Alirio Pérez Lo Presti: Imaginación, trascendencia y libertad

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No es raro que la contemporaneidad sea mezquina con sus prohombres. No tiene nada de especial ni es infrecuente que se les cierren las puertas a personas de gran talento que por una u otra razón no fueron acogidos en buenos términos en el tiempo y el lugar donde les tocó vivir. De ese asunto está cundida la historia, lo cual nos lleva a creer que existe un montón de genios y creadores que sencillamente fueron borrados de la tradición cultural. Tal vez sean más aquellas personas que tenían mucho que aportar para la humanidad que los que han sobrevivido y su recuerdo perdura en el tiempo. La injusticia es la clave para entenderlo.

La certeza es cómoda y embrutece. La incertidumbre es el escenario de quien intenta pensar o crear. Uno de los elementos propios de cualquier tiempo es la evasión de la incertidumbre y el abrazo desenfrenado a la certeza. Se trata de un mal de carácter universal, tanto antes, como ahora y en el futuro: Los seres humanos propendemos a tener por ciertas un montón de sandeces para sentirnos tranquilos. La certeza tiende a marcar lo humano porque la incertidumbre es como la capacidad de pensar. Cuando se hace el honesto ejercicio de pensar tendemos a cuestionar esas banalidades que damos por ciertas. De hecho, la esencia del acto filosófico es cuestionar, así como lo es la imaginación, cualquier desafío que nos tracemos y por supuesto, la posibilidad de trascendencia.

Con la expansión de las redes sociales, tal vez cada día que pasa son más las certezas y tienen mayor presencia los “expertos express”. Una enorme avalancha de descerebrados da consejos sobre esto y aquello y se hacen de la bandera de una nueva manera de conocer y entender en forma espasmódica. Lo instantáneo desea hacerse del común denominador de nuestra era y como todo fenómeno momentáneo, desaparecerá con la fugacidad con que apareció. Son hermosas las estrellas fugaces, pero en ellas manda lo efímero.

El cuestionar asuntos que propendemos a tener por ciertos suele generar rechazo, pero también admiración. En este punto una certeza va a tender a sustituir a otra en la medida de que se posea la capacidad de persuasión necesaria para que eso ocurra. Asumiéndolo de esta manera, lo que trasciende, lejos de ser importante o valioso, pasa por dos elementos (al menos) que podrían explicarlo. Lo primero es que lo que se considera valioso parte de un consenso y ese consenso puede generarlo una minoría. Dicho de otra manera, una minoría decide qué cosa trasciende y cuál cosa no. Por otra parte, los fenómenos que trascienden en el campo de la cultura necesitan ser persuasivos y generar convencimiento en los grandes grupos. De eso está hecha la publicidad, los medios de comunicación (anteriores y actuales) y el proselitismo cotidiano. La cosa se fundamenta en convencer y que esa capacidad de convicción, que es arte y se llama retórica, pueda fijarse en el imaginario colectivo.

Existen muchos ejemplos de falsedades que se han perpetuado en el curso del tiempo generando adeptos. Lo vemos, a manera de ilustrar lo que digo, en el mundo de las ideas, de la política e incluso en la ciencia. En ocasiones se parte de una premisa sin fundamento, de la cual deriva todo un entramado discursivo. De una premisa no demostrada ni demostrable, se desarrolla un universo que se puede tener por cierto y fomentar los más radicales fanatismos.

De esa forma van tejiéndose los constructos humanos y se aglutinan en esa masa informe que llamamos opinión pública que en realidad son expresiones masivas de ideas que provienen del consenso o la persuasión que hacen grupos minoritarios. Este asunto, que de por sí es enredado, nos lleva a otro y es la tendencia a creer que los juicios y prejuicios que vamos cultivando son “la gran verdad”. Por eso, siempre me ha parecido que el “libre albedrío” es una falacia más que tratamos de esgrimir para justificar las cosas que hacemos o podemos dejar de hacer. Tenemos demasiada información falsa en nuestra cabeza para poder ser capaces de tomar decisiones reales.

Una decisión real es aquella que tomamos por nosotros mismos. Como toda decisión se basa en nuestro sistema de creencias, lo que decidimos está totalmente condicionado. Ese condicionamiento niega, relativiza o imposibilita poder decidir las cosas con libertad. A lo sumo, podríamos negociar con relación a qué hacemos y qué podríamos llegar a ser, siempre bajo el manto de la tutela de los demás. Por eso, cada espacio infinitesimal de libertad puede llegar a ser tan valioso. En particular para ciertos espíritus que valoran la posibilidad de ser libres en algunas áreas y nos cuesta desaprovechar las mismas.

La falacia de que existe un libre albedrío colectivo es tema de innumerables debates, pero funciona como cualquier premisa falseada que se tiende a tener por cierta, parte del consenso de minorías y la publicidad se hace eco de esta. Imaginarios, falacias y trucos engañosos propenden a dirigir el curso de lo humano. Así ha sido y pareciera que va a seguir siendo.

Filósofo, psiquiatra y escritor venezolano – alirioperezlopresti@gmail.com – @perezlopresti

 

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