A casi 100 días de ocupar la presidencia de Argentina, Javier Milei sigue buscando un camino para implementar las reformas que considera indispensables para reencauzar al país sudamericano, azotado por múltiples crisis. Bajo el lema de que “el mercado no comete errores”, desea reducir el tamaño del Estado, los omnipresentes subsidios, y equilibrar con esas medidas las finanzas públicas. Con esta estrategia inflexible se está confrontando no solamente con los tradicionales estratos peronistas, sino también con amplias agrupaciones sociales que sufren bajo la inflación y el alza de precios de productos y servicios básicos.
Milei sigue construyendo su poder sobre la tradicional grieta argentina, extendiéndola, al mismo tiempo, aún más hacia la sociedad de ese país. La grieta es sinónimo de la división irreconciliable en la Argentina en términos de un ‘nosotros contra ellos’. Es una metáfora anclada históricamente en la década de 1950, para denominar la división binaria entre los militantes del Partido Justicialista (peronismo) y los militantes de otros partidos políticos. Surgida en la primera década del siglo XXI, la grieta ha sido causa de un enfrentamiento político y cultural generalizado, que se alimenta de altas dosis de intolerancia mutua y de un fanatismo exacerbado entre los dos bandos.
Al profundizar la grieta, Milei contribuye a generar condiciones perjudiciales para la convivencia y debilita el sistema democrático, disminuyendo la confianza en las instituciones y aportando a la parálisis o a los bloqueos de estas. Con Milei, Argentina parece ser un país que no puede tomar decisiones y encontrar los consensos necesarios para el cambio, no solamente porque la grieta lo impide, sino también porque practica un estilo de gobierno que polariza incluso aquellos problemas que no necesitan politizarse.
Milei y su discurso de confrontación
La personalidad extravagante de Milei y su discurso de confrontación desmedido no ayudan a crear acuerdos en el Congreso, ni tampoco con los gobernadores. Al parecer, falta también la voluntad política del presidente para descender de su posición ideológica y aceptar posiciones contrarias, en el camino hacia una solución de los graves problemas del país. Así, su fracaso temprano en lograr la aprobación de su paquete de reformas, la llamada ley ómmnibus, en febrero, se ha atribuido tanto a su falta de trabajo parlamentario en legislaturas anteriores, como a su inexperiencia política. Mantener el statu quo es interés primordial de los sectores de la política establecida del peronismo, mientras los electores de Milei, especialmente los votantes jóvenes, enojados y sin identidad política, esperan un cambio que les abra más oportunidades para desarrollarse.
¿Qué se puede hacer para cerrar la famosa grieta, cuando el mismo presidente contribuye continuamente a aumentar el nivel de violencia verbal, dificultando la convivencia política? Todos los argentinos saben que hay asuntos de los que no se debe hablar con algunos miembros de la familia, con amigos o compañeros de trabajo, para evitar confrontaciones infructuosas que afecten la interacción de tal manera que se produzca una ruptura de las relaciones sociales. Pero la polarización, basada en la grieta, siempre vuelve a dispararse, ya que las fuerzas en pugna buscan sacar réditos de su enfrentamiento mutuo. Así la grieta parece ser un obstáculo insalvable, que se reedita una y otra vez debido a los desacuerdos entre los políticos y a su incapacidad de llegar a compromisos en tiempos de crisis. La grieta se ha convertido en un negocio del quehacer cotidiano de los políticos, quienes no toman en cuenta que fomentan así la corrosión de la democracia.
Ahora, con Milei, existe el gran peligro de que a la grieta política se le sume una brecha social, a raíz de la insistencia del presidente argentino en que únicamente el mercado puede resolver los problemas del país. No hay duda de que existen numerosas formas en las que el Estado está en manos del peronismo, y que hay un sistema exponencial de subsidios a diferentes grupos y estratos sociales. Sin embargo, esto no desvirtúa la necesidad de la intervención del Estado cuando los desequilibrios sociales se vuelven un riesgo para la convivencia social. Milei y sus seguidores ideologizados se resisten hasta el momento a reconocer este ejemplo que han seguido muchos países. Tal vez la realidad de su país los obligue a aprender esa lección.