Tenemos un gobierno que comienza a dar traspiés ante acontecimientos decisivos para su continuidad en el poder.
Su imagen hacia afuera es que hay desconcierto ante el extendido crecimiento del rechazo popular a esta última gestión. Los líderes oficialistas no atinan a visualizar donde están los millones de votos que le hacen falta para ganar.
El gobierno padece sus incertidumbres. Las alianzas internas son más difíciles de amarrar.
Se debilita la capacidad de Maduro para recomponer los equilibrios entre fracciones que pugnan por el control del PSUV.
El desorden y el nerviosismo se están transfiriendo desde Miraflores a otras instituciones del Estado.
El resquebrajamiento es visible en los agujeros a la unidad interna, producida por remociones de cargos y capturas policiales.
Hay un segundo resquebrajamiento que se muestra en el rebanamiento silencioso de la lealtad al poder, particularmente en las bases chavistas.
La eficacia del aparato del Estado, en términos de movilización y control, está bajo cuestionamiento. Hay desgano en las filas rojas. El poder tiene músculo, pero no tiene alma.
Su fuerza es aparatosa, cuesta moverla y tarda para lograr los resultados deseados.
Esto no significa que el gobierno se va a entregar o que va a renunciar a intentar una ofensiva en lo que considere su mejor momento. Todos sabemos que tiene un abanico de operaciones en reserva para mantenerse de pie e incluso ganar, si determinadas condiciones aplican. Todo lo anterior es de conocimiento público y materia de especulación cotidiana. Paradójicamente lo que ignoramos es lo que mejor deberíamos saber: qué hacer para eludir esa ofensiva o responderla en términos electorales. La meta oficialista es construir un dique para conservar el nivel de votación que obtuvo en su última comparecencia electoral. ¿Cuál es la meta de las fuerzas de cambio?
Frente a la realidad que antes hemos descrito, el gobierno pudiera aceptar una derrota electoral en el Ejecutivo, conservar todo el poder en las otras instancias de los poderes públicos y apalancar en esta campaña un liderazgo que pueda competir en mejores condiciones por ganar Gobernaciones y Alcaldías. El gobierno ganaría ser un agente activo de la vía democrática, electoral y constitucional de los cambios.
También puede optar, multiplicando sus costos de permanencia, por el traje de Ortega.Pero es un modelo que le va a quedar muy angosto.
En la otra acera del país, que ya es más de la mitad de la calle real, los votos por Edmundo González Urrutia están acumulándose cada vez con más fuerza. Los descontentos y los afectados por las distintas calamidades sólo tienen la opción de avanzar. Si hubiera un contador en cada plaza Bolívar sería asombroso constatar como crecen los respaldos a Edmundo, en una campaña tan atípica en la que no hay un candidato en campaña.
Estamos frente a un consenso, en la base de la sociedad, a favor del cambio. Los armadores, activos y pasivos, de ese consenso en marcha provienen del lado de la oposición, del lado del gobierno y de sectores que han preferido guardar neutralidad.
Los fundamentos principales de ese consenso son los siguientes: 1. La gente quiere vivir mejor, 2. Ese deseo colectivo sólo puede conseguirse si hay cambio de gobierno. 3. Para conseguir 1 y 2 no hay votos con dueños, sino de líderes que la expresen.4. El sentimiento general es apoyar al candidato con mayor posibilidad de triunfo frente a Maduro.
A ese consenso hay que darle forma para configurar una nueva gobernabilidad, plural y democrática, con objetivos precisos para reconstruir la economía, institucionalizar los órganos del Estado, relanzar la democracia de los derechos, unir al país más allá de la oposición y trabajar para construir prosperidad en base al trabajo. La oposición no está cumpliendo esta misión a cabalidad ni está difundiendo una imagen de futuro a mediano plazo, con acciones concretas a corto plazo para resolver los problemas que más afectan a los ciudadanos, en una especial a los que no tienen cómo sobrevivir a una prolongación de la crisis por seis años más.
Hay que pasar a crear centros de aglutinación de las fuerzas de cambio para integrar una alianza nacional con los aportes y la presencia de sectores que no se definen claramente como de oposición al gobierno. Alianzas que se correspondan con el interregno que vamos a transitar los próximos cinco años.
La principal tarea de campaña es informarle al país la visión de Edmundo González Urrutia sobre la transición. No es un tema para dejarlo para después ni para mantenerlo en secreto bajo el pretexto de que el adversario no lo sepa.
El candidato unitario, que tiene esta condición porque es de todos, ha dado pequeños anticipos como afirmar que el chavismo es un adversario y no un enemigo; expresar su disposición a establecer una negociación con Maduro o mostrar amplitud con todos los actores. Pero hace falta un dibujo más completo de la transición y convencer a los venezolanos que ese el camino para que gane Venezuela.