En este año de alta concentración electoral, tres grandes países del llamado Sur Global irán a las urnas en apenas unos días: Suráfrica, México y la India. Matiz: India concluye un proceso electoral que ha durado dos semanas, debido a la vastedad de su territorio y a su compleja estructura política.
En ninguno de esos tres casos parece haber espacio para la sorpresa sobre el vencedor, que será el partido gobernante respectivo, aunque en México cambiará el titular de su líder: la hasta hace poco, alcaldesa de la capital federal, Claudia Sheinbaum, reemplazará a Andrés Manuel López Obrador (AMLO en el lenguaje político-mediático), ambos miembros del partido MORENA (Movimiento de Renovación Nacional).
India y Suráfrica (el primero, la “I” de los BRICS; y el segundo, la “S”) son estados muy influyentes en su continente respectivo y en la escena global. El signo político de ambos es muy diferente (nacionalismo populista y conservador, el asiático; anticolonialista e izquierdista antirracista, el africano). Pero muchos analistas observan una evolución pareja.
En la India, después de cuatro décadas, el partido que encarnó y lideró la independencia (El Congreso) terminó cediendo su hegemonía a una formación nacionalista derechista: Bharatiya Janata Party (Partido del Pueblo de la India: Bharat es el nombre arcaico de la Nación).
En Suráfrica, la formación que propulsó la liberación del régimen del apartheid, el African National Congress (ANC), sigue la estela de su homólogo indio: mantiene la hegemonía política después de 30 años de independencia, pero parece haber iniciado un declive. Las causas del cambio de ciclo político-histórico presenta características similares: alejamiento de los principios fundacionales, deficiente gestión económica, desafección social, corrupción y envilecimiento del liderazgo.
India el populismo ultraconservador entierra a los Gandhi
En la India, los años noventa marcaron el final del mito de la invencibilidad del partido fundado por el Pandit Nehru y consolidado por la familia Gandhi (no relacionado familiarmente con Mahatma Gandhi, el Padre de la Nación). En 1996, por vez primera, el Bharatiya Janata Party (BJP) obtuvo más escaños (161) que el Partido del Congreso (140), aunque tuvo casi 30 millones de votos menos (7,5 puntos porcentuales), debido al sistema electoral y al reparto de los sufragios por el territorio nacional. Esta tendencia se mantuvo durante toda la década de los 90. Con el nuevo siglo, el Congreso recuperó la hegemonía en escaños, hasta que, hace ahora diez años, un nuevo líder del BJP, Narendra Modi, infligió una derrota humillante al partido históricamente hegemónico, que pasó de 206 escaños en 2009 a 44 en 2014.
Modi alcanzó ese año 282 escaños y confirmó su fortísimo empuje en la política india con más de 300 asientos en la Lok Sabha (Asamblea Nacional), en 2019. En esta década, el Congreso ha luchado por sobrevivir políticamente. La dinastía Gandhi, azotada por atentados, por los ataques de sus enemigos y por la esclerosis de un movimiento envejecido y en buena parte corrompido, ha sido incapaz de dar una respuesta a la oleada reaccionaria del BJP. La impotencia le llevó incluso a asumir o copiar con torpe disimulo algunos de los discursos de su adversario, con estrepitoso fracaso.
o se avista, de momento, el declive de Modi y su movimiento nacionalista ultraconservador, aunque algunos expertos en política india predicen que no obtendrá el resultado que desea para proceder a cambios constitucionales. Hay que tener en cuenta que, aunque el poder en la India se ha repartido entre el Congreso y el BJP, hay centenares de partidos de implantación territorial o local. La mayoría absoluta no se ha dado nunca en estas tres últimas décadas; por lo tanto, son obligados los pactos, la concesiones y las corruptelas que de ellos se derivan.
El Congreso no ha realizado la superación dinástica. Rahul, bisnieto de Nehru, nieto de Indira e hijo de Rajiv, dirige el partido, pero no es candidato. El liderazgo es a día de hoy un factor a resolver de cara al futuro. El prestigio del apellido, que sirvió durante décadas como garantía de triunfo, se encuentra desde hace tiempo en cuestión.
