Durante muchos años, se ha considerado a Ohio un estado barómetro: salvo raras excepciones, quien ganaba en Ohio en unas elecciones presidenciales ganaba en el conjunto de la nación. Pero en 2020, Donald Trump ganó en Ohio por unos ocho puntos, a pesar de que Joe Biden lideraba el voto popular nacional por más de cuatro puntos y, por supuesto, ganó el voto del Colegio Electoral. Más tarde, en las elecciones al Senado de Ohio de 2022, el ganador fue JD Vance, que ha apostado por una posición ideológica de línea dura que puede ser más decididamente Maga (siglas del eslógan Make America Great Again, Hagamos grande América otra vez) que la del propio Trump. Y en las primarias republicanas al Senado del martes, el respaldo de Trump fue suficiente para que Bernie Moreno, un antiguo vendedor de coches que nunca ha ocupado un cargo electo, venciera a los candidatos preferidos del relativamente moderado establishment republicano del Estado.
Así que he estado tratando de entender lo que ha pasado en Ohio, y lo que puede enseñarnos sobre el futuro de Estados Unidos. Mi respuesta breve es que los Estados Unidos de América se han convertido en los Estados Desconectados de América, en varios sentidos. Hubo un tiempo en que la posición de Ohio como barómetro podía explicarse por el hecho de que, en cierto sentido, se parecía a Estados Unidos. En los tiempos que corren, ningún estado se parece realmente a Estados Unidos, porque la fortuna económica de las distintas regiones ha divergido de forma drástica. Y Ohio se ha visto en el lado perdedor de esa divergencia.
Cabría esperar que los votantes de Ohio apoyaran a políticos cuyos programas ayudaran a invertir este declive relativo. Pero existe una sorprendente desconexión entre quiénes perciben los votantes que están de su lado y las políticas reales de los políticos. También se aprecia una desconexión llamativa entre las opiniones de los votantes sobre lo que está ocurriendo con la economía y sus experiencias personales. Todo son vibraciones.
Vale, algunos hechos. Una forma rápida de ver la divergencia en las fortunas regionales es comparar la renta per cápita de un determinado Estado con la renta de un Estado relativamente rico como Massachusetts. Durante la expansión tras la Segunda Guerra Mundial y que duró una generación, Ohio y Massachusetts estaban básicamente empatados. Sin embargo, desde 1980 más o menos, Ohio ha experimentado una larga caída relativa; su renta es ahora aproximadamente un tercio inferior a la de Massachusetts.
Esto se debe en buena medida a la pérdida de puestos de trabajo bien remunerados en el sector de la fabricación. En Ohio hay muchos menos empleos en las fábricas que antes, en parte debido a la competencia extranjera, aunque la desindustrialización ha tenido lugar en casi todas partes, incluso en Alemania, que registra enormes superávits comerciales. Y los salarios de los trabajadores de la producción en Ohio llevan 20 años por detrás de la inflación. Probablemente esto tenga mucho que ver con el hundimiento de los sindicatos, que solían representar a una cuarta parte de los trabajadores del sector privado de Ohio, pero que están desapareciendo de escena.
En términos más generales, la economía del siglo XXI ha favorecido a las zonas metropolitanas con mano de obra altamente cualificada; Ohio, con su porcentaje relativamente bajo de adultos con estudios universitarios, se ha quedado atrás. Así que tiene sentido que los votantes de Ohio se sientan descontentos. Pero, insisto, cabría esperar que los votantes descontentos apoyaran a los políticos que realmente intentan resolver los problemas del Estado. El Gobierno de Biden esperaba que sus políticas industriales, que han dado lugar a un aumento de la inversión en el sector manufacturero, ganaran más votantes de clase trabajadora. También se podría haber esperado que los demócratas obtuvieran algún dividendo del hecho de que el desempleo en Ohio es ahora más bajo de lo que era con Trump, incluso antes de que estallara la pandemia de covid. Pero no parece que haya ocurrido.
¿Y qué hay de Trump? En la mayoría de los aspectos gobernó como un republicano de derechas convencional, intentando entre otras cosas revertir el éxito del Obamacare. Sin embargo, Trump rompió con la ortodoxia del partido al lanzar una guerra comercial, con aranceles considerables sobre algunas importaciones manufacturadas.
Desde un punto de vista económico, la guerra comercial fracasó. Un nuevo documento, entre cuyos redactores se encuentran los autores del análisis original sobre el “shock de China”, confirma los resultados de otros estudios que concluyen que los aranceles de Trump no impulsaron el empleo en las fábricas. Los autores van más allá y desglosan los efectos regionales; en concreto, descubren que la guerra comercial “no ha proporcionado ayuda económica a la zona interior de Estados Unidos.” Sin embargo, hallan que la guerra comercial parece haber sido un éxito político. Las regiones cuyas industrias se vieron protegidas por los aranceles se volvieron más propensas a votar por Trump y por los republicanos en general, a pesar de que los aranceles no se tradujeron en un aumento del empleo. Esto, como los autores señalan con bastante discreción, es “coherente con las opiniones explícitas sobre la política”. Es decir, en 2020, muchos votantes de clase trabajadora en Ohio y otros lugares consideraban que Trump estaba de su lado a pesar de que sus políticas no les ayudaron. Y si nos fijamos en algunos de los sondeos actuales, parece que se niegan a atribuir a Biden el mérito por las políticas que realmente ayudan a los trabajadores.
No voy a hacer una predicción para noviembre. La percepción sobre la economía ha mejorado, aunque siga baja. De modo que la economía puede ser lo suficientemente buena como para que otros temas, entre ellos los derechos reproductivos, lleven a Biden a la victoria. Pero es perturbador lo desconectadas que están las opiniones sobre los políticos de lo que estos hacen realmente.
Premio Nobel de Economía