Rebelde, díscolo, inconforme: nombres diferentes para actitudes similares a la hora de describir talantes empeñados en no aceptar o aceptar a regañadientes mucho de cuanto perciben a su alrededor. Definiciones para similares maneras de creer y descreer, de confiar y desconfiar, de apostar por algo o renunciar a algo.
Inconformismo, rebeldía: bien desesperanzada relación de cada quien consigo mismo; bien voluntad personal de ser, de hacer, de persistir en el conocimiento y aceptación de eso que se es y no se podría nunca dejar de ser.
Rebeldía e inconformismo obligan al rebelde, al inconforme a descubrir qué esperar de sí, de qué manera concebir ese tiempo que lo construye y cómo imaginar su tiempo aún por construir. De muchas maneras, todo ser humano realmente libre está obligado a elegir su forma de enfrentar la realidad, de ser una presencia dentro del mundo… Y es que la rebeldía -y podemos dar a ésta el nombre que nos plazca: autonomía, independencia, individualidad consciente de sí misma- forma parte de lo más auténticamente humano de nuestra condición. Es la expresión de quien se propone forjar un compromiso moral ante la realidad que le concierne. El inconformismo solo es y será siempre insuficiente. Él apela, necesariamente, a respuestas, interpretaciones, aspiraciones, propósitos, ilusionados desenlaces… En suma: dignificación de lo humano a partir de una actitud ante la vida, justificada al creer en algo, al apostar por algo, al identificarse con algo, al apasionarse por algo…
La realidad: nos inspira o nos desalienta… En todo caso, nos supera infinitamente. Jamás lograremos comprenderla del todo, ni, mucho menos, predecirla. Su amplitud chocará con cualquier intención nuestra por establecer una complicidad con ella.
Miramos a nuestro alrededor, y de nuestras miradas surge una manera de entender. Más que la verdad de lo contemplado, nuestra percepción de ello; más que la realidad, nuestra inspiración a partir de lo percibido.
Frente a nuestra eventual inconformidad, ha de erigirse, necesariamente, la esperanza. Esperanza alentada, precisamente, por ese inconformismo que nos obliga a buscar respuestas, a encontrar opciones, a descifrar presagios. De no ser así, la inconformidad finalizaría por hacerse signo paralizante y anulador. Solo nos queda apoyarnos en nuestra esperanza, esa palabra que, como dijera alguna vez el filósofo español Pedro Laín Entralgo, relaciona necesariamente dos términos: espera y confianza.
La esperanza es motivadora. Nos impulsa a crear metas y nos obliga a tratar de alcanzarlas. Nos brinda la valentía y la determinación para enfrentar desafíos y seguir adelante a pesar de las dificultades. Puede describírsela como una expectativa destinada a brindarnos una siempre necesaria confianza a nosotros mismos.