Sucre es un territorio bendecido por la naturaleza. Tiene hermosos paisajes para incentivar proyectos turísticos que son fundamentales en la economía. Además, cuenta con excelentes espacios aptos para el desarrollo de la agroindustria, ganadería, pesca, acuicultura, explotación salinera y gasífera, entre otras. Lamentablemente, no cuenta con buenos gerentes públicos para acometer, con todas esas potencialidades, el desarrollo sustentable de este paraíso oriental y elevar sustancialmente la calidad de vida de sus habitantes.
La demagogia, el populismo, la corrupción, el acentuado centralismo y la poca cultura emprendedora han obstaculizado el progreso de esta entidad regional, condenándola a un cuadro de conformismo y pobreza extrema. Resulta paradójico que un territorio con tantas bondades geográficas sea una de las más empobrecidas de nuestro país. La politiquería se ha impuesto por encima de la voluntad y espíritu de superación de un colectivo.
Las infrahumanas condiciones de vida del sucrense se agudizan más ante la falta de funcionamiento de los servicios públicos y el desempleo galopante. La gente tiene que hacer milagros, ingresa a la economía informal o realiza una actividad indecorosa para medio comer y cubrir sus necesidades vitales. Esa es la realidad de un pueblo asentado en la parte noreste de Venezuela, con gobernantes que derrochan a granel y se burlan del sufrimiento colectivo.
Hoy con indignación observamos cómo se nos va la vida y no hay ningún tipo de reacción ciudadana. Los apagones (llamados “ahorro energético” por los entes competentes) hacen estragos a todo momento y la gente pareciera acostumbrarse, como si fuera algo normal. Precisamente, los regímenes totalitarios juegan a eso. Llevan a cabo una sistemática campaña propagandística orientada a alienar (o “lavar el cerebro”) a la población para que se acostumbra a vivir en calamidades.
Sucre está inmerso en una profunda crisis económica, moral y cultural que requiere ser erradicada de una vez por toda. Por allí vemos la grave situación de los jubilados de las salinas de Araya, el desmantelamiento del Central Azucarero de Cumanacoa y la lucha de sus cañicultores, las aguas estancadas de Cumaná, el desvalijamiento de la UDO-Núcleo de Sucre y es como si nada pasara.
Estamos inmersos en una quietud generalizada, mientras los desalmados gobernantes hacen lo que les dé la gana. La pobreza y el hambre a golpean cada vez más a los sucrenses, como al resto de los venezolanos, y pareciera no importar para nada. Lo peor que le puede ocurrir a una sociedad es perder su memoria y acostumbrarse. Es tiempo de reflexionar, organizarse y luchar por superar este cuadro de calamidades que golpea a los sucrenses y apostar a un cambio. ¡Es ahora o nunca!
Politólogo y Profesor Universitario