El capitalismo, como todo modelo, cambia, muta. “Per se move”.
“Per se move”, dijo Galileo. Pese lo que hagamos o digamos, según supuestamente sustentados en la fe, la realidad está allí y se comporta como tal.
Pese los dogmas de la iglesia de entonces que acusaban a Galileo de violarlos, al decir que el planeta se movía, él usó aquella frase. Es decir, pese lo que dijesen y hasta a él mismo se viese obligado a decir o acatar, la tierra seguiría moviéndose.
Parecemos vivir anclados en posiciones extremas. Y esto no sólo es una sentencia a lo interno de Venezuela sino al mundo todo.
Y es que el mundo se mueve, bambolea, el modelo cambia, porque la sociedad toda está en movimiento. El proceso de cambio de un modelo de sociedad a otro, como el nacimiento o surgimiento de distintas relaciones de producción, digamos a manera de ejemplo, del feudalismo al capitalismo, fue y suele ser lento, porque es complicado el cambio de esas relaciones y lo es más, en estos tiempos, cuando quienes ejercen el dominio están conscientes del movimiento, manejan muchas argucias que no son simples mañas o quiebres de muñecas, sino alta tecnología y un poderoso control social para lo que ella ofrece un seguro y hasta cada vez más original mecanismo. Mientras quienes sueñan con cambiarlo más pronto y distante, no hallan, ni siquiera como insertarse en el mecanismo que les permita cumplir sus metas. Como supuestos mecánicos automotrices que no alcanzan ni siquiera a diagnosticar los males o fallas del vehículo. Ellos, sin que lleguen a darse cuenta, son engullidos, digeridos y hasta pulverizados por el cambio, puestos en desecho, sin que lleguen de ello a percatarse.
Un amigo, historiador, docente en su área y escritor, conocido en Venezuela, ahora viviendo en el exterior, por su origen, vínculos y necesidad de estar en familia, me contó unos años a atrás, como un grupo de trabajadores, entre ellos ingenieros con conocimiento sobre aspectos de la industria petrolera, tomaron la iniciativa de crear una pequeña industria, bajo un ideado ensayo de relaciones de producción socialista, a manera de experimento, como es pertinente hacer, según lo que he sostenido antes, para fabricar piezas demandadas por la industria petrolera venezolana, específicamente PDVSA. Eran los tiempos de Rafael Ramírez al frente de nuestra principal industria. Y además, era resultado de lo dispuesto en la constitución acerca de las formas de propiedad y una oportunidad para darle impulso a un significativo experimento.
Charles Darwin, en “El origen de las especies”, sentenció algo trascendente, como que, “los seres especializados son débiles” y en este caso, tal ensayo, nació con un tiro en el ala, intentó especializarse en producir piezas para una empresa en particular que, además, estaba bajo el control del Estado.
La historia de este asunto terminó que PDVSA, nunca se mostró interesada en comprarle a aquellos osados, creativos, que intentaban echar las bases de unas nuevas relaciones, aparte de servirle a una empresa estatal, sin entregarse a ella, su producto. Es pertinente pensar que, por razones inherentes al capitalismo, los compromisos, a la industria estatal le pareció más racional y pertinente seguirle comprando a su viejo cliente o servidor extranjero.
Pero no es descartable que, la dirigencia petrolera, no estuviese de manera deliberada dispuesta a prestarle apoyo a tales iniciativas emergidas, digamos como de manera convencional, sin el control privado y tampoco estatal. Pues es por demás evidente, que la concepción determinante acerca de la construcción del socialismo, piensa que esto debe estar sujeto al control y decisión de la vanguardia, la misma que maneja el Estado.
Y esas relaciones de producción, emergidas de esa manera, sin sujeción del Estado y sin que la iniciativa emerja del mismo y bajo sus normas, para muchos estatistas y burócratas son ajenas al socialismo, más si ellas, cuando a ese organismo o institución, el Estado, manejado por una vanguardia, las nuevas relaciones, se pudieran convertir en una fuerza de cambio independiente y hasta competitiva, que lo debe ser, pero no entra en los cánones tradicionales. Simplemente porque quienes le dan prioridad al Estado, poder absoluto para decidir y controlar en demasía el hacer del movimiento popular, nada tienen que ver con la idea del cambio de la sociedad y, en consecuencia, en el nacimiento de relaciones nuevas e independientes. Y le dan pertinencia al Estado, curiosamente esas “vanguardias” a veces hasta enardecidas contra éste, por ser declarada y conscientemente capitalista, cuando aspiran acceder al control de aquel e intentar hacer lo que creen poder.
Para ellos, la lucha por el cambio está en controlar al Estado y hacer lo que la vanguardia determine, que pudiera ser incluso mantener lo existente y sólo hacer cambios formales, como sustituir a unos poderes capitalistas por otros. Que el estatal supla al privado cuando mucho y tampoco de manera absoluta, sino en lo suficiente para conservar el poder y control de parte de las casta o vanguardia de acero. Lo que no es ajeno a una dura y enconada lucha que distrae y hasta crea falsas expectativas.
Por esto, si el cambio de modelo, de capitalismo a feudalismo fue complejo, largo, pero convincente, como para que “El conde de Salinas o Gato Pardo”, dijese, “cambiemos para que nada cambie”, para el capitalismo es fácil resolver sus crisis, dado su mayor conocimiento y recursos científicos, de alienación, a lo que los viejos teóricos del socialismo no valoraron, dado que ni siquiera en eso, llegaron a soñar. El capitalismo en movimiento crea sus salidas y, sus crisis periódicas las supera con creatividad, más cuando quienes creen combatirlo, no saben aprovechar las circunstancias, pues ni siquiera intentan crear sus bases de operaciones.
