Clodovaldo Hernández: La “opoextorsión” y los cCómplices del secuestro del país que ahora piden rescate en votos

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Las campañas electorales —y otras horas de la verdad— generan, entre muy variados efectos, el que los actores políticos pierdan (o se despojen de) sus máscaras, caretas, antifaces y capuchas. Algunos, incluso, se quitan sus pretenciosos ropajes democráticos y quedan expuestos en paños menores o como su madre los echó al mundo, dando un espectáculo a veces pornográfico y casi siempre deplorable.

Pongo un ejemplo: ya son varios los dirigentes opositores que se han animado a decir, por todo el cañón, que si ellos ganan, cesarán las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo. Y si pierden, estos castigos del poder imperial continuarán e, incluso, se harán aún más agudos.

Es un acto de despojo de máscara clarísimo. Quienes hacen esta afirmación están, ni más ni menos, diciéndole al electorado: “¡Hey, los gringos impusieron el bloqueo y las ‘sanciones’ para que nosotros lleguemos al poder, así que voten por nosotros para que nos quiten la pistola de la sien!”. En una frase: quieren cobrar el rescate en votos.

¿Qué significa esto? Pues que estamos frente a una campaña electoral basada en la coacción. Es, en dos platos, un secuestro o una situación de rehenes en la que un sujeto priva de libertad a otro u otros y amenaza a los familiares y a las autoridades: si no hacen lo que él exige, matará al secuestrado o a los rehenes.

La verdad resplandece hacia el pasado, en el presente y hacia el futuro. Veamos:

El pasado

Hacia el pasado porque se comprueba que, desde un principio, el objetivo de estas fuerzas políticas (unas con más y otras con menos intensidad) fue asociarse con gobiernos hostiles para obligar al pueblo, a través de la guerra económica y el bloqueo, a cambiar su rumbo político. La finalidad ulterior era chantajear al electorado: si quieres que Estados Unidos deje de agredirnos, vota por nosotros o acepta que se imponga un gobierno por vías extraconstitucionales.

No es algo nuevo, en realidad. La oposición se ha comportado como una banda de secuestradores desde tiempos ya remotos. Puede decirse que la primera vez fue con el paro-sabotaje petrolero y patronal, en un duro mes de diciembre cuando los cabecillas de aquella acción violenta decían que no habría gasolina ni gas ni hallacas ni béisbol hasta que el presidente constitucional fuera derrocado.

Los que tenemos edad suficiente para eso, recordamos la soberbia de la alta gerencia sublevada de Petróleos de Venezuela, cuando decían que en cosa de una semana le habrían doblado el brazo al gobierno porque no había nadie en el país capaz de arrancar de nuevo las refinerías ni de pilotear un buque de combustible.

Si queremos ubicar una escena simbólica de aquel episodio en el que se tomó al país entero como rehén, quizá la mejor sea cuando los autodenominados “meritócratas” fondearon un tanquero cargado de gasolina en las aguas del lago, frente a Maracaibo. El “Pilín León” (entonces llamado así) era la representación casi literal de la bomba de C-4 atada a un secuestrado, en este caso, a los maracaiberos.

La petulancia de los golpistas se vino abajo justamente cuando el gobierno abordó esa nave, la movilizó del lugar y, como parte de la batalla cognitiva, le quitó el nombre de la exmiss y le puso el de la Negra Matea. Fue como cuando, en las películas, despojan del arma al secuestrador y le dan una pela.

Otro momento estelar de la “opoextorsión” fue la campaña electoral para las parlamentarias de 2015. El empresariado nacional [ahora tan amistoso con el gobierno… pero ese es otro tema] desarrolló una cruenta guerra económica durante cerca de tres años, generando desabastecimiento, inflación y desempleo. Entonces, la oferta de la Mesa de la Unidad Democrática fue que con una victoria suya se acabarían las colas para el pan y los pañales. Algo así como “te estoy apretando el pescuezo y solo te voy a soltar si votas por mí”. Bueno, la gente lo hizo y, por cierto, abrió la puerta al peor quinquenio de nuestra historia reciente.

En 2019, cuando se produjo la serie de apagones nacionales que pusieron al país al borde del colapso, el autoproclamado presidente interino, Juan Guaidó, expresó, en tono jaquetón de quien está ganando el juego (de pádel, cabe suponer), que “la electricidad volverá cuando cese la usurpación”. Es decir, que si el país accedía a reconocerlo como jefe de Estado, se restablecería el servicio. Una confesión sin rodeos de quién había apagado la luz. Coacción pura y dura.

Por ese entonces alcanzó toda su intensidad el chantaje mediante las “sanciones” (que, en realidad, son represalias muy malandras). Esa fue una hora de la verdad fuera del tiempo electoral. Los voceros de la banda criminal que gobierna Estados Unidos fueron muy directos en sus exigencias de rescate. Tenían secuestrado al país mediante el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales, y le decían al pueblo que todo iría peor hasta que le entregaran el gobierno al “presidente” que Washington había designado, aplaudido, inflado y hecho millonario.

