El oro no ha dejado de marcar récord tras récord desde que la Fed comenzase la senda global de subidas de tipos hace ya más de dos años. Esto, y unas expectativas de un precio del dinero más alto durante más tiempo, tendrían que haber impactado a la baja en el precio del metal dorado, que se suele comportar de forma inversa a la rentabilidad de los bonos. Ha dado igual. Y los responsables son, en buena parte, los que deciden sobre esos tipos: los banqueros centrales, azuzados por la inestabilidad mundial, se han lanzado a la compra de oro en los últimos meses, hasta llevar su demanda a máximos históricos, de acuerdo con el informe trimestral publicado por el Consejo Mundial del Oro la semana pasada. El metal precioso ya se revaloriza más de un 12% en lo que va de año, hasta los 2.325 dólares por onza.
La demanda total de oro en el primer trimestre aumentó un 3% en comparación con el mismo periodo del año pasado, hasta las 1.238 toneladas. Es el primer trimestre con más demanda desde 2016. Los bancos centrales y los mercados extrabursátiles (donde compradores y vendedores negocian sus propios contratos) empujan el precio, apuntan desde el Consejo Mundial del Oro. Los banqueros han ido ganando protagonismo entre los compradores: añadieron 290 toneladas a sus reservas en los primeros tres meses del año. En el mismo periodo de 2022 fueron 89, menos de un tercio de su demanda actual.
Las compras de los bancos centrales han sido muy fuertes en los últimos trimestres porque las autoridades monetarias están diversificando sus reservas, apunta Michael Widmer, responsable de metales en Bank of America. Como señala el analista de XTB Joaquín Robles, esta renovada sed de oro está encabezada por China, India, Rusia y Turquía. El banco central chino lleva en un rally de compra de oro de 17 meses, su mayor senda de adquisiciones. Detrás de esta demanda hay, primero, una búsqueda de refugio. Y, además, indican los analistas del banco suizo Julius Baer, el deseo de ser menos dependientes del dólar estadounidense: el billete verde, aunque otro activo refugio por excelencia, es también una amenaza para las divisas que dependen de estas autoridades monetarias.
La demanda está condicionada por las coyunturas de sus países: en Rusia, es refugio (o un regate) a las sanciones al capital ruso. El Ministerio de Economía ruso anunció este lunes que planean comprar, entre mayo y junio, más de 5.500 millones de rublos diarios en oro. Esto es, más de 56 millones de euros diarios. En China —el gran motor de este rally, según los analistas de Citi—, la demanda se ha disparado también entre inversores privados que buscan suplir la devaluación de la moneda y la falta de alternativas de inversión por la crisis del ladrillo que atraviesa el país.
Ruptura con el bono
Esta fiebre ha acabado con una correlación que llevaba vigente desde tiempos del presidente estadounidense Richard Nixon: los manuales de inversión dicen que el oro y el bono estadounidense son dos valores refugio que tienden a comportarse al revés. Con tipos altos, los inversores acuden a los bonos antes que al oro, porque, al contrario que el metal preciado, la renta fija devuelve intereses. Así, la rentabilidad sube, mientras que el precio de la onza baja. Y cuando los tipos bajan —o cuando los mercados esperan que lo hagan— el oro recupera la atención de los inversores más cautos.
La realidad, sin embargo, ha desbordado a los manuales: la histórica correlación inversa entre los dos activos se ha esfumado en el último año. Ni las perspectivas de tipos altos durante más tiempo pueden con el metal dorado, que ha encontrado en los bancos centrales a su gran pretendiente. Las relaciones tradicionales se han roto, apuntan desde Bank of America en un informe semanal. Ya no es que el precio del oro esté descontado una bajada de tipos, como se apuntaba a principios de años. Es que es completamente ajeno al precio del dinero (y de los bonos).
La fortaleza de la economía americana y, a renglón seguido, unos datos de inflación peores de los que se esperaba para estas alturas del año, han alejado el inicio de relajación monetaria. El año pasado se daba por hecho que la economía estadounidense comenzaría el año enfriada, y que llegaríamos al verano con la senda de bajadas de tipos más que empezada. Y hace tan solo un mes, los mercados descontaban tres recortes en 2024. Ahora, de acuerdo con datos recopilados por Bloomberg, solo la mitad de los analistas creen que reducirá tipos en septiembre, y poco más (un 56%) espera una bajada en diciembre. Las expectativas se trasladan a la rentabilidad del bono estadounidense a 10 años: en lo que va de año, su rendimiento se ha disparado más de un 15%, y ya se paga a más de 4,5%.
El desacople entre el oro y el bono estadounidense ha sido fuertemente influenciado por compras físicas que no son necesariamente sensibles a los tipos, concluye Widmer desde Bank of America Research. Unos y otros factores ayudan a acercarse al fenómeno, pero al rompecabezas le faltan piezas que expliquen con claridad por qué la onza de oro ha tocado un máximo histórico de 2.400 dólares este año. Los datos apoyan la tesis de la fuerte demanda china y las continuas compras de los bancos centrales, pero no explican del todo la reciente escalada récord de los precios del oro, apuntan desde Julius Baer. Lo único seguro, en un momento en el que las certezas económicas escasean, es que el oro vive en su propio mundo.
El País de España