Jorge Castañeda: Algunas notas sobre la guerra sucia contra la “guerra sucia”

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He tenido derecho estos días a cuatro mañaneras, varios cartones de distinguidos moneros (que no me quieren regalar ni vender sus originales, para incluirlos en mi colección), algunos artículos y entrevistas de radio, y una avalancha de mentadas de madre en redes. Todo porque se me ocurrió escribir, y luego decir, que de acuerdo con el manual de campañas (de Jacques Séguéla, Lee Atwater —el más malo de todos—, James Carville, Dick Morris, Antonio Sola, Eugenio Tironi, etcétera), cuando un candidato va abajo por un margen de cierta amplitud, y carga con negativos altos, mientras que su contrincante lleva una importante ventaja (de dos dígitos) con negativos bajos y que no se mueven, lo indicado es pasar a una estrategia negativa. Esta última puede tener varios nombres: campaña negativa, guerra sucia, campaña negra, dirty tricks, en el fango, o como decía Michele Obama, de abajo: “When they go low, we go high” (or lower, diría Axelrod: “Cuando ellos van por abajo, nosotros vamos por arriba”).

Dicha ruta encierra varias vertientes. La primera, sin la cual lo demás resulta imposible, es el oppo research: la investigación opositora, es decir, la búsqueda de todas las debilidades, de todos los antecedentes; de toda la “cola”, diríamos en México, del adversario. Impuestos, amantes, escritos, gastos, propiedades, amistades, historia: saber todo, para poder utilizar lo más útil, dañino y certero. Un ejemplo: lo que Miguel de la Madrid y Carlos Salinas hicieron en 1988, trasladando a la televisión la existencia y el apoyo de dos supuestos hijos fuera de matrimonio del general Cárdenas en la campaña contra Cuauhtémoc.

Enseguida, se trata de centrar la campaña —con spots, entrevistas de terceros, artículos sembrados en la prensa, ahora en redes— en esos temas. La embestida negativa puede enfocarse en un tema sustantivo —la seguridad, la desigualdad, la salud, la amenaza externa— o estrictamente personal: tal o cual candidato es débil, rico, viejo (por ejemplo, Biden), adúltero (Clinton), mañoso (Mitterand), o altanera (Hillary). Nada de esto resulta secreto hoy en México, ni ciencia oculta. Yo sólo dije en voz alta lo que discuten probablemente todos los días los tres cuartos de guerra.

Entonces, la pregunta: ¿por qué se ardieron tanto los de Morena (por cierto, no entiendo la razón por la que a Luis Carlos Ugalde no le gusta el término de ardidos; a mi me parece folclórico y preciso)? Para contradecir el viejo bolero de Álvaro Carrillo, y es bien sabido, yo  tengo vanidad, pero se me hace mucho ruido para tan pocas nueces. Lo que yo pueda afirmar o escribir, en vista de la cantidad de tribunas que me han arrebatado, dudo que incida mucho. No obstante, ofrezco una posible explicación, que de alguna manera ya fue insinuada por el propio López Obrador, en la mañanera de Tamaulipas, refiriéndose al PRI.

En la campaña de oposición, desde hace meses, se discute si conviene atacar a López Obrador o a Sheinbaum, o a ambos. Diversos consultores han opinado al respecto (me guardo sus nombres), y el debate, por lo que se ve en los spots y en las redes, no ha sido del todo zanjado. En un video para redes, Xóchitl critica, acertadamente en mi opinión, a su rival por sus mentiras a propósito de la inseguridad en la CDMX, en particular a través de la manipulación de las cifras de homicidios y muertes indeterminadas. Pero críticas de este tipo (o el eufemismo típicamente mexicano de “contraste”) no aparecen por ahora en los spots del PRI, PAN o PRD. Mucho menos hay allí ataques directos y personales, en los límites de lo que permite el INE. Puede haber dos razones que lo expliquen, pero por lo pronto tal vez puse el dedo en la llaga.

Los spots deben alinearse entre ellos, tratándose de una coalición de tres partidos. Si cada quien se va por la libre, el mensaje que sea —es la seguridad, stupid, como escribí aquí hace varios meses— se diluye. Lo cual significa que cada partido tiene veto sobre el conjunto de los spots, aunque no de los videos en redes. Y el PRI no quiere adoptar la campaña negativa, o guerra sucia (la que libró durante tres cuartos de siglo contra todos sus adversarios), por razones aún misteriosas, pero que se pueden adivinar: no quieren antagonizar a quien pueda ser la próxima presidenta de México. Quizás coloque este debate interno en la plaza pública, y AMLO no desea que ganen los partidarios de la campaña negativa: él sabe lo que le saben, o le pueden saber, a él y a su candidata.

Hay quienes sostienen que todo esto puede ser cierto, pero no se debe decir. Depende en boca de quién. Las campañas —he participado en varias— son por definición sigilosas. El análisis, la polémica, los foros de televisión, las tertulias, cenas y comidas son por definición estridentes y controvertidas. Si no, aburren. Entre los lujos que uno se puede permitir al no pertenecer a campaña alguna consiste justamente en la libertad: decir lo que uno se le dé su regalada gana. Ahora sí, cada chango en su mecate.

 

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