Clodovaldo Hernández: La militancia opositora tiene el liderazgo incoherente y contradictorio que se merece

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La explicación luce bastante sencilla, luego de que alguien como Prodigio lo ilumina a uno: es que esas bases, esa militancia opositora se ha contagiado de las mismas enfermedades (contradicción, incoherencia, inconsecuencia). Así que los dirigentes son una representación fiel de sus huestes. Perfecto.

No es que Prodigio quiera difamar ni a los líderes ni a los seguidores. Una observación desapasionada de la historia reciente y la actualidad demuestra que casi todo lo que hoy dice o hace la oposición contradice a lo que dijo o hizo antes. Y en eso coinciden dirigentes y dirigidos, pastores y borregos.

Las paradojas, las discordancias, los contrasentidos carcomen al liderazgo antichavista por todos sus lados y se transmiten como una grave enfermedad al menos a una parte de la militancia. Ese es uno de sus problemas de fondo, uno que existe al margen de lo que haga, bien o mal, su adversario político.

A veces, las antinomias se refieren a hechos o dichos de hace veinticinco, veinte o quince años. Otras tratan de acontecimientos y declaraciones de tiempos más recientes: diez, cinco, tres o dos años. Y en otras oportunidades, hablamos de acciones o dichos de hace apenas unos meses, unas semanas o unos días. Semejante inconsistencia argumental ya debería haber colmado la paciencia de los partidarios y simpatizantes de la oposición. Eso no ha ocurrido porque estamos hablando de una tropa que “se parece igualita” a sus jefes.

Como era de esperarse, en lo que va de año, las incoherencias de los opositores se refieren más que nada al proceso electoral. Tenemos a unos líderes que han rechazado enfáticamente la vía del sufragio en numerosos procesos anteriores, y ahora pretende presentarse como si fueran los abanderados de grupos raigalmente democráticos, fanáticos de las consultas populares, amantes del voto. “Yo te aviso, chirulí”, decían en la Caracas parroquiana del siglo pasado.

Esta contradicción es flagrante en el caso de la extrema derecha, la que encabezó todos los actos violentos de los últimos diez años, desde la descarga de la calentera (o una palabra parecida, dicha por el “moderado” Capriles) en abril de 2013, hasta los entramados de 2023, pasando por dos tandas de disturbios violentos (2014, 2017), un intento de magnicidio (2018), un golpe de Estado fallido (2019) y varias tentativas de invasión extranjera (2019, 2020).

En el extremo del extremo —no podía ser de otra manera— está María Corina Machado, quien rechazó malcriadamente la colaboración del Consejo Nacional Electoral en sus primarias, pero ahora planea ir ante ese organismo, al que no reconoce, a inscribir una candidatura que no puede ser inscrita porque así lo dictaminó el Tribunal Supremo de Justicia, poder público que ella tampoco reconoce, pero ante el cual compareció en diciembre.

Machado es una madeja de contradicciones. En su momento rechazó el Acuerdo de Barbados, pero ahora usa una parte inexistente de ese texto para argumentar el derecho que supuestamente tiene a que se elimine su inhabilitación.

Los partidos del llamado G-4, agrupados en la Plataforma Unitaria (PU) son los firmantes formales del Acuerdo de Barbados, bajo el cual se estableció la ruta para decidir sobre las inhabilitaciones emanadas de la Contraloría General de la República. Esta ruta consistió en concurrir al TSJ, comprometiéndose ambas partes a respetar su sentencia. Ahora dicen que la decisión de ratificar la inhabilitación de Machado viola el acuerdo.

Quienes conocen a esa fauna desde adentro dicen que en realidad no hay contradicción, pues la PU firmó el acuerdo así para dejar por fuera a Machado, que habrá triunfado en sus primarias, pero no se ha ganado nunca la banda de Miss Simpatía en los certámenes internos. Detrás de los movimientos de piezas de los dirigentes de la Plataforma y de la representante de la rancia oligarquía está la disputa por el liderazgo de la oposición, no tanto porque sea un cargo apetecible políticamente, sino por el acceso que da al control del dinero que Estados Unidos y otros países le roban a Venezuela, manteniendo la ficción del gobierno interino.

Sigamos con las incoherencias. La PU se llama “unitaria”, pero luce más bien como un hexágono de UFC, ese “deporte” de combate en el que vale casi todo, salvo meterle el dedo en el ojo al contrario. Las pescozadas trascienden las fronteras, al punto de que el veterano Ramos Allup fue España a ponerle la piedra a Voluntad Popular como miembro de la Internacional Socialista (no es un chiste) y logró que echaran a la franquicia de Leopoldo López de ese club de partidos de derecha que se hacen pasar como de izquierda.

Volviendo al tema electoral, las oposiciones (las violentas y las apaciguadas) siempre remachan palabras como dictadura, tiranía y régimen para referirse al gobierno constitucional. Y entonces, presenciamos situaciones tan absurdas e incomprensibles como que ese gobierno supuestamente autoritario y antidemócratico haya estimulado una consulta nacional para fijar la fecha de las elecciones, un proceso en el que, hasta ahora, se enfrentará el aspirante de “la dictadura” contra entre catorce y dieciocho candidatos opositores. ¿Cuántos abanderados habría entonces si estuviésemos en democracia?

