Rebeca Figueredo: Testigos de una noche septembrina

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Para la noche del 25 de septiembre de 1828 ya Simón Bolívar contaba con un cuerpo enfermo y una mente desgastada, con la oscuridad de esa noche conocida como la “Conspiración Septembrina” llegan sus enemigos con algunos traidores al Palacio de Gobierno en Bogotá, el propósito es asesinarlo.

Escapa de la muerte, sin embargo, no escapó de la profunda tristeza y decepción que este episodio le dejó y que más adelante se convertiría en perturbadores sueños (de acuerdo al testimonio del  Dr. Pedro Gual) quien tiempo después estando en Guayaquil lo escucha delirar en sueños sobre la conspiración.

Tenía una semana de haber llegado Fernando el sobrino del Libertador a Bogotá, instalándose en el Palacio de Gobierno. Todos se enferman incluyéndolo, se desprende de su relato: “Oí un gran estrépito como personas que corrían arrastrando sables. Mi criado que dormía en mi pieza, porque yo estaba enfermo, corrió a la puerta que estaba medio abierta y la tranco. En mi cuarto había luz, pero como había en esa noche hermosa luna, quizás no llamo la atención de los conspiradores que fueron los que entraron en tropel por el pasadizo que conducía al comedor y que era en donde estaba situada mi pieza al lado de la repostería”.

Entre silencio, luego gritos y voces bajas, Fernando se encuentra armando planes de evasión, es llamado a la puerta por Manuela Sáenz, quien lo pone al tanto.
Observa desde un balcón el cuerpo de Ferguson tendido en la puerta quien fue asesinado por Carujo. “Tenía una herida o machetazo” en la frente, asumiendo que esta fue dada después de muerto por la ausencia de sangre.

La sirvienta Jonatás siempre leal a su ama Manuela, acostumbraba a esperarla fuera de la habitación del Libertador, esto le permitió observar a los conspiradores, trató de ocultarse detrás de unas cortinas sin éxito, sus gritos alarmaron, Manuela fue interrogada por los agresores dándole una ubicación errada del Libertador y así ganar tiempo mientras Bolívar saltaba y huía por la ventana de la habitación.

Manuela por confundir a los conspiradores y al ser descubierta; es golpeada, a pesar de eso Manuela consigue mal herido a Ibarra, trata de cargarlo, sus conocimientos de enfermería le permite atenderlo y le amarra con un pañuelo su herida que luego será cosida por un médico “La herida de Ibarra a quien habían bajado una mano de un machetazo”.
“Jamás me olvidaré las impresiones de aquella noche aciaga, y recuerdo como si fuese ayer la expresión serena, pero vaga, que noté al sentarse el Libertador, en su semblante y la mirada escrutadora con que observó el gentío que le seguía y que llenó el cuarto por algunos momentos” Fernando Bolívar.

La Libertadora del Libertador
En una carta fechada del 10 de agosto de 1850 dirigida al general Oleary, Manuela Sáenz recuerda el episodio de esa noche, veintidós años atrás.

Un día antes del ataque al Palacio del Gobierno llegó una señora que insistía en hablar con el Libertador. La señora a cambio de mantener su anonimato le revela a Manuelita información sobre un posible atentado y que los conspiradores se reunían en varias puntos, incluyendo la Casa de la Moneda, siendo el cerebro de dicha conspiración Santander, aunque no asistía a reuniones y algo sabia el general Córdoba.

Inmediatamente la información llega a Bolívar quien al escuchar “Córdoba” le envía con su edecán Ferguson una respuesta a la anónima señora: “Dígale usted a esa mujer que se vaya y que es una infamia tomar el nombre de un general valiente como el general Córdoba”.

A las 6 de la tarde del 25 de septiembre, Manuela (enferma) es llamada para que atienda a Bolívar. “Como las calles estaban mojadas, me puse sobre mis zapatos, zapatos dobles. Estos le sirvieron en la huida, porque las botas las habían sacado para limpiar”
A las doce de la noche “latieron mucho dos perros del Libertador, y a mas se oyó un ruido extraño que debe haber sido al chocar con los centinelas pero sin armas de fuego por evitar ruido”.