Modi ha aprovechado la decadencia de los Gandhi y la oleada nacionalista en todo el mundo para imponer una agenda ultraconservadora en lo social y de tono neoliberal en lo económico. La demagogia ha sido su marchamo. Amparado en sus orígenes humildes, Modi ha presentado su BJP como el partido de los pobres (frente a las clases medias urbanas que se han identificado más con el Congreso); pero, en realidad, los verdaderos beneficiarios de sus políticas han sido los más favorecidos. El nacionalismo identitario y populista ha atraído electoralmente a las masas de las escalas bajas con un discurso racista y excluyente contra los musulmanes, a base de la manipulación recurrente de símbolos y creencias por lo general falsas. Modi había ensayado ese estilo en el estado de Gujarat en los primeros años del siglo y lo convirtió en su palanca para el éxito nacional.
El creciente autoritarismo del BJP empieza a alarmar no sólo a sus rivales políticos más antiguos, sino a nuevos y potenciales aliados, que temen verse marginados si la hegemonía se refuerza aún más. Lo sucedido con el jefe del gobierno de Delhi, detenido por supuesta corrupción (más tarde fue puesto en libertad), le ha servido a la oposición para denunciar el autoritarismo nacionalista, en pleno proceso electoral.
Desde el exterior, Occidente ve con una mezcla de complacencia e inquietud el dominio del BJP. La orientación conservadora hizo pensar inicialmente en una posible ruptura con la política exterior tradicional de la India, no alineada. No ha sido así. Modi gobierna con las dos manos. Mantiene una prudente relación con Rusia, con quien comparte la orientación nacionalista; y, por imperativos económicos y geoestratégicos, trata de gestionar la hostilidad con China, aunque, como fue palpable en la crisis del Himalaya de 2020, no siempre es posible. La enemistad con Pakistán, arrastrada desde el cisma producido en el arranque de la independencia, sigue condicionando la política exterior india: el vecino de mayoría musulmán es el aliado preferente de Pekín en el Asia meridional.
Suráfrica un legado en ruinas
Suráfrica llega a las elecciones en un ambiente de franca depresión del ANC. Treinta años de independencia han erosionado el proyecto de Mandela y los suyos hasta niveles irreconocibles. El país fue razonablemente bien en la primera mitad de este periodo, bajo los gobiernos de Mandela y de Mbeki, pero el populismo oportunista se adueñó del partido con el acceso al liderazgo de Jacob Zuma. Apoyado en ciertos grupos de poder económico, como la familia india de los Gupta y otras corporaciones nacionales y extranjeras, este dirigente de la etnia zulú favoreció un régimen de corrupción y clientelismo devastador para el país. Fue finalmente derrocado por su propio partido y aún se encuentra atrapado en procesos judiciales.
Cyril Ramaphosa, el líder que reemplazó a Zuma (multimillonarios los dos), ha corregido en parte una deriva que llegó a parecer imparable. Se temió incluso por un conflicto civil. El peligro parece conjurado, pero el daño provocado se antoja irreparable. Suráfrica es hoy el país más desigual de África. Los servicios públicos esenciales no funcionan. Los cortes de luz son realidad diaria. El desempleo alcanza el 30%, y en los jóvenes un 70%. Muchos de los viejos luchadores contra el apartheid han llegado a decir que, en ciertos aspectos, ahora se vive peor. La amargura se extiende sobre todo en las capas populares, en los barrios de Soweto y otros guetos de la era racista.
