Beatriz de Rittigstein: Un régimen brutal desde su nacimiento

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Tras derrocar al imperio persa del Sha Mohammad Reza Pahlevi, el 11 de febrero de 1979 se instauró un ente distinto en Irán: una república islámica, la cual prosigue vigente en la actualidad. El líder de la revolución, fue el ayatollah Ruhollah Jomeini, con apoyo de varias organizaciones de izquierda e islámicas, sumados movimientos estudiantiles. La revolución transformó radicalmente al país; instaló una teocracia fundamentalista, autoritaria y anti occidental basada en el concepto de la Tutela de los Juristas Islámicos.

Desde su nacimiento, la República Islámica fue dirigida por los mulas o clérigos chiitas y la sharía o ley islámica como orden legal en el país. Los “funcionarios” novatos del recién estrenado régimen establecieron una especie de guardia ideológica, embrión de lo que es la temible Guardia Revolucionaria Islámica que, desde sus inicios, actuó de forma brutal contra la población, impuso un estricto control social que se extiende a todos los espacios del quehacer privado y familiar, con nuevas normas de minucioso cumplimiento y leyes que prevén crueles castigos. Se aplicó un terror totalitario, una tiranía ferozmente opresora bajo el predominio del islam radical. Por ejemplo, se legalizaron las ejecuciones por crímenes “morales”, que abarcan desde la crítica al régimen hasta las supuestas desviaciones de la fe.

A los pocos meses, el régimen teocrático mostró al mundo su maligna capacidad. Así, el 4 de noviembre de 1979 arrancó la llamada crisis de los rehenes, duró 444 días y finalizó el 20 de enero de 1981. Ese 4 de noviembre, la embajada de EEUU en Teherán fue rodeada por un grupo de unos 500 estudiantes, militantes de la revolución islamista; en realidad, fanáticos terroristas del islam radical. Fueron secuestrados 52 estadounidenses del personal de la embajada; los intransigentes vándalos advirtieron que los cautivos sólo serían liberados a cambio de la extradición del Sha para ser juzgado por “crímenes contra el pueblo iraní”.

Desde ese entonces, Irán ha hecho grandes progresos en su infiltración en distintos ámbitos hasta llegar a constituirse en el principal instigador y promotor del terrorismo en el mundo. La Fuerza Quds, unidad de elite y de operaciones internacionales de la Guardia Revolucionaria iraní, junto con socios y aliados de Irán, tienen un papel desestabilizador en conflictos en Irak, Siria y Yemen; además, dominan a plenitud el Líbano a través de Hezbollah, apoyan a Hamas y a otros grupos terroristas palestinos. Y está probada su actividad criminal en América Latina.

Dentro de la larguísima lista de ataques terroristas que tiene en su haber la República Islámica de Irán, precisamente, el 12 de abril del presente año, a 32 años de la embestida terrorista contra la embajada de Israel en Buenos Aires y a casi 30 años del asalto que destruyó el edificio sede de la AMIA, el máximo tribunal penal de Argentina concluyó que, Irán planificó los ataques y Hezbollah fue el perpetrador en ambos casos. Así mismo, calificó a los atentados del 17 de marzo de 1992 y del 18 de julio de 1994 como crímenes de lesa humanidad.

La experiencia muestra que el islam radical sofoca la mínima resistencia a la inflexibilidad inhumana del régimen teocrático. Los iraníes manifiestan su disidencia en grafitis y pancartas, algunas dicen: “Los iraníes estamos en estado de guerra contra el actual régimen. No albergamos ninguna animosidad hacia ninguna nación, incluido Israel” u otro: “Somos Irán, no la República Islámica”.

Tras 45 años de crímenes, ya es tiempo que la humanidad tome consciencia del peligro que conlleva el régimen de los ayatolas, la Guardia Revolucionaria, Hezbollah, Hamas, hutíes, etc. Los organismos internacionales y las democracias de los países desarrollados que, parecieran no caer en cuenta, pero son los más amenazados, deberían apuntalar claras reglas a fin de erradicar las atrocidades que, en nombre de una intolerante interpretación religiosa, se vienen cometiendo.

 

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