En una sociedad tan agitada, tan convulsionada en perenne anamorfosis urge construir puentes firmes y sólidos por donde puedan pasar con total seguridad las generaciones que vendrán después de nosotros.
La tarea es constituirse en un arquitecto de la viabilidad, donde se edifiquen obras de gran relieve que perduren en el tiempo, no puentes frágiles que puedan derrumbarse fácilmente, ni tampoco muros contundentes que puedan obstaculizar el paso hacia el progreso y evolución de la sociedad en todos sus contextos.
Cada ciudadano debe generar un proceso de autorregulación para hacer frente al avasallamiento mediático, político y de crisis de valores generalizada, donde se mezclan tristeza, ansiedad, ideas negativas, además de reacciones de desesperanza y resignación que les pueden inducir a personas a creer que no hay salida ni posibilidad de entendimiento. Hay que evitar a toda costa ese estado emocional que puede llevar a la mayoría de la sociedad a un nivel de parálisis y bloqueo de toda idea liberadora del individuo.
El llamado es a las dos tendencias políticas que pululan en nuestro país quienes en su afán de poder invisibilizan la oportunidad del reencuentro sano y sincero entre todos los conciudadanos, ya basta de diálogos vacíos, sin ningún fruto, es hora de señalar caminos y otear horizontes. No se puede permitir que la realidad externa genere en el hombre una concepción que lo lleve a creer y convencerlo de que no se puede hacer nada y todo está perdido.
Claro está que la primera motivación del venezolano es el poder, como lo señala el Psicólogo social McLellan y ese referente es el que nos ha llevado a este atolladero a la sima donde nos encontramos en los actuales momentos. El poder se ha convertido en un valor para el individuo, lo ha hecho inherente a su modo de vida y esto es lo que ha traído como consecuencia ese desenfrenado egoísmo personal que no permite abrir espacio a la esperanza, al verdadero reencuentro.
No podemos continuar en la siembra religiosa de la intolerancia sembrada por ambos grupos políticos sumergidos en el radicalismo, con un liderazgo político erróneo y poco asertivo. Entonces los buenos ciudadanos tenemos que sumar fuerzas para erradicar a esos líderes miopes tanto de un lado como del otro y los buenos venezolanos identificar y promover lo mejor de cada individuo y construir, edificar y multiplicar esos valores positivos.
Construir puentes no es fácil, pero tampoco difícil es cuestión de voluntad, sinceridad y escucha objetiva. Para ello debemos fijar nuestras propias prioridades y respetar estos parámetros por el tiempo que sea necesario, no violar nuestros propios principios.
Quienes hacen la construcción de puentes desean y buscan, en su más profunda convicción, dar, las veces que sea necesario lo máximo, ese extra que marcará la gran diferencia.
Los albañiles de buena lid siempre buscan salidas, la acción abandonar nunca está presente en su actuar, se exigen cada día más, sin caer en lo absurdo, más bien convirtiendo la insistencia en una constante, como el respirar.
Una persona constructora de puentes es decidida hasta no más, terca en empeñarse en cumplir lo que busca, ambiciosa en una mejor realidad colectiva.
La superación de la anarquía es trascendental para la convivencia ciudadana, así como para la paz social.
Decídete a construir puentes en vez de muros.