Despierta al Libertador “y lo primero que hizo fue tomar su espada y una pistola y tratar de abrir la puerta”. Manuela logra que desista de esa idea y sugiere la solución de saltar por la ventana, mientras el saltaba ella se enfrentaba a los conspiradores confundiéndolos, los agresores que ignoraban la distribución de la casa se llevan a Manuela, en el camino consigue herido al edecán Ibarra.

Con la luz de la luna el edecán Ferguson – que venía del médico – logra ver a Manuela, al ser prevenido de no entrar por ésta, él responde que “moriría llenando su deber” poco después Manuelita escucha el tiro que le quita la vida al edecán a manos de Carujo, que poco satisfecho le da un sablazo en la frente.
Las voces en la calle hacen que los traidores huyan, Manuela sale a buscar un doctor para Ibarra, luego busca a Fernando, para que meta el cuerpo de Ferguson en el cuarto del también enfermo José; el mayordomo del Libertador. Manuelita se dirige a la plaza consiguiendo a Bolívar a caballo. “Cuando regresó a la casa me dijo tu eres la Libertadora del Libertador”.

Después de una aterradora noche, el Libertador lejos de conseguir descanso obtiene pensamientos incontrolables sobre la situación y constantemente le pregunta a Manuela (que tenía fiebre) sobre lo ocurrido.

“El Libertador se fue con una pistola y con el sable que no sé quién le había regalado de Europa. Al tiempo de caer en la calle pasaba su repostero y lo acompañó. El general se quedó en el rio y mando a éste a saber cómo anclaban los cuarteles; con el aviso que le llevó (…) No había más edecanes que Ferguson e Ibarra, ambos enfermos en cama: el uno en la calle y el otro en casa y el coronel Bolívar donde el general Padilla. Nuestro José muy malo; don Fernando, enfermo; la casa era un hospital” Manuela Sáenz.

Un auxilio providencial
El general Posada en sus memorias hace referencia a la ayuda que recibe el Libertador después de caer por la ventana. “Al arrojarse por la ventana dejó caer su espada, tomó la dirección del monasterio de las religiosas carmelitas, oyendo tiros por todos lados y el grito de “murió el tirano”. En tan imponderable agonía tuvo un auxilio providencial: un criado joven de su confianza”.

Este criado oyendo fuego y gritos, observó el paso acelerado de un hombre que resultó ser el Libertador. “Bolívar con esta compañía consoladora, procuraba llegar al puente del Carmen para tomar la orilla izquierda del riachuelo llamado San Agustín, que toca con el cuartel de Vargas, a fin de incorporarse a los que por el combatían” sin embargo, el criado le hace ver que la mayor concentración del fuego provenía de la plazoleta a la que tenían que atravesar para llegar al cuartel.

En el momento que llegaba Bolívar al puente, se oían mezcladas las voces de “murió el tirano” “viva el Libertador” el criado al ver esta situación le dice «Mi General, sígame, arrójese por aquí para ocultaros debajo del puente”. Sin vacilar, el criado saltó y ayudó al Libertador á bajar casi arrastrándolo tras sí”. Enseguida tenían pasando por el puente a los artilleros y Vargas levantando fuego hasta quedar un sepulcral silencio.

Con poca esperanza de encontrar al general Bolívar con vida, el general Urdaneta manda desde la plaza jefes y oficiales y partidas de infantería y caballería en todas direcciones a buscar al Libertador”. Bolívar se dio cuenta que su gente lo buscaba, salió de su escondite. “El Libertador, mojado, entumecido, casi sin poder hablar, montó en el caballo del Comandante Espina y todos llegaron a la plaza, donde fue recibido con tales demostraciones de alegría y de entusiasmo, abrazado, besado hasta del último soldado”.

“El Libertador había quedado tan impresionado con el suceso del 25 de septiembre que veía conspiradores por todas partes, y cualquier acusación lo alarmaba”, dijo el general Posada.
Después de este episodio fue evidente la decepción y paranoia que albergó en la agobiada alma de Simón Bolívar, haciéndose presente en fragmentos que se desprenden de los relatos de quienes lo rodearon durante y después de la terrible noche septembrina.

 

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