El CNA llegó al pico de su poder en 2004, al alcanzar prácticamente el 70% de los votos. Desde entonces, ha ido declinando lenta pero invariablemente. En las últimas elecciones, hace cinco años, no llegó al 58%. Ahora no parece confiado en franquear el 50%, lo que le obligaría a pactar con sus rivales. Por su izquierda, parece asentarse, con alrededor del 10%, un partido de orientación marxista no ortodoxa: los Luchadores por la Libertad económica (Economic Freedom Fighters). Por la derecha, se ha consolidado la Alianza Democrática (DA), partido interracial en teoría, aunque cada vez más dominado por las clases medias (y altas) blancas. Con un quinto de los escaños hasta ahora, no ha podido contestar la hegemonía del CNA, pero puede ser el gran beneficiario del descontento, incluso más que la izquierda crítica. Los zulúes de Inkhata, muy activos en los años finales del apartheid, han perdido fuerza.
Suráfrica ha practicado una política exterior de prestigio en el otrora Tercer Mundo Su última iniciativa ha sido llevar el caso de Gaza ante el Tribunal Penal Internacional, para gran irritación de Israel y malestar de Estados Unidos, que ha conseguido en estas tres décadas que el nuevo régimen moderara el ímpetu antioccidental de sus bases.
Como ha ocurrido en la India, no se puede descartar que surja un populismo interracial e interclasista que entierre o intente enterrar la herencia del CNA. El resentido Zuma ha creado un Movimiento denominado La Lucha de la Nación (tomado de un grupo vinculado al CNA en la clandestinidad). Los jueces han inhabilitado a Zuma para presentarse a estas elecciones, pero desde su estado de Zulu-Natal irrumpirá con efectos claramente disruptivos en todo el país.
México continuidad para proseguir el cambio
Finalmente, México afronta también un importante reto: el de consolidar una alternativa progresista tras décadas de partido casi único (PRI), aunque desde comienzos de siglo se alternó con el conservador y neoliberal PAN (Partido de Acción Nacional).
Un disidente del PRI, Andrés Manuel López Obrador creó el PRD (Partido Republicano Democrático), escisión que se declaraba progresista, para quebrar una deriva conservadora y corrupta del partido de la independencia, tras un siglo de empeoramiento y fracaso económico y social. AMLO tuvo que afrontar la hostilidad asfixiante de un sistema de partido-Estado. Denunció, con bastante verosimilitud, fraudes electorales, El PRD se partió en varias tendencias y su fundador creó el Movimiento de Renovación Nacional (MORENA), pretendidamente más homogéneo ideológicamente. Le valió al menos para ganar, por fin, las elecciones de 2018. Para entonces, el confuso izquierdismo inicial ya se había convertido en un populismo autóctono. Las derechas lo presentaron como el sucesor del chavismo.
En la izquierda latinoamericana conviven opiniones divergentes. El estilo muy personal de AMLO es polémico. Sus ramalazos autoritarios perturban, pero el Presidente conecta con una población pisoteada. Su conexión con Trump ha erosionado aún más su imagen en Europa. El coste en política migratoria y de seguridad ha sido alto, ya que se le ha percibido demasiado dócil con Washington. Sus defensores sostienen que su actuación debe interpretarse como maniobras tácticas para evitar males mayores. Al cumplir los dos mandatos legales, AMLO debía retirarse de la primera línea. Para asegurar una sucesión que no pusiera en riesgo su legado (o su influencia) tomó del PRI la criticada práctica del “dedazo”; es decir la designación a dedo del futuro líder del partido.
La escogida fue Claudia Sheinbaum, una profesional de origen judío, que ha hecho su rodaje en la alcaldía de la capital federal. El perfil político de la “sucesora” concita también opiniones encontradas entre los sectores progresistas y un rechazo unánime de los partidos conservadores y sus correspondientes bases sociales. Que sea una mujer constituye una novedad fundamental en uno de los países más machistas del mundo. Su principal rival, la representante de una coalición heterogénea que abarca del centro-izquierda a la derecha, es también una mujer, Xochitl Gálvez, empresaria del sector tecnológico, lo que confiere a estas elecciones una perspectiva inédita de género.
Analizaremos en las próximas semanas los resultados en estos tres grandes países. Valga decir, por ahora, que, en el Sur Global, los ritos democráticos blanquean fracasos políticos de fondo.