El 19 de mayo, un helicóptero en el que viajaba el presidente de Irán, Ebrahim Raisi, se estrelló en la provincia noroccidental de Azerbaiyán Oriental. Raisi, de 63 años, murió junto con el ministro de Asuntos Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian, y otras seis personas, entre ellas el gobernador de Azerbaiyán Oriental y el líder de la oración del viernes de Tabriz. Regresaban de un viaje a la frontera entre Irán y Azerbaiyán, donde habían inaugurado una presa junto al presidente azerbaiyano, Ilham Aliyev. El mal tiempo puede haber sido un factor en el incidente; también dificultó los esfuerzos de búsqueda y rescate en la remota zona donde cayó el avión. No es sorprendente que se hayan difundido los rumores de juego sucio. Pero hasta ahora, Teherán no ha señalado a ninguno de sus adversarios regionales o extrarregionales ni ha alimentado las especulaciones.
Las implicaciones para la política interna
Raisi es el primer presidente iraní que muere en el cargo desde 1981, cuando Mohammad-Ali Rajai murió en un atentado con bomba menos de un mes después de asumir el cargo. Unas elecciones posteriores elevaron a la presidencia a Ali Jamenei, actual Líder Supremo de la República Islámica. Según el artículo 131 de la Constitución de la República Islámica, en caso de fallecimiento o incapacidad, el vicepresidente del presidente –en este caso, el vicepresidente Mohammad Mokhber– debe ocupar el cargo en calidad de interino durante un máximo de 50 días, período durante el cual deben organizarse elecciones presidenciales en colaboración con el presidente del Parlamento y el presidente del poder judicial. El 20 de mayo, el gobierno fijó el 28 de junio como día de las elecciones, que estarían precedidas por el registro de candidatos, el examen de los contendientes por el Consejo de Guardianes (órgano de supervisión no elegido) y un período de campaña.
Raisi asumió el cargo en 2021 y se esperaba que se presentara a la reelección en 2025. Las tres elecciones nacionales que se han celebrado en los últimos cuatro años –dos parlamentarias y una presidencial– ofrecen indicios sobre las probables ramificaciones políticas de su muerte, aunque sea imposible hacer predicciones concretas.
En primer lugar, un rasgo que ha destacado en todos estos últimos comicios ha sido el acotamiento de la competición política al campo conservador, con unas contiendas compuestas casi exclusivamente por grupos considerados fieles incondicionales de la ideología central de la República Islámica. Los órganos de control se han vuelto más propensos a anular las candidaturas de quienes se consideran reformistas o moderados en el espectro político de la República Islámica, mientras que las fuerzas de seguridad han restringido las actividades políticas de estas figuras. Incluso algunos conservadores más críticos con la dirección del gobierno han acabado excluidos de un sistema electoral que solo tolera a los más leales. Como resultado, los partidarios de la línea dura han consolidado el poder en todas las instituciones elegidas y designadas. Hay pocos indicios de que estén dispuestos a poner en peligro este control permitiendo unas elecciones realmente competitivas, sobre todo teniendo en cuenta que el Líder Supremo insta constantemente a la pureza doctrinal.
En segundo lugar, estas medidas excluyentes no han impedido las luchas fratricidas internas en el bando conservador, que se manifiestan en forma de juegos de acusaciones por los problemas económicos y de otro tipo del país. Algunos de los desacuerdos son ideológicos, pero muchos se basan en luchas de poder entre facciones. Jamenei ha reprendido a los conservadores por sus disputas, pero las fisuras podrían profundizarse y acentuarse con el inesperado vacío en la cúpula del gobierno tras la muerte de Raisi.
En tercer lugar, al mismo tiempo que el proceso electoral se ha convertido en un ejercicio cada vez más vacío, la participación ha caído en picado, y la mayoría de los votantes no participó en las elecciones legislativas de 2020 y 2024, ni en las presidenciales que Raisi ganó en 2021. Estas muestras de desafección pública, junto con los recuerdos recientes y aún crudos de las protestas nacionales de 2022, violentamente reprimidas, subrayan la creciente brecha entre el Estado y la sociedad en medio de asfixiantes restricciones sociales y políticas, así como de un persistente malestar económico. Aunque es probable que el gobierno intente explotar la muerte de Raisi para hacer un llamamiento a la unidad nacional, el interés o la participación públicos en las elecciones para sustituirle podrían ser insignificantes, ya que muchos iraníes no ven ninguna posibilidad de cambio significativo a través de las urnas.
El legado de Raisi para las relaciones exteriores de Irán
La autoridad de Raisi en asuntos de política exterior se vio limitada por la competencia entre los centros de poder del Estado y la autoridad decisoria del Líder Supremo, lo que restringió su influencia, pero no le ahorró un tenso periodo en el alto cargo. El legado principal de su mandato fue un acusado deterioro de las relaciones de Irán con Occidente, debido a los esfuerzos fallidos por negociar la vuelta al acuerdo nuclear de 2015 y a los vínculos militares cada vez más estrechos de Teherán con Moscú durante la guerra de Rusia en Ucrania. En Oriente Medio, el balance es mixto, con una mejora de las relaciones con los vecinos árabes del Golfo, pero una rivalidad cada vez mayor con Israel y sus aliados. Esto último quedó patente a mediados de abril, cuando Irán llevó a cabo un descarado ataque con drones y misiles contra Israel, acompañado de ataques israelíes contra altos mandos iraníes en Siria y cerca de instalaciones nucleares sensibles en suelo iraní. El otro legado es el deterioro económico.
