de interrumpir las líneas de suministro a través de Crimea.

En definitiva, los líderes de los grandes países europeos deben tomar nota de los más pequeños, como Dinamarca, República Checa y Estonia. Dada la crítica situación en la que se encuentra el frente de Ucrania, tienen que ser más audaces, más rápidos y más decisivos. Y deben encontrar un lenguaje más directo, más apasionado, más inspirador, un lenguaje como el que sin duda habría utilizado el héroe personal de Scholz, el excanciller Willy Brandt. Las sociedades que siguen disfrutando de la paz y de un cómodo estilo de vida, en las que muchos, al parecer, creen que esta guerra puede acabar pronto negociando una paz de compromiso, necesitan una sacudida para despertar. Como dijo el presidente Pavel, el único sacrificio que todos podemos hacer es “reducir nuestra propia comodidad”. La comodidad física, pero también la psicológica.

Europa está en guerra. No está toda ella en guerra como hace 80 años, cuando la mayoría de los países europeos participaban directamente en combates, pero desde luego no está en paz como hace 20 años, antes de que Putin emprendiera su camino de confrontación con Occidente. Si no afrontamos la urgente necesidad de que Ucrania pueda consolidar sus posiciones defensivas, reagruparse y, en última instancia, ganar la guerra que está librando en nombre de todos nosotros, dentro de unos años nos encontraremos con un ataque aún más directo de una Rusia envalentonada y revanchista. Así que escuchen a las dos Yulias, la ucrania y la rusa. Hay que derrotar a Putin. Es la única manera de “poner fin a esta guerra”.

 

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