En la referida consulta, la PU, que es el tolete más mediático (no necesariamente el más grande) de ese espectro de opositores, fue la que no quiso juntarse con la chusma, es decir, con el resto del antichavismo. Su unidad, prendida con alfileres, no incluye a un montón de partidos y dirigentes que también califican como opositores.

[Los insultos que los de la PU le lanzan al resto dejan pálidos a los epítetos más lacerantes inventados por dos grandes de la especialidad: el comandante Chávez y el diputado Diosdado Cabello. Chávez acuñó la palabra “escuálidos”, que luce bastante bonita, incluso poética, si se le compara con “alacranes” y otras peores que emplean como fusta los platafórmicos en contra de otros opositores. Pero ese es otro tema].

Queremos elecciones… no queremos elecciones

El asunto de la fecha de las elecciones ha disparado los desacuerdos de los dirigentes con respecto a sí mismos hasta un nivel chistoso.

Casi todos (pirómanos y moderados) comenzaron 2024 clamando por una fecha para las elecciones y un cronograma para llegar a ella. Como de costumbre, la estrategia consistió en comparar negativamente a Venezuela con los países “democráticos”. Dijeron que ya en todas las demás naciones en las que hay elecciones pautadas para este año, se tenía la fecha precisa, en cambio nosotros navegábamos en las aguas procelosas de la incertidumbre.

Trascurridos poco más de dos meses, luego de un amplio llamado a consultas, se acordó la fecha del 28 de julio para las presidenciales. Ahora, los mismos que amenazaban con declararse en huelga de hambre hasta que se estableciera el día de los comicios, andan por ahí diciendo que no les gusta porque es demasiado pronto; porque es la fecha de nacimiento de Chávez; o porque es un tiempo de vacaciones y de graduaciones de bachiller y ya tienen pasajes comprados para Punta Cana.

Entre los líderes opositores más contradictorios, incoherentes y disonantes están, ¡válgame Dios!, los de ese partido confesional (e inconfesable) llamado Conferencia Episcopal Venezolana, a quienes —lo afirmo como observador pagano— Jesús hubiese tratado como lo hizo con los escribas y fariseos, comparándolos con los sepulcros blanqueados porque “os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad”.

Resulta que los monseñores empezaron el año rasgándose sus sotanas hechas a la medida para exigir una fecha de elecciones, pero cuando los convocaron a hablar del tema en la Asamblea Nacional no asistieron. Al parecer, como decía mi recordado amigo Roberto Hernández Montoya, estaban en un retiro espiritual, consagrados a la oración.

Una manera de ser

Más allá de las elecciones, hay tantos otros temas en los que germinan y florecen los contrasentidos opositores que sería necesario no un artículo, sino un libro para abarcarlos todos. Entre ellos está su postura ante el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales.

El antichavismo radical ha pedido y sigue pidiendo bloqueos, sanciones y cosas peores, al tiempo que niega haberlos pedido (perdonen los retruécanos, pero es que ellos son así). Y casi todo el antichavismo moderado sólo los condenó cuando se convenció de que iba a fracasar la estrategia de “cambio de régimen” por la vía de la asfixia al pueblo.

El liderazgo opositor (y sus seguidores contagiados) promueven el juicio por  crímenes de lesa humanidad contra el presidente Maduro y para ello reciben el respaldo de asesinos y genocidas que, si el mundo fuese justo, estarían en prisión (por la medida chiquita), como el presidente y los expresidentes de Estados Unidos y todos los que han sido secretarios de Estado, de Defensa y directores de la CIA; el Matarife Uribe y sus secuaces Santos y Duque y paremos de contar para que este texto no quede ahogado en sangre.

Dicen ser defensores de derechos humanos, pero apoyan —abiertamente o con el silencio cómplice— el exterminio sionista de Palestina.

Y, para cerrar por lo pronto con un ejemplo de nuestro campo de especialización, veamos esta perla de contradicción: Los mismos que cerraron “esa basura que se llama el Canal 8” y persiguieron a los comunicadores populares el 12 de abril de 2002; los mismos que defendieron el derecho de Europa y Estados Unidos a bloquear a RT, Sputnik y otros medios rusos para que no den su punto de vista sobre la guerra en Ucrania; los mismos que intentaron robarse teleSUR para convertirla en un medio estilo Matacura; los mismos que están de acuerdo con que a Julián Assange lo extraditen y lo condenen en Estados Unidos a 176 años de cárcel por difundir información; los mismos que aplauden al esperpéntico Miley por cerrar Télam a punta de pistola… esos mismos denuncian como una inaceptable violación a la libertad de expresión que se bloquee la emisión de DW, televisora que antes difamaba a Venezuela con cierta rigurosidad alemana, pero ahora se desbocó y actúa como un medio mayamero, bogotano o bonaerense cualquiera.

Y lo peor de todo —dice Prodigio— es que los seguidores de ese liderazgo captan el contrasentido, las paradojas, las discordancias, las incoherencias, pero les parecen válidas. Tienen el liderazgo que se merecen.

 

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