¿En cuántos grupos de WhatsApp está incluido usted, estimado lector? No sé si se ha detenido en algún momento a contarlos. Yo lo he hecho, y he formulado esa misma pregunta a unas cuantas personas. Me han sorprendido las respuestas. Incluso la mía. Pertenezco a ocho grupos relacionados con mi trabajo, y a dos de la urbanización donde vivo. Sigue la cuenta: el grupo de amigos, el grupo de vecinos más allegados, el grupo que comparte noticias, el grupo de la familia, el grupo de la promoción…
Nunca he sido muy partidaria de los grupos de WhatsApp. No porque los considere inútiles; todo lo contrario: creo que constituyen un canal rápido y eficiente para recibir y enviar información a muchas personas en poco tiempo. De hecho, existen familias que se mantienen al tanto de lo que hace cada uno de sus miembros gracias a los grupos de WhatsApp, especialmente con la diasporización venezolana. Pero las ventajas de los grupos de esta aplicación no solo se quedan en lo familiar. En pandemia, los grupos de WhatsApp se convirtieron en mis aulas de clase, y la experiencia fue enriquecedora, hasta el punto de que, cada año, creo un grupo de WhatsApp con mis alumnos, como una especie de extensión de las clases que tenemos en el espacio físico.
Sin embargo, cuando estos grupos no tienen normas bien definidas sobre la temática, la hora límite para enviar información, o sobre la necesidad de verificar los contenidos antes de compartirlos, se convierten en canales de desinformación. Y cuando se utilizan para sustituir espacios en los que debería haber debate, y se prohíbe que los miembros del grupo opinen con la excusa de no colapsar el canal con “dimes y diretes”, en lugar de conseguir que sean grupos para la comunicación, para establecer y fortalecer el vínculo comunicativo, lo que se logra es que sean grupos para la incomunicación, según las ideas que tomo del psiquiatra Carlos Castilla del Pino y de un profesor nuestro, José Sosa.
Afirma Castilla del Pino que, paradójicamente, en una sociedad llamada sociedad de la comunicación, la “incomunicación es vivida como ilusoria comunicación”. ¿Por qué sucede esto? Una de tantas respuestas podemos obtenerla de Sosa, quien, al hablar de incomunicación, explica que “se produce por múltiples ruidos, incertidumbre y ambigüedades que funcionan como insuficiencias”.
Ello es precisamente lo que sucede con los grupos de WhatsApp, no por causa de la herramienta, sino por el mal uso que hacemos de ella. Hay información, en tanto volumen, de tantos temas distintos, y algunas veces tan irrelevante, que termina convirtiéndose en ruido. O, dicho de otra manera, en infoxicación.
A ello se suma la falta de reglas que deben existir en todo grupo y que generan dudas sobre la finalidad de estos; incluso hacen que se llegue a cuestionar su utilidad. La hora de publicación, por ejemplo, es una de las tantas reglas que deben existir en los grupos, para evitar que las personas envíen contenido a medianoche o inclusive más tarde.
En relación con el tiempo, también es posible hablar de los grupos que funcionan como sustitutos de sesiones de debate. Estos dejan de tener sentido cuando las votaciones se alargan por mucho tiempo, debido a muchas razones: Algún miembro se conectó tarde, otro no tenía electricidad, otro no tenía conexión a internet, etc. Los miembros, más allá de explicar su excusa por “llegar” tarde, manifestar su presencia y aprobar lo agendado, terminan el día sin saber realmente qué sucedió, porque ¿quién puede estar pendiente de lo que sucede en un grupo de WhatsApp desde las seis de la mañana hasta las siete de la noche? Sobre todo, si en medio de lo importante, que es la agenda de temas y la discusión que debería producirse sobre ellos, debe leer que fulano no tenía electricidad o internet, o simplemente olvidó revisar las notificaciones.
Lo irrelevante también es desinformación
El sociólogo estadounidense Neil Postman señala que “la forma más clara de ver a través de una cultura es prestar atención a sus instrumentos de conversación”. Por supuesto, que estamos revisando de forma muy rápida solo uno de estos instrumentos. Pero, si tomamos en cuenta que el número de usuarios activos de WhatsApp a escala global sobrepasa los dos mil millones, y que en promedio los usuarios usan la aplicación diecisiete horas al día, bien vale la pena evaluar el uso que le estamos dando a este canal de mensajería instantánea, que algunos consideran el más popular del mundo.
Entonces, el asunto está en: ¿Cómo y para qué estamos usando los grupos de WhatsApp? ¿Para informar o para desinformar? ¿Para mantenernos comunicados o para propiciar la incomunicación? ¿Abunda la información irrelevante que opaca la que verdaderamente tiene relevancia? ¿Fomentamos la infoxicación?
Y es que no solo los bulos generan desinformación. Para Postman, la información “irrevelante, fragmentada o superficial” también lo hace, porque “crea la ilusión de que sabemos algo” cuando realmente nos aleja de saber. Es que incluso tantos grupos y tanta información nos hace pensar que estamos muy comunicados, cuando realmente estamos cayendo en la incomunicación. ¿A usted no le ha pasado que solo vacía el chat cuando no le da tiempo de revisar todo lo que se publica durante el día en un grupo de WhatsApp? Definitivamente los contenidos de calidad se pierden ante la cantidad.
En este punto, es válido recordar que no hay que dar por hecha la comunicación con solo crear o pertenecer a un grupo de mensajería instantánea. Así como también es imprescindible resaltar que mi preocupación, más que por el aumento de los grupos de WhatsApp a los que pertenecemos, es por la falta de interés en leernos en ellos; más que por la abundancia de información que estamos recibiendo, por la información valiosa de la cual esa misma abundancia puede privarnos. Mi preocupación es que lo importante se transforme en algo trivial. Finalmente, mi inquietud, querido lector, es que, en medio de tantos mensajes, hemos dejado de leernos y de respondernos. Hemos dejado de comunicarnos.
Dra. en Ciencias Humanas. Jefa de la Escuela de Comunicación Social, ULA Táchira.