A pesar de las medidas destinadas a encontrar alivio mediante una mayor dependencia de las capacidades internas, además de unas relaciones más cálidas con China y la pertenencia a organizaciones multilaterales como la Organización de Cooperación de Shanghai y un BRICS ampliado, las dificultades económicas del país han continuado. Éstas han adoptado la forma de una elevada inflación y una moneda debilitada; los recurrentes casos de corrupción sugieren una considerable podredumbre en el núcleo del sistema. El gobierno ha afirmado durante mucho tiempo que una “economía de resistencia” puede prosperar a pesar de las crecientes sanciones occidentales impuestas a Irán por su programa nuclear, la política regional y la represión interna, pero los persistentes problemas económicos demuestran que esta estrategia tiene límites.
En cuanto al ministro de Asuntos Exteriores Amir-Abdollahian, sus logros diplomáticos personales fueron escasos. Tanto las negociaciones nucleares como las conversaciones indirectas en Omán con altos funcionarios estadounidenses fueron dirigidas por su adjunto, Ali Bagheri Kani, que ahora es ministro de Asuntos Exteriores en funciones y al que muchos consideran su sucesor más probable. El compromiso con los vecinos de Oriente Medio –incluidas las conversaciones que condujeron al restablecimiento de las relaciones con Arabia Saudí con mediación china– fue impulsado principalmente por funcionarios de seguridad.
No está claro de inmediato que estas dos muertes vayan a tener consecuencias importantes para las relaciones exteriores de Irán, y es probable que la incertidumbre persista al menos hasta que se conozcan sus sustitutos. Incluso entonces, es probable que el nuevo presidente y el nuevo ministro de Asuntos Exteriores se enfrenten a las mismas limitaciones estructurales en su capacidad para dar forma a políticas divergentes. De hecho, durante las próximas semanas, Irán seguirá centrado en sus asuntos internos mientras elige a su noveno presidente (además de confirmar a un presidente del parlamento y a un presidente de la Asamblea de Expertos, de los que hablaremos más adelante).
Aun así, las tensiones regionales siguen siendo elevadas, al igual que la posibilidad de una crisis externa que pudiera arrastrar a Teherán. Continúan las hostilidades de bajo nivel entre Irán y sus socios del «Eje de la Resistencia”, por un lado, y Estados Unidos, Israel y sus aliados, por otro. Como puso de relieve el peligroso tira y afloja de abril con Israel, los acontecimientos siempre tienen el potencial de intensificarse, aunque ninguna de las partes parece querer que eso ocurra por el momento. Es probable que los sucesores de Raisi y Amir-Abdollahian continúen esforzándose por restablecer los lazos con los vecinos árabes del Golfo, mientras que, en el frente nuclear, ya se vislumbra un punto álgido, pues la próxima reunión de la Junta de Gobernadores del Organismo Internacional de la Energía Atómica volverá a poner sobre la mesa las continuas evasivas de Teherán en materia de acceso y transparencia.
¿Qué significa la muerte de Raisi para la sucesión del Líder Supremo?
La prioridad absoluta de la República Islámica en los últimos años ha sido no dejar nada al azar en la preparación de la eventual desaparición de su figura más importante, el ayatolá Ali Jamenei, de 85 años. El ascenso de Raisi a la presidencia y su larga relación con Jamenei le habían convertido en uno de los candidatos más probables para suceder al Líder Supremo, convirtiéndose en el tercer ocupante del cargo más poderoso del sistema desde la revolución de 1979. Al encumbrar a figuras consideradas verdaderos creyentes en la República Islámica y excluir a quienes tienen opiniones discrepantes, aunque sean modestas, los dirigentes iraníes han tratado de consolidar la conformidad en la cúspide en previsión de un cambio de guardia sin contratiempos.
La muerte de Raisi se produce en un momento en que la Asamblea de Expertos, institución de 88 miembros encargada nominalmente de elegir al Líder Supremo, está atravesando una delicada transición tras las elecciones legislativas de marzo. Éstas supusieron la inhabilitación de veteranos del régimen como Hassan Rouhani, predecesor de Raisi en la presidencia, así como la derrota electoral de Mohammad Sadegh Amoli-Larijani, otro antiguo miembro del régimen y ex jefe del poder judicial. En el opaco entorno político iraní, nadie, salvo un puñado de altos cargos, conocía las posibilidades de que Raisi se convirtiera en el próximo Líder Supremo. Pero si iba a conseguir el puesto, su muerte pone un gran signo de interrogación en la sucesión.
Ali Vaez es Director del Proyecto de Irán de Crisis Group y Asesor Principal del Presidente.
Naysan Rafati es analista principal para Irán de Crisis Group