Muchos se aferran a formas caducas y cuando menos lo esperan una espita se abre y se desinflan cual globo pinchado. Lo mismo le sucede a sistemas políticos que ignoran la renovación y el cambio. Pueden durar hasta la edad madura -50 años se mantuvo el sistema político venezolano conocido como ‘etapa democrática”- o languidecer de adolescentes e incluso de niños.
Lo sustitutivo se va edificando sobre las ruinas de lo anterior, pero a la amalgama hay que ponerle nuevas ideas y conceptos, pues bien puede suceder que se elabore una mala copia del pasado lo que conlleva a males mayores. La corrupción, enfermedad que liquida a muchos procesos históricos y se filtra en las nuevas paredes, proviene de herederos políticos que no participaron en los sacrificios de la edificación y se dedican al gasto ilimitado bajo los aplausos de una claque que celebra con indignidad lo que los dueños del poder proponen, por más descabellado que suene.
Las concepciones que dieron origen a las bases del sistema democrático han permanecido inalteradas más allá de lo conveniente y hacen agua. La organización política que conocemos se deshace empujada hacia el closet por un cansancio obvio y manifiesto que los gobernantes no comprenden y por las exigencias propias de un cuerpo que necesita estructurarse con nuevos ingredientes.
Los problemas del presente son tales que la comprensión de quienes deberían tomar decisiones se ve limitada por una sorprendente “administración de la normalidad” o la recurrencia a soluciones empañadas por procederes ya caducos. La colocación de parches sobre los grandes problemas es algo recurrente en la historia y los gestos, más de las veces simple grandilocuencia, sustituyen a las grandes decisiones de fondo que deberían tomarse.
En el caso de este preciado sistema político llamado democracia el óxido se ha amontonado hasta el punto de formar palancas que trancan el accionar de las ruedas con la consecuente usurpación a la gente y el enquistamiento de una clase usufructuaria.
Se envejecen las “políticas”, como la económica supeditada a la ganancia y a un libre ejercicio por los mercados. Cuando los parámetros descritos se muestran destructivos todo cambia a su alrededor, desde el balance entre consumo y ahorro, los elementos vivienda, transporte, ocio, los equilibrios presupuestarios, las urgencias de las deudas públicas.
Se envejecen las construcciones humanas. Es de Perogrullo recordarlo, pero quizás como pocas veces antes hay una tal repetición de comportamientos, un empeño en resolver con los viejos métodos y una persistencia en aferrarse a los marchito, que no cabe más remedio que repetirlo: hay políticos que a diario nos recuerdan el declive.
@tlopezmelendez