Paul Krugman: La “bideneconomía” sigue funcionando bien

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Las noticias económicas en 2023 fueron casi milagrosamente buenas. La economía estadounidense no solo desafió los pronósticos generalizados de recesión, sino también las afirmaciones de que únicamente un aumento significativo del desempleo podría poner freno a la inflación. Lo que experimentamos fue, más bien, una combinación de crecimiento fuerte, un desempleo cercano al nivel más bajo en 50 años y una caída de la inflación. Pero la semana pasada, la Oficina de Estadísticas Laborales informaba de que tanto el Índice de Precios de Consumo (IPC) como el Índice de Precios del Productor (IPP) registraron un aumento del 0,3% en enero, más de lo que esperaban los analistas. Y los sospechosos de rigor —los inflacionistas empedernidos, los enemigos políticos del Gobierno de Biden y los economistas que predijeron erróneamente que la desinflación requeriría un desempleo masivo— se abalanzaron sobre los datos como si se tratara de un balón perdido.

Entonces, ¿se acabaron los buenos tiempos? No. Todo lo que sabemos indica que esas cifras decepcionantes fueron más que nada una irregularidad estadística y no representan un empeoramiento significativo de las tendencias inflacionarias. Antes de explicarles cómo pueden producirse desajustes así, déjenme decirles qué indicadores analicé después de la publicación de los informes sobre la inflación.

Primero, me fijé en los mercados financieros, donde instrumentos como los swaps [derivados] de inflación y los bonos indexados indican las tasas de inflación que prevén los inversores que arriesgan dinero de verdad. Los precios de estos instrumentos siguen apuntando a una inflación baja, en torno al 2% o ligeramente por encima. Segundo, estuve esperando a ver qué ocurría con la encuesta de la Reserva Federal de Atlanta sobre las expectativas de inflación de las empresas, en la que se pregunta a los empresarios cuánto creen que aumentarán los costes durante el próximo año. Si la inflación estuviera aumentando de repente, cabría esperar que las empresas lo notaran. Pero sus expectativas de inflación subieron al 2,3% en febrero desde el… 2,2% en enero.

Si las cosas no han cambiado mucho, ¿a qué se deben esas cifras ligeramente aterradoras de la Oficina de Estadísticas Laborales? En principio, el Gobierno calcula los precios generales de consumo de la misma forma en que la Federación de la Oficina Agrícola Estadounidense calcula el precio de una cena típica de Acción de Gracias (que, por cierto, bajó un 4,5% en 2023): calcula el coste de comprar una cesta fija de bienes y servicios.

En la práctica, nuestra economía es más complicada que un menú estandarizado de cena festiva, y calcular la inflación implica mucho trabajo estadístico complejo. La Oficina de Estadísticas Laborales es extremadamente competente y profesional; de hecho, una ventaja política raramente pregonada que Estados Unidos tiene sobre otros países es que, por lo general, dispone de mejores datos. Pero, aunque solo tengo elogios para la Oficina, sus informes a veces pueden resultar engañosos, por varias razones.

Una de ellas es que, para que los datos mensuales tengan sentido, hay que ajustarlos a factores estacionales. Algunos de estos factores son evidentes: las verduras frescas son más caras en invierno y más baratas en verano. Otros son menos obvios. Goldman Sachs, que predijo correctamente un aumento de la inflación oficial, señala que existe un “efecto enero” en los precios, porque muchas empresas los suben a principios de año. Y Goldman sostuvo de antemano que las cifras oficiales no se ajustarían lo suficiente para reflejar este efecto, lo que daría lugar a un repunte espurio de la inflación medida, un repunte que desaparecerá en los próximos meses. Goldman también señalaba que el componente más importante del IPC —el 27% de la cesta nada menos— es un precio que nadie paga realmente: el alquiler equivalente de los propietarios, un cálculo de lo que los propietarios pagarían si alquilaran sus casas. Hay razones por las que la Oficina mide los costes de la vivienda de esta manera, pero también hay razones para creer que esa cifra se ha vuelto engañosa, al distorsionar y exagerar los cálculos sobre la inflación general. La Oficina de Estadísticas Laborales también elabora un cálculo de los precios excluyendo el alquiler equivalente de los propietarios, que coincide con la forma en que los países europeos miden la inflación. Este índice “armonizado” solamente subió un 2,3% el año pasado.

Si todo esto les aturde un poco, permítanme que les cuente un secreto: a mí también, y eso que se supone que este es mi campo. Pero el balance final es importante: a pesar de que algunas cifras eran decepcionantes, el relato básico no ha cambiado. La economía estadounidense sigue pareciendo una historia de éxito asombrosa.

Como es lógico, decir esto provoca el rechazo de los republicanos que han afirmado hasta la saciedad que las políticas “socialistas” de Biden serían un desastre y, como he escrito recientemente, estas personas tienen que creer para ver, por lo que siguen insistiendo en que la economía es terrible, aunque, según todas las medidas objetivas, vaya bastante bien. También se percibe cierto rechazo entre algunos en la izquierda, que por lo visto creen que un presidente progresista no debería poder alardear de sus éxitos políticos hasta que haya eliminado por completo la pobreza y la inseguridad, es decir, nunca.

Sin embargo, lo cierto es que Biden ha puesto en marcha un programa muy ambicioso: importantes mejoras del Obamacare [Ley de Atención Médica Asequible], alivio de la deuda estudiantil, fuerte gasto en infraestructuras, promoción a gran escala de los semiconductores y la energía verde que ha dado lugar a un aumento de la inversión en el sector de la fabricación. Muchas voces advirtieron de que estaba extralimitándose, de que la economía pagaría un alto precio. Pero no ha sido así. Resulta que, de hecho, Estados Unidos puede permitirse hacer muchas cosas para mejorar la vida de sus ciudadanos e invertir en el futuro.

 

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