¿Cómo olvidar las expresiones de los genocidas Elliott Abrams, William Brownfield, Mike Pompeo y James Strory, entre otros, advirtiendo que iban a producirle a la gente los peores sufrimientos imaginables y que estos solamente se detendrían cuando el “rrrégimen” fuera cambiado, al gusto de la pandilla gringa?

Y si eso hay que mantenerlo en la memoria, menos puede olvidarse el dato clave de quiénes se aliaron con la cáfila de secuestradores del norte para solicitar más y más coacción y para recibir beneficios financieros del robo que aquellos estaban perpetrando como parte de su accionar delictivo.

Esos dirigentes políticos de la derecha y la ultraderecha fueron cómplices de ese delito cometido contra toda la sociedad venezolana. Son tan culpables —o quizá más— que los pranes estadounidenses porque cooperaron con el secuestro de la soberanía de su propio país.

El presente

Esto nos trae directamente al presente porque ahora han reaparecido esos coautores de la toma de Venezuela como rehén, convertidos mediante la magia de la publicidad y el mercadeo en sacrificados demócratas que solicitan, por las buenas, el voto de las venezolanas y los venezolanos, es decir, de las mismas personas a las que, junto a sus compinches imperiales, privaron de alimentos, medicinas, combustibles y otros bienes y servicios.

La transformación es meramente de apariencia porque, siendo la hora de la verdad, los cómplices están obligados a recordar a sus víctimas que el secuestro no ha terminado, que aún están bajo el control de los gringos malotes y que la única manera de aplacarlos es elegir a quien ellos han designado como candidato.

La oferta básica de campaña es: Vota por mí, que soy el consentido (o la consentida) de los gringos, ellos van a dejar a un lado su plan de matarnos de mengua.

Como suele ocurrir con la oposición venezolana, esto tiene varios matices. Están los que expresan el mensaje directamente (“O votas por mí o los gringos, esta vez sí, nos van a invadir”); y están los que los que le ponen anestesia y dicen que la relación con Estados Unidos sólo se arreglara si pierde Maduro.

El futuro

Otra de las siniestras estrategias de la “opoextorsión” a lo largo de los últimos años ha sido la ola migratoria. A punta de guerra económica interna y de sanciones y bloqueo externo llevaron a la gente a un grado de desesperación tal que se produjo la primera gran migración de nuestra historia.

Por supuesto que los promotores de la oleada culparon de ello al gobierno y, en plena campaña electoral, continúan haciéndolo, ahora bajo el mismo formato de la extorsión: dicen los dirigentes que si Maduro es reelecto, los que se fueron no van a regresar y los que no se han ido, se irán.

En este caso se trata de un chantaje de doble vía. Por un lado, se busca el voto de madres, padres, abuelas y abuelos, con la promesa de que, si la derecha llega al gobierno, volverán los hijos, hijas, nietos y nietas a reunirse con la familia en un país idílico y próspero.

Por el otro lado, intentan extorsionar a sus propios jefes estadounidenses, al advertir que si el presidente Maduro es reelecto, al día siguiente huirán despavoridos varios millones de personas, casi todas ellas en procura del edén, del “país de la libertad”.

Esta posibilidad aterra a la pandilla genocida del norte y los anima a ponerse todavía más “sancionadores” y amenazantes. Una espiral sin fin que atiza, dicho sea de paso, las brasas de la campaña electoral de allá.

El relato y el momento

Si la “opoextorsión” hubiese asumido el camino electoral, junto a lo oposición moderada, en 2018, es muy probable que este relato de votar por los secuestradores para que nos dejen en paz hubiera tenido mucho más impacto. El país sufría los estragos de un lustro de guerra económica, ataques a la moneda, migración masiva y violencia fratricida en las calles.

En 2024, el clima es distinto. Existe, desde luego, un enorme descontento con el gobierno, pero, paradójicamente, la continuidad de este parece ser la opción de estabilidad y paz social, mientras la oferta de la “opoextorsión” luce como salto al vacío.

El país logró superar las coacciones de Estados Unidos, la Unión Europea y las oligarquías del vecindario. Las amenazas de “o haces lo que te digo o te mato” han perdido parte de su contundencia, sin que por ello sean desestimables.

La “opoextorsión” apuesta a que la gente que fue tomada como rehén y torturada, la que vio morir a sus enfermos, enfermar a los sanos, migrar a los más jóvenes, sufrir a toda la sociedad salga el 28-J a votar por sus secuestradores. No sería la primera vez que en política se aplica aquello del Síndrome de Estocolmo. Ya en el país ocurrió en 2015. ¿Pasará de nuevo?

 

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