Juan Antonio Sacaluga: Hipocresía y estrategia

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Se cumplen seis meses desde el inicio de la aniquilación de Gaza y no se avista una conclusión decente. El martirio de la población palestina continúa, el rescate de los israelíes en poder de Hamas no está asegurado y la destrucción total de las milicias islamistas parece aún lejana. La operación militar ha sido un desastre; la actuación occidental, lamentable; el papel de las potencias árabes, servicial, una vez más; la ONU ha sido vejada y, peor aún, castigada con la muerte de algunos de sus trabajadores sobre el terreno; las ong’s, como la del cocinero José Andrés, han pagado con sangre (casi 200 muertos) la asistencia a la población indefensa.

Israel ha actuado como se temía: con desprecio absoluto de una legalidad internacional que lleva décadas ignorando o manipulando a su antojo y conveniencia, pretextando su sacrosanto “derecho a la defensa y a la seguridad”, mediante actuaciones que atentan cada día contra la seguridad y la defensa de quienes no se resignar aceptar sus intereses políticos, militares y económicos impuestos por la fuerza. Por impune que parezca, la estrategia de guerra total y sin límites ha sido un desastre para la consideración internacional del Estado (1). Los propios amigos de Israel, como el veterano negociador americano Dennis Ross aconsejan otra vía (2).

La horrible jornada del 7 de octubre ha servido de justificación para una operación militar que expertos jurídicos han calificado de “genocida” (3). Más ‘diplomático’, el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU, ha estimado que podría serlo, si no se adoptaban “todas las medidas necesarias y efectivas para asegurar la protección de la población” (4). De poco ha servido.

El doble lenguaje de la casa blanca

En la escenificación de la “preocupación” internacional, la partitura la ha escrito y ejecutado Estados Unidos, el gran protector de Israel durante décadas, el cooperador necesario en la conculcación de principios, normas, y resoluciones internacionales de obligado cumplimiento. Mientras a otros países se les ha condenado, sancionado, aislado y/o bombardeado por no cumplir con esos preceptos del mal llamado “orden internacional”, a Israel se le justifica, blinda y alienta de forma sistemática y deliberada.

En la crisis actual, el comportamiento del gobierno extremista israelí ha sido tan brutal y desproporcionado que Estados Unidos se ha visto obligado a desplegar un esfuerzo gigante de relaciones públicas para ser salpicado lo menos posible por la ignominia. Las preocupaciones por la imagen se han complicado con la inminencia de unas elecciones presidenciales y la emergencia de una conciencia crítica en el Partido Demócrata, que ya no traga sin rechistar la impunidad de las actuaciones israelíes (5).

La Administración Biden ha escenificado un “enfado” por los “excesos” de Israel, por su resistencia a no seguir los consejos del protector americano en cuanto a extremar las actuaciones militares para no dañar más a la población civil. Pero a lo más que ha llegado Washington es a no vetar (mediante la abstención) una resolución del CSNU que exigía una tregua para reanudar la ayuda humanitaria.  Sin consecuencias prácticas.

El lenguaje diplomático suele ser irritante para los que defienden la realidad de los hechos, pero en la aniquilación de Gaza se ha convertido en insultante. Después de haber causado la muerte de 33.000 personas, la mayoría de ellas mujeres, ancianos y niños, no puede hablarse con honestidad de “excesos” de “errores de cálculo” o de “imprudencias”.  Hay razones más que de sobra para considerar que, en efecto, hay una intención de acabar, al precio que sea, con la voluntad de resistencia de un pueblo a la ocupación, la subyugación, la humillación y la sumisión a los dictados unilaterales de una potencia que actúa según patrones propios del apartheid, como han denunciado prestigiosas organizaciones de derechos humanos, como Amnesty y Human Rights Watch, entre otras.

En este juego de máscaras de la justificación hipócrita de la masacre puede haber cierta repulsa, en todo caso contenida o sometida a intereses mayores de signo opuesto. Pero la administración norteamericana actual incurre en contradicciones flagrantes que trata de adornar con declaraciones piadosas. Las maniobras de justificación, sin embargo, ya no son aceptadas ni siquiera en buena parte del aparato diplomático propio (6). En la Secretaría de Estado se han escuchado críticas abiertas y denuncias de irregularidades e ilegalidades. En el Senado y en el Congreso, se han elevado voces reclamando que “lo que hagamos sean compatible con lo que decimos”, como ha dicho en tono crítico un senador demócrata por Maryland.

Biden hace gestos a la galería. Amonesta con la boca pequeña a Netanyahu por el empeño de éste en negarse a aplazar el asalto sobre la localidad sureña de Rafah, lo que haría imposible el reparto de ayuda urgente. El hambre no es una amenaza: es una realidad palpable. El asedio y la privación de alimentos constituyen un crimen de guerra. Igual que la destrucción sistemática de servicios públicos esenciales (7). El Banco Mundial estima que las infraestructuras de sanidad y agua han quedado reducidas al 5% de la capacidad existente antes de la guerra. Que los militantes de Hamas puedan usar instalaciones civiles para esconderse, almacenar material de combate o preparar su defensa no justifica la aniquilación masiva.