La lucha por el salario, por distintas razones sigue siendo importante y ni es necesario alegar aquí por qué. Pero no es suficiente para producir un cambio sustantivo, cualitativo en la sociedad. Hace falta otra actitud como que las vanguardias, en lugar de vivir soñando con fusiles y hasta escudando su incompetencia en el soñar con ellos, se sumerjan en el modelo existente y aparte de valerse de las oportunidades, ventajas que tienen, como acceder a mecanismos del Estado, como el Poder legislativo, concejos municipales, etc., e indaguen el carácter de los cambios que se dan y pueden darse y en ellos se inserten.
Pareciera evidente que quienes desempeñan el rol de vanguardias, parecieran más interesados en hacer gestos simbólicos contra el modelo existente, hasta denunciar sus deficiencias, injusticias e intentar incorporar cada vez más gente a las tareas de “publicidad”, inherente a la militancia común, en las que ponen énfasis, pero nada por insertarse en el movimiento popular, particularmente los trabajadores, con el ánimo de buscar formas, descubrir espacios y posibilidades para desatar iniciativas de organización que tengan que ver con el proceso productivo. Vive esa vanguardia como esperando que algo inusitado, un huracán o explosión se produzca, para montarse sobre el mismo, sin percatarse que, con frecuencia eso sucede y ellos se quedan parados en el andén, sin percatarse siquiera del paso del tren.
El empeño fundamental pareciera construir partido, de esos que a sus militantes incitan al trabajo y la inserción con la gente con fines puramente políticos, la búsqueda de votos o simple respaldo para lo que tienen preconcebido, lo ya tradicional, por lo que terminan siempre siendo muy reducidos y formados por gente, en veces muy intelectualizada, pero distanciada del mundo real.
El modelo ha generado variantes en las relaciones de producción como ahora el delivery, tal como el viejo operario o ayudante del artesano en el modelo feudal, que las vanguardias no pueden ignorar y al contrario, deberían insertárseles, pero no con fines puramente políticos y economicistas, para ligarlos a la militancia, sino para promover y hasta profundizar el rol de esos cambios, nuevas formas en las relaciones de producción y ayudarles, con su orientación, por su supuesta mayor visión social, a un desarrollo que pudiera implicar significativos cambios a nivel personal y colectivo.
Si se opera desde el Estado, supuestamente con la idea de contribuir con los cambios en el modelo, lo pertinente es permitirles a esas formas nuevas que se desarrollen con lo inherente a su clase o grupo social, sus deseos, prácticas. La mejor manera de ayudarles es ofrecerles ventajas para que crezcan y se desarrollen, sin obviar la presencia de las vanguardias, pero sí cuidándose que el Estado no se meta a controlar indebidamente, como es la tendencia inercial de éste ante toda manifestación de cambiar o moverse libremente de cualquier cuerpo social. El Estado no genera formas de cambio, ellas emergen de la multitud, de las relaciones entre la gente. A él sólo le corresponde irle dando forma, sustento a lo creado y tal como va siendo creado y cambiado. Generalmente, cuando el Estado, salvo particularidades, nada difíciles de aprehender, intenta convertirse en participante, como propietario directo en las relaciones de producción, creando empresas estatales, estas terminan en la quiebra, entre otras cosas, “porque el ojo del amo”, que puede ser un colectivo, es el adecuado “para cuidar al caballo”.
Por lo anterior, siempre he dicho que, la Ley de Comunas no debió haber nacido antes que estas, pues por el procedimiento adoptado, ya el Estado determinó cómo deben ser ellas, dependientes de él y lo que es peor, antes de nacer, les creó un cerco y lejos de ser un parto de la comunidad, de las masas, fue un engendro estatal que, como tal, este maneja, controla y le quita toda iniciática, creatividad y posibilidad de desarrollarse de manera independiente y convertirse en una fuerza de cambio. Pues desde que nace ya está sujeta a un amo que la encadena a fuerza de una ley que ella no ha elaborado y no es el fruto de un trabajo verdadero por el cambio.
Recientemente, cuando un organismo del Estado, intentó atar a quienes vienen generando esa nueva relación que llaman delivery, mediante una disposición que les obliga a pagar impuestos, cometió un error, como darle u turo en un ala a una cosa nueva entre nosotros que pudiera, en el futuro, ser una importante fuerza de cambio. Por ahora, quienes trabajan de repartidores, como se les llamaba antes a quienes en determinados negocios hacían ese rol por cuenta del propietario del negocio, ahora en lo que llaman delivery, tanto el vehículo como otros instrumentos, entre los que entra en juego el equipo y el teléfono, son propiedad del repartidor o trabajador y esto les da cierta libertad y capacidad para tomar iniciativas.
Claro, uno sabe que el Estado, como ya dijimos, actúa de manera inercial y tiende a comportarse de acuerdo a lo habitual de la clase dominante, nunca en favor del cambio. Pero dado que la sociedad donde vivimos, a quienes la fuerza del cambio incita, no deja de brindarles, por obligación de subsistencia, oportunidades de participar, estamos obligados a aprovechar, de la manera más inteligente, el acceso a esos mecanismos.
Siempre he dicho que, hasta una simple representación en una concejalía es una oportunidad para sembrar semillas de cambio. Pero no basta el buen deseo y hasta disposición, sino que quienes tengan acceso a esos espacios o representaciones sepan ejercerlas con pertinencia.
No es suficiente llegar al gobierno o “cambiar” el mismo, “quitemos a este para poner a aquél, el nuestro”; sino para lograr los cambios anhelados hay que contar con un frente amplio, un programa, un compromiso bien equilibrado y convencimiento que los candidatos o candidatas, de verdad, están dentro del proceder de cambios que esperamos. Lo racional debe privar ante lo emocional y los buenos deseos.