París es ciudad olímpica por tercera vez desde que se reinstauraran los Juegos en 1896 a iniciativa de Pierre de Coubertin, fundador del Comité Olímpico Internacional (COI). Los retos que enfrenta la capital gala no son excepcionales y hay mucho que aprender de experiencias previas en la organización de este tipo de megaeventos. Hay bastante consenso en que la clave para unos Juegos exitosos es la planificación, no solo del evento en sí, sino de su legado a medio y largo plazo; más que el presupuesto. Sin embargo, los presupuestos olímpicos se han disparado en las últimas décadas y la historia nos muestra que los Juegos Olímpicos terminan generando pérdidas para los países que se convierten en sede.
Al celebrar unos Juegos, una exposición universal o un Mundial de fútbol, las ciudades buscan al menos tres cosas: atraer turismo e inversiones, ampliar y mejorar la infraestructura urbana y, en términos simbólicos, colocarse en el mapa global. Si los Juegos Olímpicos de Barcelona España en 1992 suelen evocarse como un caso de éxito, es porque se percibe que se lograron estas tres cosas. Las obras de remodelación urbana emprendidas en los años previos al evento sirvieron para modernizar la ciudad, abriéndola al mar y creando espacios e infraestructuras que aún perviven. Junto a la Exposición Universal de Sevilla, los Juegos convirtieron a Barcelona en un referente turístico mundial.
Pero el contraste con algunas experiencias posteriores como los Juegos de Atenas en 2004 o los de Río de Janeiro en 2016 y su escasa planificación es notable. En ambas ciudades, la mayor parte de la infraestructura deportiva cayó rápidamente en desuso, convirtiéndose en los temidos elefantes blancos —piscinas y estadios de costoso mantenimiento— de los que ninguna autoridad quiere hacerse responsable. En el caso de Atenas, algunos expertos atribuyen la crisis financiera que sufrió Grecia a partir de 2009, al menos parcialmente, al sobrecoste de unas obras olímpicas insuficientemente planificadas.
Muchas ciudades aprovechan la organización de macro eventos para rehabilitar zonas sensibles o en aparente desuso, buscando dotarlas de mejores viviendas, servicios y transporte. Sin embargo, no es infrecuente que entre los objetivos de mejora que aparecen sobre el papel y los resultados alcanzados en la práctica exista una brecha considerable. Los planes para la rehabilitación de una vasta zona del East End de Londres con vistas a alojar el Parque Olímpico para los Juegos de 2012 prometían la construcción de 30.000 a 40.000 nuevas viviendas a precios asequibles. La promesa nunca fue honrada, y tampoco se consideró el impacto de las remodelaciones sobre el tejido urbano existente. Se aplicó una lógica de tabula rasa, expulsando a residentes y comerciantes locales vulnerables, en lugar de protegerlos y reintegrarlos. En Pekín, miles de migrantes rurales que se ganaban la vida con puestos callejeros y otras actividades informales fueron expulsados de la ciudad antes de los Juegos de 2008. Es conocido también, por la resistencia que opusieron sus residentes a ser realojados, el caso de la favela Vila Autódromo de Río, demolida para facilitar el acceso a las instalaciones olímpicas.
En los juegos de Tokio 2020, el presupuesto previsto para el evento terminó escalando más allá de las previsiones iniciales. En 2013, el costo del evento fue calculado oficialmente en US$7.300 millones. A fines de 2019 subió a US$12.600 millones y más tarde a US$15.400 millones. Posteriormente, la Junta Nacional de Auditoría de Japón informó que el costo final se acerca a los US$22.000 millones.
A tenor de estas experiencias, se ha ido extendiendo la percepción de que los Juegos Olímpicos, tal y como se han celebrado en las últimas décadas, no son tan buen negocio para las ciudades. En la licitación para los de este año, tres ciudades retiraron sus candidaturas, dejando a París y Los Ángeles como únicas finalistas. En un movimiento inédito, el COI adjudicó de golpe los Juegos de 2024 a París y los de 2028 a Los Ángeles, única candidata a ellos.
En respuesta a este vacío de candidaturas, el COI ha revisado el proceso de licitación, tratando de rebajar su aspecto competitivo, que favorecía los planes más ambiciosos y costosos, democratizando el proceso al exigir a las sedes la celebración de un referéndum ciudadano previo a la presentación de su candidatura y buscando conciliar los planes de mejora urbana existentes en las ciudades con las exigencias de infraestructura olímpica.
Si bien los Juegos Olímpicos pueden ser un catalizador de mejoras urbanas, al igual que cualquier política pública deben jugarse a favor de una mayoría de ciudadanos, poniendo el foco en su bienestar cotidiano, incluyendo sus posibilidades de desplazamiento. Ojalá, Brisbane Australia, que fue seleccionada para los Juegos de 2032 con los nuevos criterios del COI, inaugure una nueva era.
Licenciado en Educación, profesor en la UPEL – @jesuselorza