Eligio Damas: China, sus bombillos, Los artífices del derroche y la obsolescencia planificada

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De Vance Packard, norteamericano, en la década del 60 del siglo pasado, leímos un libro de mucho éxito entre los jóvenes, traducido a nuestra lengua, titulado “Los Artífices del derroche”. Porque, pudiera equivocarme, por eso diré, como es usual en el lenguaje coloquial, “tengo la impresión”, que los jóvenes de mi generación eran muy aficionados a la lectura y eso incluía, como muy particularmente, a quienes ejercían la política. Y quiero poner énfasis que esa ansía de conocer, “estar al día”, bien armado, dado los debates de buena altura que se daban en todos los espacios, incluía a los jóvenes de todas las tendencias, bien sea de AD, antes del nacimiento del MIR y después, en estos más, PCV, URD y COPEI.

Aquellos debates se centraban acerca de la visión del mundo, del modelo y el futuro que cada tendencia tenía y los argumentos fundamentados de la ciencia de la economía, filosofía e historia, coparon buena parte el tiempo y acapararon las palabras. Aunque es bueno advertir que la literatura también entraba en el interés de aquella inquieta juventud, interesada más que en lo inmediato, en el sueño de cambiar el mundo.

Era habitual entonces, tanto en la escuela universitaria, liceos, como aquel donde estudié, el Antonio José de Sucre, espacio de mi tiempo y luego en la UCV y en cada plaza, rincón y hasta bar, que los opuestos, siendo amigos, discutieramos usando aquellos argumentos y recursos. La ofensa y la idiotez escaseaban y para ser precisos, en nuestro espacio juvenil, no tenía cabida.

Los jóvenes estudiantes y hasta obreros de entonces, de aquella Venezuela, no estábamos pensando en cómo insertarse en un negocio, en cómo ponernos en unos reales indebidamente, sino en aprender para poder insertarnos con pertinencia y hasta orgullo en aquellos grupos. Cuando volví a Caracas, a finales de 1958, después de haber estado antes en 1955 hasta el 56, caído ya Pérez Jiménez, solía pasar el mayor número de noches posibles, en los espacios donde aquellos soñadores de “El techo de la ballena” se reunían, para recoger palabras y conceptos que se desparramaban sobre las mesas que ellos ocupaban y se llegaban hasta los alrededores cercanos, donde los aprendices nos sentábamos.

Alguien, profesor de la UCV, me hizo el siguiente comentario mediante pregunta, “¿Te acuerdas cuando éramos estudiantes de la UCV, como en los estacionamientos, los de la plaza del rectorado y de las diferentes escuelas, apenas se veían unos escasos y viejos carros de algunos pocos profesores? Bueno, después del nacimiento del MIR, se colmaron de carros nuevos y relucientes de estudiantes. Betancourt estimuló a los muchachos suyos y los de COPEI a que se comprasen carros, de los nuevos y costosos”.

Por eso, y por tantas cosas, leí el libro de Vance Packard ya mencionado, en el cual habla de la “obsolescencia planificada”. El capital industrial de antes que apareciera aquella obra, después de la segunda guerra mundial, fabricaba piezas, artefactos, para que prácticamente duraran toda la vida y hasta prevaleciera el reciclaje. Se compraba una nevera, un radio y tantas cosas más, que hasta llegaban a la descendencia como herencia y por supuesto, un matrimonio compraba uno para toda la vida. Las hojillas de afeitar nunca se cansaban de hacer su trabajo, cuando mucho en espacios de baja temperatura como la Mérida de entonces, se usaba agua tibia para “aflojar la barba”.

Se envasaban productos, hablo particularmente de los alimenticios y bebidas, refrescos, hasta la leche, en envases de vidrio, lo que permitía el reciclaje y sus respectivas consecuencias, como más bajo costo del producto.

Pero luego el capital empresarial de las fábricas, optó por imponer la obsolescencia, es decir, planificar para que aquellos productos tuviesen una vida corta, no para la eternidad o por lo menos para dos generaciones, sino muchos de ellos para que una sola se viese obligada a comprar más de uno de esos artefactos. La tecnología controlada, empezó a operar de manera que, a cada producto “lo inoculaban” para que tuviese corta vida. De esa manera, se ampliaba el mercado, aumentaba la demanda con el mismo número de potenciales clientes o lo que es lo mismo, estos veían indefensos, como le aumentaban sus necesidades y consumo. Y al mismo tiempo, eso implicaba sustraer más rápidamente del bolsillo de trabajadores y consumidores, lo que recibían por concepto de salarios o ingresos.

En el libro de Packard, “Los artífices del derroche”, su autor usó la frase “tírese después de usado”. Ella se refiere, al tema antes mencionado, lo de poner fin al reciclaje, para abrirle espacios y posibilidades de ganancias al capital. El plástico y la “lata”, sustituyen, casi de manera determinante al vidrio, como envase. De esta manera se le abre “oportunidad” de crecimiento, mercado a nuevas industrias, más ganancias y explotación a los consumidores, a quienes se les aumentan los precios por ese tipo de envase. Y de paso generan un problema de enorme magnitud para el planeta y la vida toda; tanto que se habla de grandes partes marinas del planeta “contaminadas” de plástico, de ese que no se recicla y comienza su camino, en gran medida hacia el mar, rotando en la basura.

