Inicio el mes de marzo, final del primer trimestre del año, con una digresión del tema político-práctico, e incursiono en un tema más de orden conceptual-teórico. Ante el auge y resurgimiento del autoritarismo, la autocracia y el totalitarismo en diversas partes del mundo, se impone una reflexión al respecto; comparto la mía, en la cual me dejo llevar de la mano por algunos autores, muy disímiles entre sí −como el psicólogo social J.A.C. Brown, el escritor Ernesto Sábato y otros−, cuyas ideas interpreto y resumo libremente. Los invito a esa reflexión.
Cambios revolucionarios.
No cabe duda que el país ha venido sufriendo un cambio político importante, que algunos osados califican de “revolucionario”; pero ese es un término, hoy día, muy vago y que se presta a muchas interpretaciones. Brown, por ejemplo, describe diversos tipos de revoluciones, pero yo solo ejemplificaré dos: una, la ruptura violenta de un orden social determinado y su forma de gobierno −como por ejemplo las revoluciones francesa y rusa−; la otra, es una situación más profunda, que se caracteriza por un cambio en el orden social, en las instituciones fundamentales, en las relaciones económicas, en las clases sociales y en las formas de organización de la sociedad, como ocurrió por ejemplo con la Revolución Industrial y como seguramente está ocurriendo hoy con la Revolución Informática, que vivimos o sufrimos, cuyos efectos aun no terminamos de comprender. Eso significa, para Brown, que, a la larga, toda revolución, para que sea tal, debe producir una modificación en el conjunto de actitudes, valores y costumbres de la sociedad.
Pero no estoy seguro de que eso es lo que nos pasó −o nos está pasando− a nosotros; y, por eso, adelanto una explicación o hipótesis en el sentido de que lo más importante de lo que nos ha ocurrido a nosotros es más bien una dilución de algunas instituciones de la sociedad y el estado de derecho: los partidos políticos, el antiguo Congreso bicameral, pérdida de credibilidad en la justicia y en el Poder Judicial, pérdida de autonomía del poder ciudadano, fin de la descentralización y de la autonomía de los poderes locales, etc.
Sin duda cambió también, de manera notoria, por las buenas y las malas, la élite dirigente; los grupos en el poder. Cambio también algo −pero solo algo− la forma en que los actores económicos, los empresarios, se relacionan con el poder −que se debieron mantener en el “centro” político y no ha sido así− lo que traerá indeseable consecuencias; y sobre todo, ha cambiado también la “forma” de algunas instituciones, los nombres y los personajes que las conducen. Pero no ha habido, y es lo verdaderamente lamentable, es un cambio en algunos de los “valores” −más bien contra valores−, ni de las actitudes, ni de las formas como algunas personas −más de las deseables− se relacionan entre sí, con los demás, con la sociedad, con la economía, con el Estado.
Sin cambio de valores.
Algunas “estructuras” básicas de esos “contravalores” de la sociedad permanecen lamentablemente intactas. La gente sigue esperando un milagro, un Mesías, ganarse la lotería −pues ya no el 5 y 6−, un aumento mágico de los precios del petróleo para un nuevo auge del estado populista −al que llaman “generoso” − que continúe dispensando dinero a manos llenas, etc. Y como eso no ocurre, algunos comienzan a ponerse nerviosos porque sabemos que, como decía J.A.C. Brown: “…cuando los pueblos están dispuesto a hacer un movimiento de masas, suelen realizar cualquier movimiento que tenga posibilidades de resultar efectivo…” (Técnicas de Persuasión, Editorial Alianza, Edic. 2004, pág. 129) −ahora en mis palabras− esos “movimientos” pueden ser en cualquier dirección, no necesariamente en la dirección que desee o lo indique una determinada ideología, doctrina, programa o líder inspirador inicial.
Ideologías totalitarias.
En la situación que vivimos, las enseñanzas de Brown son particularmente aleccionadoras −por eso las traigo a colación, después de más de 20 años en que lo hice por primera vez, en un escrito similar, publicado entonces en Analitica.com, cuya referencia ya ni siquiera tengo− pues señala este autor que las ideologías totalitarias, sean marxistas, fascistas o nazis, aunque opuestas en contenidos intelectuales, son muy similares en cuanto a que ejercen un atractivo, emotivo, muy poderoso en todos aquellos que se sumergen encantados −en toda la extensión de esa palabra− en los movimientos de masas y se someten fácilmente a una autoridad superior. Todos los movimientos de masas, agrega Brown, reclutan sus seguidores en los mismos grupos humanos y atraen personalidades similares; por eso, cuando uno de ellos crece, por lo general lo hace a expensas del decrecimiento de los otros, sonsacándoles sus miembros y por eso es que sus militantes son intercambiables y suelen transformarse, de un partido o movimiento, en otro cualquiera. Así vemos hoy social demócratas y social cristianos, devenidos en “revolucionarios” −de la modalidad de la que he hablado− y algunos, arrepentidos, están ya de regreso, como si nada hubiera ocurrido.
Además, nos asegura Brown, y nos demuestra, como un movimiento de masas de carácter religioso, fácilmente se convierte en uno social o nacionalista y todo movimiento social se puede transformar fácilmente en un movimiento nacionalista o de carácter religioso. Las experiencias históricas abundan y en países culturalmente disímiles; desde Turquía, hasta Inglaterra, las revoluciones sociales se convirtieron en nacionalistas o movimientos religiosos. Lo hemos visto más recientemente en países árabes o de influencia musulmana, donde algunas “revoluciones” de inspiración supuestamente democrática o “liberal” han fracasado y devenido en su opuesto, de carácter mucho más teocrático y tiránico.
Iglesia, Familia y educación en totalitarismo.
Por esta razón, aunque algunos se sorprenden, hay animadversión y agresiones del totalitarismo hacia la Iglesia −todas ellas− la familia y la educación; nos asegura Brown, que cuando un movimiento político de masas o un partido tiene en sus raíces, en su génesis, la semilla totalitaria, como necesariamente tiene que competir con otros movimientos y sus exigencias de lealtad para captar adeptos, termina oponiéndose a la religión y a la familia y trata de manipular la educación, pues esas son las agrupaciones u organismos sociales que tienen las emociones más profundamente enraizadas. Los nazis alemanes, los fascistas italianos, los nacionalistas turcos, los revolucionarios franceses, los comunistas rusos, los maoístas, son o fueron antirreligiosos e intentaron substituir la religión con su propia ideología.
Otro fenómeno que nos explica este autor, es que, paradójicamente, estos movimientos tienen éxito, no en donde hay más pobres, pues si así fuera, toda Asia, África y gran parte de América Latina estarían bajo uno de estos regímenes, desde hace mucho tiempo y no solo por “temporadas”. Su éxito no es proporcional a la miseria y al descontento por este motivo, afirma Brown, sino que triunfan en donde hay más resentidos, repudiados, frustrados, grupos minoritarios o socialmente inadaptados, que suelen seleccionar sus líderes, no entre los que están teóricamente más preparados, sino entre aquellos que mejor reflejen sus sentimientos y aspiraciones momentáneas.
Conclusión.
Para no abusar de la paciencia de mis lectores, en un tema menos dinámico que la política, continuare esta reflexión la próxima semana, con lo que nos dice Ernesto Sábato sobre este tema.
Politólogo