Meses atrás, mi sobrina Mónica me pidió que el único regalo que quería que le diera para su cumpleaños era un listado de aquellos escritores que me habían marcado, pasando a ser referentes en mi vida toda. Al lado, señalar los libros más relevantes de esos autores.
No se imaginan la alegría que me dio ese pedido. No era un regalo en metálico pero sí un regalo que significaba tiempo y compromiso para realizar una lista lo más ajustada a lo que ella solicitaba. Afortunadamente lo hizo con suficiente antelación, permitiendo que yo pudiera dedicarme a pensar y escoger. No es fácil hacer este tipo de tareas. Los libros tienen diferente significado dependiendo del momento y la situación en que se lean. En mi caso fue mucho más rápido seleccionar los escritores… Parecía evidente quienes me “alumbraron” desde niña. Más difícil resultó determinar casi que con un escalpelo los títulos de entre todas las obras escritas por aquellos a quienes escogí. Entendí como nunca lo diverso del universo literario. La cantidad de opciones, siendo que accedemos a solo una pequeña parte, ya sea por no estar traducidos, por no considerarse pertinentes, por ignorancia, porque los desdeñamos al considerarlos “insustanciales”, y así un largo etcétera. Nada de eso importó. Importó lo leído, lo que de manera consciente, primero de joven y luego de adulta, escogí leer. 108 escritores ganaron la lotería de mi selección, eso equivalía a poco más de 200 libros. Me pareció injusto que de una biblioteca integrada aproximadamente por 7.000 títulos –sin contar los perdidos en mudanzas, regalados, prestados, dañados- me resultara tan fácil escoger esa cantidad. Fue un número insignificante, pero lo que me asombra además, es que la selección no haya sido traumática… Todo lo contrario, fue fluida. Probablemente en otro tiempo –pasado o futuro-, mi selección podría haber sido diferente. De esos 108 autores, el 30 % eran latinoamericanos. El otro 70 % estaba distribuido bastante equitativamente entre europeos, asiáticos, norteamericanos y africanos. Del 30 % de latinoamericanos, el 34 % eran venezolanos ¡Eso me encantó! Del total de los 200 libros, casi el 70 % eran sobre literatura, el resto trataba mayoritariamente sobre ensayos, historia, política, sociología y filosofía.
La lista fue rigurosamente distribuida entre los referentes de mi niñez, fundamentalmente escogidos por mis padres; aquellos a partir de los 12 años, luego a partir de los 15 y por último a partir de los 30. Y esa fue la gran sorpresa. Me topé con Paul Auster a mis 30 años, poco después de él haber editado su primer libro, “La invención de la soledad”, y di gracias a mi selectiva intuición siempre presente cuando escojo mis lecturas. A mi sobrina le explicité cuando registré a Paul Auster en la lista, que todos sus libros eran de importancia vital.
Paul Auster me marcó por la calidad de su narrativa, por su desesperada pero natural evidencia de sí mismo, lo cotidiano convertido en historia, por ser tan norteamericano a pesar de sí mismo, por ser de vanguardia en su escritura y en sus posiciones de vida.
Sus libros, a pesar de ser libros inteligentes y densos, son de fácil lectura; evidenciando una gran capacidad para resumir en pocas palabras un concepto complejo completo, además lo retrotrae a uno personalmente a situaciones de vida perfectamente comparables. Mejor dicho, se identifica uno con su forma de escribir, con sus temas, con el desarrollo de sus historias.
Solo Paul Auster puede hacer posible leer un libro de mil páginas sobre la vida y obra literaria de otra persona…y quedar con ganas de más. Me refiero a la “Llama Inmortal de Stephen Crane”. Un joven escritor norteamericano cuya vida fue tan intensa como fugaz. Crane pasó infinitas vicisitudes pero nunca traicionó su pasión por la escritura… Que era su pasión de vida. Murió de tuberculosis apenas con 28 años, y a pesar de esa corta edad, con su obra “rehuyó las tradiciones de todo lo que había sido producido antes de él, siendo tan radical para su tiempo que se le puede considerar como el primer modernista norteamericano”, y como lo describe Auster: “El principal responsable de cambiar el modo en que vemos el mundo a través del lente de la palabra escrita.”
Auster se propone escribir este libro para poder homenajear, reconocer, la vital importancia de la obra de Crane y evitar que se desvanezca. Textualmente dice que no lo enfoca como especialista o erudito, sino como un viejo escritor sobrecogido por el genio de un autor joven. Eso evidencia la grandeza de Auster. Hay que ser grande para reconocer la grandeza de otro, permitiéndonos además tener acceso a fragmentos de los diferentes libros de Crane, ubicándolos en espacio y tiempo, lográndose una visión más completa de lo que trata de resaltar. Esto es lo que hace Auster, “pone su habilidad indiscutible como escritor al servicio de una apasionante biografía, que resulta mucho más que una novela. Es literatura” (1). Eso es Paul, para mí…literatura pura.
Lamenté su muerte el pasado 30 de marzo, pero por egoísmo. Vivió una vida intensa, productiva, enfrentó sus demonios, consiguió el amor y el reconocimiento. Una trayectoria así no se lamenta. Lo que se lamenta -por egoísmo-, es la certeza de saber que no tendré acceso a su maravillosa y sorpresiva nueva prosa más nunca. Luego entendí que releer su obra, en tiempos distintos, me significará nuevas comprensiones, distintas sensaciones…y me alegré por mí… por él…y por mi sobrina, si tiene la fortuna de descubrirlo en su plenitud como lectora.
En él mientras tanto, disfrutaré de su último libro, “Baumgartner”, editado en marzo de este año. A tu salud, Paul.