La frase “tírese después de usado”, no sólo se refiere a los envases de plásticos, sino también a productos de muy corta vida, como un buen número de “máquinas” de afeitar, dicho en nuestro lenguaje coloquial, que solo sirven para una afeitada.

Por años se habló del mercado de aquellos productos que no cumplían con las normas de calidad establecidas por el Estado, como en Venezuela las Covenín. Tales productos se acumulaban y se dijo, que de muchos países, entre ellos Venezuela, donde de esos hubiese, nuestros capitalistas importadores, los compraban a muy bajo precio y aquí los vendían como de muy buena calidad, haciendo grandes negocios. Y reitero, no hablo de ahora, sino desde los viejos tiempos o los de antes. Por esto, para los consumidores nuestros, la “obsolescencia planificada” de la que habló Packard, se multiplicaba o aceleraba con aquella asquerosa trampa, ante la que el Estado se hacía el loco.

Una de las más frecuentes y hasta abundantes trampas, en ese sentido, se ha venido dando en el ramo de los bombillos. Porque “salga sapo o salga rana”, el capitalismo obedece a la misma lógica, aunque también es verdad que, “novio nuevo no se mea la poceta de la casa de la novia”.

La industria China, con su enorme y hasta veloz crecimiento tecnológico y expansiva oferta de mercancías al mundo consumidor, pareciera casi monopolizar el mercado de los bombillos. Digo casi, dado que no menciono cifras, sino me dejo llevar por lo que en Venezuela veo desde los tiempos de la IV República. De modo que no se trata de un fenómeno de ahora. Por ejemplo, casi nunca, dicho así por mantener el necesario equilibrio, he visto en el mercado, en los últimos 40 años, luces navideñas que no provengan de China.

Y más recientemente, cuando los llamados “bombillos ahorradores”, desplazaron a aquellos de la vieja tecnología, que se calientan en demasía, con lo que acortan su propia vida, la de los sócates, hasta los cables y generan calor que inunda los espacios que alumbran y afectan la vida de las personas, la tecnología china y sus capitales, parecieron, por lo menos de acuerdo a lo que observo en nuestro espacio, controlar el mercado correspondiente.

Y estos bombillos “ahorradores”, llamados así porque según consumen menos electricidad, poco se calientan y, además, aminoran los efectos negativos de los anteriores.

Pero China, es una economía que mucho tiene del capitalismo, como su lógica y eso que solían llamar su capacidad digestiva. Para el capital, provenga de donde sea, lo primordial es la ganancia y cuanto más mejor para seguir creciendo, más en un mundo tan competitivo y cuando los capitales pueden moverse de un espacio a otro; allá donde se abre una grieta, se debilita una columna o se llega a un límite, se trasladan a reforzar e impulsar el crecimiento. Su proceso digestivo es indetenible e insaciable.

Apenas un año y medio atrás, hasta por necesidad o escasa capacidad de consumo y ante la rapidez con la que hasta los bombillos ahorradores chinos se quemaban, puse atención a un dato o información que me dieron, para recuperar esos bombillos cuando dejaban de alumbrar. La cubierta de ese bombillo, como casi todo él, es de una especie de plástico que uno puede desprender del resto. De esa manera se puede distinguir, lo cuento así porque no manejo el lenguaje tecnológico, unos pequeños puntos, cuadrados o rectangulares. Cuando el bombillo deja de alumbrar, uno observaba, al destaparlo, una minúscula mancha o punto negro, en medio de uno, por lo general, de esos cuadrados verdes o amarillos.

En este caso, se procedía a desprender la delgada capa del punto manchado de negro y bastaba poner un pequeño puente de soldadura con estaño, sobre el espacio antes ocupado por el rectángulo o cuadrado verde o amarillo que habíamos desprendido. Yo, en un momento dado opté, pues me resultaba más fácil, usar un punto de papel de aluminio y este adhería con la pega más apropiada, una que secara rápidamente y no la derritiera el calor, de esta hay una marca muy famosa. Y en un solo bombillo, eso lo podía hacer hasta tres veces. Mediante este proceder lograba, la larga vida de un bombillo, de esos ahorradores, hasta triplicarla.

Pero de unos 4 meses para acá, de los nuevos bombillos, cuando alguno se quema, no he podido recuperar ninguno con la técnica aprendida de amigos y las redes. Cuando abro los nuevos bombillos chinos que en casa se queman y en las de familiares que me traen, no hallo la marca, el punto negro, que me indicaba donde corregir o poner el “puente”.

Pareciera, es lo que pienso, pues no hallo otra explicación, que la tecnología china, por la lógica y el proceso digestivo de su capital, se percató de la falla o debilidad y optó por corregirla, no por mejorar la calidad y menos favorecer al consumidor, sino aumentar sus ventas. Pues el capital, tenga los ojos como los tenga, siempre los tendrá bien abiertos y eso le permite ver que hay más ganancias con aquello que dijo Vince Packard, “tírese después de usado”. Aquí tengo un arrume de bombillos usados y quemados en mi casa y en las de familiares que no he podido alargarles la vida, no logro verles el punto negro, pese hasta uso ahora lupa, tendré que tirarlos.

La lógica del capital no tiene piedad del pobre, ni patria y aun teniéndola, es el mismo y con las mismas mañas y agallas, aunque algunas veces finja.

 

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