Quizá no sea una casualidad la pasión por la Biblia de los nuevos movimientos de extrema derecha fascista y nazista. El libro considerado el mayor monumento literario religioso de todos los tiempos es hoy disputado políticamente por los partidos que resurgen de las cavernas de la intransigencia y violencia. Y confieso mi malestar al ver esa publicación de la Biblia, usada más como arma envenenada que como medicina del alma, levantada en alto, como un estandarte por las manos de los nuevos dictadores de turno: de Trump a un Bolsonaro que llegó a querer imponer la Biblia como único libro de texto en las escuelas.
Es verdad que en la Biblia está recogido lo más sublime y lo más bajo de las pasiones humanas porque se trata, en realidad, de una visión del cielo y del infierno que todos llevamos dentro. Son la fotografía de la complejidad del ser humano, mitad dios y mitad demonio. Lo que ocurre es que en el resurgir de los nuevos fascismos, casi siempre con ribetes religiosos, lo que interesa de la Biblia es solo la fotografía que hace del Dios de la venganza, de las matanzas, de los miedos ancestrales a la condenación eterna.
De ahí que hasta en los movimientos modernos de las iglesias evangélicas y pentecostales que tanto atraen a los nuevos dictadores, acaben presentando a los fieles, al Dios vengador en vez que al misericordioso, no al que bendice a los pacíficos y a los que sufren persecución. Es la religión de la violencia contra el Dios del perdón y de la solidaridad, el de las guerras más que el de la paz.
Creo que la Biblia es el mejor compendio que existe de la complejidad del Homo sapiens con sus pulsiones más variadas y sus contradicciones. El libro que mejor nos retrata y que más se presta a convertirse o en un manual guerrero o en la sublimidad del manual del perdón y de la paz.
Por eso, mientras me crea escalofríos ver levantar en alto como un trofeo, en manos de los viejos y nuevos dictadores a la Biblia, me crea una cierta ternura verla en manos de las personas más humildes, las más golpeadas por los infortunios de la vida, las que corren en busca de un respiro de paz y consolación para sus dramas personales o familiares.
Quizás por ello, mientras me produce un visible desasosiego ver la Biblia en manos de los nuevos dictadores de turno que azuzan las guerras y practican la religión del ojo por ojo, siento una cierta ternura cuando la veo en manos de gente sencilla, humilde, que apenas sabe leer. Solo dos ejemplos vividos personalmente aquí en Brasil. El primero el de una mujer trabajadora que bajaba de la dura favela de Turano, en el barrio de Río Comprido, en Río. Paseaba con mi perro cuando vi a aquella mujer sentada en una piedra leyendo la Biblia. Seguramente esperaba una furgoneta para ir a su trabajo, probablemente a limpiar alguna casa.
No me atreví a preguntarle qué parte de la Biblia estaba leyendo, pero advertí que era el Libro de los salmos. Nos saludamos solo con la mirada. Noté que las manos que sujetaban el ejemplar ya gastado eran manos que llevaban los estigmas de un trabajo duro. La escena me produjo ternura y no poca reflexión.
Aquí en la pequeña y risueña ciudad de pescadores de Saquarema, famosa por sus campeonatos mundiales de surf, tomando un café con leche y un pan de queso en un bar, advertí encima de la barra un ejemplar abierto de la Biblia. Al preguntarle a la propietaria por qué abría tan tarde su pequeño bar, me contó que tenían una hija con una grave deficiencia y que tenían que esperar a que llegara quien cuidara de ella mientras ellos trabajaban.
Me puse a ojear el ejemplar de la Biblia abierta y le pregunté si le gustaba. Ella me respondió algo que aún no se ha borrado de mi memoria años después: “Me ayuda a no desesperarme”. Lo cierto es que aquel bar y el Dios de la Biblia de aquella madre que sufría el dolor de su hija enferma para siempre, no era, como no lo era el de la trabajadora de la favela de Río, el de los nuevos dictadores de turno, el de los Trumps y Bolsonaros o el Dios del dictador español Francisco Franco que mantuvo a España durante 50 años alejada del mundo, sumida en la pobreza y que parece amenazar con volver a resucitar.
Mientras tanto, por primera vez en la historia esté surgiendo una nueva espiritualidad sin dioses y menos sin los de los dioses de los dictadores. Por primera vez está surgiendo un movimiento que intenta conciliar la fe y la esperanza con la ciencia moderna. Es ese nuevo y creativo diálogo entre la ciencia y la fe en algo que nos redima de nuestros miedos, de nuestras modernas depresiones y angustias psíquicas. Hasta en las famosas universidades americanas se estudian a través de experiencias personales como nuevas realidades hasta religiosas y liberadoras cosas tan sencillas y profundas a la vez como el agradecimiento, la amistad, la esperanza, la compasión hacia los que sufren y la verdadera amistad.
La novedad de nuestro tiempo tan complejo y en plena evolución existencial es que es justamente la ciencia y no ya los viejos hechiceros quienes están descubriendo los lazos estrechos que existen, como antídoto ante la desesperación existencial que nos acecha, no ya las virtudes divinas de antiguamente, sino las verdaderas humanas, las que nos ofrece la fuerza curativa de la naturaleza, la que consuela más que castiga, la que al final nos reconcilia con lo mejor que existe en nuestro complejo laberinto humano que de tanto querer divinizarlo, han acabado deshumanizándolo.