La tierra está preñada/de dolor tan profundo/que el soñador/imperial meditabundo/sufre con las angustias/del corazón del mundo. Los versos son de Darío y están, paradójicamente en sus Cantos de Vida y Esperanza. El aparente contrasentido está en que el poeta nicaragüense intentaría suicidarse en La Habana 1910, pero no lo es tal porque sabemos que la causa fue el alcoholismo que junto a la drogadicción y la depresión incrementan la propensión al suicidio.
En Venezuela, la tasa de suicidios viene aumentando, según los estudios del Observatorio Venezolano de la Violencia, ONG muy reconocida aquí y afuera por su rigurosidad. No es que hayamos llegado al nivel de Cuba nación hermana donde según indicadores internacionales, el suicidio es una de las primera diez causas de muerte. Pero viene subiendo la estadística desde 2020, sobre todo en los jóvenes, incluso en adolescentes y niños.
Depresión, ansiedad, desesperanza, disfuncionalidad, destrucción familiar junto a violencia doméstica, sexual y de género, se muestran como factores detectados en la causalidad. A la tristeza se refirió no hace tanto el Papa Francisco. El “demonio astuto” la llamó, que “se insinúa en el alma y la hace caer en un estado de abatimiento”. Por lo mismo nos llama a estar más cerca de aquellos que están angustiados, cansados, sin esperanza. Y para darnos cuenta, debemos estar cerca siempre. Alerta ante el egoísmo o el individualismo que nos hacen indiferentes. Que hay necesidades morales que pueden ser más apremiantes que las materiales, aunque éstas estrechan las condiciones de vida y limitan las expectativas, al punto de afectarnos moralmente.
La emigración, los diversos problemas en el sistema educativo en los que nunca nos cansaremos de insistir, las dificultades socio económicas en los hogares que apartan de la escuela y empujan a trabajar en la calle desde temprano para ayudar a la mamá, las diversas formas de violencia, amenazan principalmente a los más jóvenes.
Que la incidencia de suicidios se acentúe en nuestra juventud es motivo para preocuparse y ocuparse. En la familia, en la escuela, en la iglesia, en las comunidades. El estudio de la OVV motiva campañas de concientización. Siento que estamos, como sociedad, muy por detrás de dónde deberíamos. Contamos con herramientas, en la psicología y la comunicación social, para ponernos al día. Apuremos el paso que la cosa es muy seria.
No nos timen los nubarrones. Mientras hay vida, hay esperanza.