Las fotografías de algunos de los al menos 5.000 presos políticos que las autoridades iraníes ordenaron ejecutar en el verano de 1988 parecen las de la orla de final de carrera de una facultad. En el informe Secretos empapados en sangre, que Amnistía Internacional divulgó más de 20 años después sobre aquella matanza, muchas de esas imágenes muestran rostros de veinteañeros, hombres y mujeres, pero también caras infantiles, apenas adolescentes. Esos miles de iraníes perecieron ejecutados aquel verano en Irán y luego fueron sepultados en fosas comunes, después de que una comisión de cuatro fieles del régimen islámico ordenara su muerte. Según numerosos testigos, uno de esos cuatro hombres era Ebrahim Raisí, presidente de Irán desde 2021, cuyo helicóptero ha desaparecido este domingo en una zona montañosa cerca de Varzeqan, en el noroeste del país.
Los sucesos de aquel ya lejano 1988 le valieron a Raisí la reputación de ser un magistrado de patíbulo fácil, lo que en Irán se conoce como un “juez de la horca”. Ese oprobio nunca le ha abandonado a ojos de muchos iraníes, que ven en él un freno al cambio, a un guardián de la ortodoxia ultraconservadora del régimen islámico iraní, cuyo máximo exponente es el líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí. Esa tendencia, la de los llamados “principalistas”, es la que ahora controla prácticamente todos los resortes del poder en Irán. En ella militan quienes se oponen a cualquier influencia occidental en Irán, abogan por imponer una obediencia ciega al líder supremo y por avanzar hacia una sociedad islámica a ultranza, regida por el principio teocrático del Velayat-e Faqih, o gobierno de los clérigos.
Fiel servidor del régimen
La biografía de este jurista, objeto de burlas por su escasa elocuencia y de quien ni siquiera consta que verdaderamente tenga estudios superiores en Jurisprudencia, tal y como afirma, ha sido desde su juventud la de un fiel servidor del régimen islámico instaurado en Irán en 1979, cuando Raisí contaba con 18 años. Nacido en Mashhad, a unos 850 kilómetros al este de Teherán, hace 63 años, casado y con dos hijos, estudió en el seminario de Qom, una institución religiosa de la que han salido muchos jerarcas de la República Islámica. Su carrera como clérigo se vio impulsada por su condición de sayed, descendiente directo del profeta Mahoma.
En Qom, Raisí recibió clases de varios ideólogos del actual régimen iraní. En 1981, con 20 años, fue nombrado fiscal. No había cumplido aún los 30 cuando participó, como fiscal adjunto de Teherán, en la comisión que mandó a la horca a los miles de opositores, según Amnistía Internacional y numerosos testigos. Su carrera ha sido después siempre ascendente. Entre 2004 y 2006, fue vicepresidente del Tribunal Supremo y, entre 2014 y 2016, ejerció como fiscal general.Su carrera dio un paso más cuando, en 2017, se presentó por primera vez a la presidencia. Fue derrotado por el moderado Hasan Rohaní, pero, desde ese momento, el aparato del poder empezó a preparar su llegada a la segunda magistratura política del país. Mientras, en 2019, Raisí fue nombrado jefe del poder judicial. Por fin, en 2021, el todopoderoso Consejo de Guardianes, un organismo controlado fundamentalmente por el líder supremo, dejó su camino a la presidencia expedito al vetar a 600 precandidatos a las elecciones. Todos los moderados, excepto uno, que terminó también por renunciar, fueron descartados. Al final, solo tres candidatos menores concurrieron a unas presidenciales sin competencia, diseñadas a medida de Raisí.
Su victoria en esas elecciones de junio de 2021 fue la culminación de su carrera, pero ese triunfo mostró los agujeros del régimen. Solo obtuvo los votos de un tercio del electorado. La participación, del 48%, fue la más baja de la historia de la República Islámica, que solía registrar datos de afluencia a las urnas superiores al 70%. Además, casi un 13% de quienes votaron lo hicieron en blanco. Ese pésimo dato en un país en el que se obliga a votar a muchos trabajadores —por ejemplo, los funcionarios— demostró la crisis de legitimidad que arrastraba ya entonces el régimen, sobre todo porque el nombre de Raisí sonaba ya entonces como favorito para suceder al octogenario líder supremo, Ali Jameneí.
El ayatolá y Raisí, su mano derecha, confirmaron su inmovilismo, su resistencia al cambio anhelado por buena parte de la población, cuando una joven de 22 años, Mahsa Yina Amini, murió bajo custodia policial el 16 de septiembre de 2022, tres días después de ser detenida en Teherán por llevar mal colocado el velo. Su respuesta a las manifestaciones desatadas por la muerte de Amini, fue una represión que para la Misión Independiente de la ONU para Irán incluyó la comisión de crímenes contra la humanidad. En ella, al menos al menos 550 iraníes murieron a manos de paramilitares y fuerzas de seguridad y 60.000 iraníes fueron detenidos por participar de ese clamor popular cuya lema fue y es “Mujer, vida y libertad”. Al menos nueve hombres han sido ahorcados en relación con las manifestaciones, uno de ellos en público. Cuando, tras esas muertes, las protestas se acallaron, el nombre de Raisí ya no sonaba tanto como delfín de Jameneí.
En los fastos por el 44º aniversario de la República Islámica, el 11 de febrero de 2023, Raisí aludió en un discurso a las manifestaciones, que llamó “disturbios”, y se jactó de la “derrota de los enemigos de Irán”. En los meses posteriores, el presidente anunció nuevas medidas para imponer el velo a las miles de iraníes que, desde la muerte de Amini, se lo han quitado como gesto de desobediencia civil. Muchos iraníes no han olvidado que Raisí fue considerado un “juez de la horca”. Bajo su presidencia, los verdugos en Irán han trabajado a un ritmo frenético. En los cinco meses transcurridos de 2024, Irán ha ejecutado al menos a 226 personas, más de una al día, según la ONG en el exilio Iran Human Rights. El régimen iraní es también el mayor ejecutor de mujeres del planeta: 10 en lo que va de año.
Este domingo, tras el anuncio de la desaparición del helicóptero presidencial y la petición de los medios oficiales a los iraníes para que rezaran por Raisí, se han difundido algunos vídeos de personas orando por su vida. Al mismo tiempo, las redes sociales “se han llenado de mofas y memes” de exiliados e incluso de ciudadanos aún dentro del país que celebraban la desaparición del presidente, explica la activista hispanoiraní Ryma Sheermohammadi. En un tuit, dos chicas iraníes exiliadas aparecen brindando con cerveza y sin velo sobre el icono de un helicóptero. Son las hijas de Minoo Majidi, una de las víctimas de la represión del movimiento “Mujer, vida y libertad”.