Hay varias definiciones de milagro. Depende de la óptica y opinión de cada uno. Pero dependiendo de los resultados de algún evento se puede calificar algo como un milagro. La noche del 13 de abril y madrugada del 14 de abril de 2024, fueron disparados sobre Israel más de trescientos artefactos voladores con carga letal. Los tiempos de llegada se estimaron entre dos y doce horas, dependiendo del artefacto y de su punto de partida. Drones con explosivos, misiles y cohetes.
El potente ataque sobre Israel mantuvo durante varias horas en angustia a la población de Israel, y a todos quienes tienen un familiar, amigo o simpatía por el pequeño país. Los explosivos que estaban en camino eran mortales, la espera de su arribo constituyó una tortura de varias horas. Parte de la guerra psicológica que con tanto tino hacen los enemigos de Israel.
La casi totalidad de los artefactos fueron derribados, inutilizados. Un resultado muy halagador del paraguas defensivo de Israel, con la colaboración de Estados Unidos y otros países. Una noche de gloria para los sistemas de Israel, sus fuerzas de defensa y su población. Pero, en definitiva, un milagro a todas luces, un evento en el cual uno solo de los artefactos que hubiera dado en un blanco sensible hubiera causado muerte y destrucción, además de una sensación de tremenda derrota y frustración. En los difíciles momentos que vive Israel, en guerra por seis largos meses, algo por demás terrible.
Hace casi tres mil años, en una fecha cercana también a Pésaj, la Pascua Judía, el rey Senacherib tenía asediada a Jerusalén con un enorme ejército. La derrota de Israel estaba cantada, la rendición parecía la salida más viable. Por consejo del profeta Isaías, el rey de Yehudá (Judea), Jizkiyahu, no se rindió. Una noche de Seder de Pésaj (cena pascual) anunciaba que el amanecer sería de muerte y destrucción, pues no aceptar la rendición significaba el fin. Pero esa noche, una plaga azotó el campamento de los militares y en la mañana todos estaban muertos. Jerusalén se salvó, el reino de Yehudá no cayó. El rey Jizkiyahu, considerado como un rey justo, no hizo un canto de alabanza, una “shirá”. Muchos opinan que por no haber agradecido como se debía, no llegó el mesías ese mismo día.
Jizkiyahu no era malagradecido. Pero probablemente consideró la salvación de su reino, la plaga que acabó con las tropas de Senacherib, como un evento natural o merecido. Lo propio. Di-s ha de estar con su pueblo, en Él confiaba el rey, como muchos confiamos hoy y siempre. ¿El agradecimiento estaba de sobra? No. El sistema de defensa del pueblo judío había funcionado según lo planeado. La época de Jizkiyahu era de gran cumplimiento y fervor, y además un complicado sistema de acueductos garantizaba la supervivencia de Jerusalén. Entonces quizás se percibió el milagro como una consecuencia natural dado el correcto comportamiento y la preparación previa, y no como eso, como un milagro.
Israel ha invertido recursos humanos y financieros en desarrollar e implementar un sistema de defensa contra misiles y cohetes. También en mantener una Fuerza Aérea de máxima confiabilidad. En un juicio humilde y agradecido, haber tenido estas iniciativas y haberlas implementado, ya es un milagro en sí. Un milagro que algunos ven quizás como algo lógico y natural, otros vemos como gran milagro precisamente por lo lógico, lo natural, lo funcional… y los resultados obtenidos.
Israel como Estado judío y como país, es un verdadero y visible milagro de nuestros días. Desafía todas las estadísticas a las que puedan echarse mano. Rodeado de países enemigos, y con países enemigos allende sus fronteras dispuestos a eliminarlo. Muchos de ellos, si no es que todos, con una disposición a sufrir y morir en el intento. Con enormes recursos económicos y el aval de muchos aliados. Con la complicidad de quienes guardan silencio, con la anuencia de quienes condenan a Israel. Sí. Porque paradójicamente, Israel siendo el agredido, es condenado. Justo al escribir esta nota, se intuye que los amigos de Israel le solicitan no responder al ataque del 13 y 14 de abril, tomar como victoria el resultado de la defensa aérea que evitó daños. Suponemos que tan pronto Israel iniciase una acción militar, si fuera el caso, el temprano apoyo de sus amigos se tornaría en advertencias, desplantes y el antipático argumento de reacción no proporcional. Luego, las condenas de rigor.
La existencia de Israel es un milagro global. Lo ocurrido el 13 y 14 de abril, un evento milagroso que se une a el milagro global. Las horas de angustia no han de olvidarse, y como el rey Jizkiyahu, no cometamos el error de creer que lo ocurrido es algo natural. Con todo y la perfección tecnológica, el alto grado de entrenamiento, la ayuda de Estados Unidos y otros, la disciplina de la población y tantos otros detalles, aplica entender que todo eso y algo más son eso: un milagro.
La tradición judía exige no confiar en la salvación milagrosa, obliga a actuar y prepararse. Es lo que Israel ha hecho y hace. Pero también esa tradición exige agradecer y reconocer los milagros. También aquellos que ocurren a diario y nos pasan casi desapercibidos. Lo del 13 y 14 de abril de 2024… parece muy evidente como para pasar desapercibido.