Pero mientras Biden agita el dedo delante de un Netanyahu indolente, favorece la entrega de armas a Israel para que la operación militar que critica con la boca pequeña continue en toda su amplitud. Se ha sabido esta semana que Estados Unidos ha autorizado la entrega de bombas de 200 libras, que ha sido la munición más utilizada en la devastación de Gaza (8). La Casa Blanca asegura que nunca ha flaqueado en su política de asegurar el derecho de Israel a defenderse. ¿De qué valen entonces las regañinas y los consejos huecos de contención y moderación, si se pone en manos del destructor los medios necesarios para seguir machacando a la población?

En Europa, la incomodidad por la enormidad de lo que está ocurriendo está obligando a ciertos giros en los discursos institucionales. Alemania, una de las grandes defensores de los atropellos israelíes por el peso de la mala conciencia derivada del Holocausto, está empezado a temperar sus discurso de solidaridad ciega con Israel. La llamada “política de Estado” está siendo sacudida por la indefendible actuación israelí. En Londres, el Secretario del Foreing Office se enredó en un juego de palabras e intenciones, al tratar de compatibilizar el “derecho a la defensa de Israel” con la sistemática destrucción de Gaza y la acumulación de violaciones flagrantes de los derechos humanos y las normas de la guerra.

Aunque la justificación de la masacre perpetrada por Israel se va haciendo cada vez más insostenible, se mantiene el discurso falsario del antisemitismo como arma arrojadiza contra quienes cuestionan no solo la actuación del gobierno de Netanyahu, sino también la estrategia sostenida de dominación y expansión del Estado sionista en los territorios palestinos. Los defensores de Israel están a la defensiva, pero por eso mismo se muestran más intolerantes.

El riesgo de las provocaciones

En un intento por internacionalizar el conflicto, Israel ha extendido el riesgo de guerra regional, presente desde un principio. Durante semanas, ha bombardeado las posiciones de Hezbollah en el sur del Líbano, en parte para favorecer el regreso de las poblaciones Israelíes del norte evacuadas después del 7 de octubre, pero también para debilitar al principal agente proiraní en la región. No ha sido suficiente y ha dado un paso más hacia el abismo.

Esta semana, Israel ha atacado el consulado iraní en Damasco y matado a altos mandos de la sección de élite de la Guardia Revolucionaria. De esta forma, el ejército y el Gobierno israelíes no sólo se libran de enemigos peligrosos: también juegan a la espiral de la provocación. Teherán ha tratado de evitar un juego mecánico de represalias, consciente de que puede salir perdedor.

Hay una motivación adicional de Israel: colocarse en la misma longitud de onda de Estados Unidos en el acoso de las fuerzas proiraníes. El Pentágono trata de neutralizar la amenaza de los hutíes yemeníes en el Mar Rojo y reducir la capacidad operativa de las milicias chiíes en Irak y Siria. Si alejamos la lupa de Gaza, las estrategias norteamericana e israelí son totalmente coincidentes. Eso es lo que al final importa, y no las hipócritas manifestaciones de humanidad.

En el interior de Israel, tampoco hay un espíritu crítico de envergadura. Solo una ínfima minoría se siente espantada por lo que está ocurriendo, y difícilmente puede hacerse oír. Las manifestaciones de este fin de semana contra el gobierno reclamaban una negociación para favorecer la recuperación de los rehenes y, si acaso, una operación humanitaria condicionada. Otro vector de las protestas giran en torno a la exención militar de los haredim, los judíos ultraortodoxos de las yeshivas, las escuelas de la Torah. La polémica hace tambalear a un gobierno que necesita el apoyo del extremismo religioso convertido al sionismo más expansionista. El trauma del 7 de octubre ha erosionado profundamente cualquier sentimiento de solidaridad hacia la población palestina. El martirio de Gaza importa ahora muy poco.

Notas:

(1) “War on Gaza: all signs to strategic defeat for Israel”. DAVID HEARST. MIDDLE EAST EYE, 14 de marzo.

(2) “Israel needs a new strategy”. DENNIS ROSS. FOREIGN AFFAIRS, 13 marzo.

(3) “Gaza and the end of rules-based order”. AGNÈS CALLAMARD. FOREIGN AFFAIRS, 15 febrero.

(4) “The IJC delivers a stinging rebuke to Israel over the war on Gaza”. THE ECONOMIST, 26 enero.

(5) “The U.S. and Israel have a ‘major credibility problem’”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 25 marzo.

(6) “Why Biden is not pressuring Israel”. DAVID AARON MILLER. THE NEW YORK TIMES, 14 marzo.

(7) “Destroying Gaza’s Health care system is a war crimen”. ANNIE SPARROW y KENNETH ROTH

(8) “U.S. signs off on more bombs, warplanes for Israel”. JOHN HUDSON. THE WASHINGTON POST, 29 marzo.

 

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