El primero de junio finaliza el proceso electoral indio que había comenzado el pasado 19 de abril y cuyo resultado se conocerá el próximo día 4 de junio, después de que 969 millones de ciudadanos, sobre una población total de 1400, pasaran por el más de un millón de centros electorales. (Ver: Elecciones indias: De la desmesura electoral a la desmesura religiosa).
Un proceso y un gasto casi innecesarios en el que cerca de 15 millones de funcionarios, a un costo de miles de millones de dólares, confirme algo a lo que no podrían oponerse ni siquiera la conjunción de los 300 millones de dioses del hinduismo, ya que según lo marcado todas las encuestas, el actual Primer Ministro, Narendra Modi, del Party Bharatiya Janata o BJP (Partido Popular Indio), accederá por tercera vez consecutiva a ese cargo. Lo que solo una vez ha sucedido en la historia de la Madre India con Jawaharlal Nehru, quien ocupó el cargo desde a 1947 a 1964.
En este contexto la nación más poblada del mundo ya se define como una potencial económica a escala global, ya en la carrera espacial, y no solo eso, sino que se ha convertido desde mediados de los años 70 en potencia nuclear. Y en la actualidad sus Fuerzas Armadas son las séptimas entre las más poderosas del mundo con un millón y medio de efectivos.
Ante estos números, que estremecen incluso, el de que más de 400 millones de personas viven en la extrema pobreza se potencia y se agrava cuando todos los analistas coinciden en que, tras la victoria electoral, Modi confirmará el proceso que llevará a convertir a su país en una teocracia. Un dato para nada menor si tenemos en cuenta que comparte con la República Islámica de Pakistán -también potencia nuclear- una frontera de casi 3.000 kilómetros y con quien mantiene una disputa por la región de Cachemira, por la que desde la partición, en 1947, ya ha mantenido tres guerras y un número incontable de enfrentamientos armados que siempre, pueden ser la mecha para una crisis mayor.
Para convertir a India al hinduismo extremo, Modi, desde siempre, ha agitado como el gran fantasma para la sobrevivencia de su cultura la histórica presencia del islām en el país, que hoy con cerca de 220 millones de practicantes representa la mayor colectividad religiosa después de la hindú, con cerca de 1.000 millones de fieles.
Desde siempre Modi ha puesto a los musulmanes a la cabeza de sus listas de enemigos, utilizando todos los métodos posibles para convertirlos en el gran problema del país, para lo que desde el Parlamento sancionó leyes como la de la Enmienda de Ciudadanía (CAA), que le permite tras un artilugio dejar sin nacionalidad a cientos de miles de musulmanes. O la derogación del artículo 370 de la Constitución, que otorgaba autonomía a Cachemira, además de propiciar políticas con extraordinarias ventajas económicas para los hindúes que decidan radicarse en el Estado Jammu y Cachemira, donde los musulmanes son mayoría. y así cambiar la ecuación poblacional. Además de la modificación arbitraría de textos escolares que borran siglos de presencia musulmana en India. Ha utilizado mucho los medios periodísticos con miles de artículos difamatorios y decenas de películas (el cine es la mayor industrial cultural de país, duplicando anualmente a toda la producción estadounidense), donde se demoniza al islām y se centra en Pakistán y los musulmanes como los grandes enemigos de la Unión India.
Al tiempo que sus grupos de choque y otras organizaciones supremacistas, como el Hindu Mahasabha (Asamblea India) o la Rastriya Swayamsevak Sangh, RSS, (Asociación de Asociación Patriótica Nacional), avalados por él y junto a las fuerzas policiales, no han desechado oportunidad para lanzar verdaderos pogromos contra los seguidores del Corán allí donde los sorprendieran: mezquitas, calles y barrios donde a fuerza de bulldozer se han destruido miles de viviendas y locales, en muchos casos con personas en su interior. Matanzas programadas donde nunca han faltado violaciones, gente quemada viva, mujeres embarazadas a las que abren los vientres a cuchillazos y niños masacrados a golpes. Espectáculos como estos se vieron durante la última visita del entonces presidente Donald Trump, en 2020.
Las diatribas de Modi desde su llegada al cargo de Ministro Principal (gobernador) del Estado de Guyarat en 2001, que continuaron una vez instalado en Nueva Delhi, han provocado ya miles de muertos y se ha reforzado en cada campaña electoral. Por lo que si existiera una verdadera justicia internacional ya habría merecido una condena por genocidio.
Modi no ha dudado en escenificar y renovar, en cada oportunidad de las muchas que tuvo y propició, la exaltación de la Hindutva, o el “ser hindú”, basamento filosófico del ultranacionalismo indio.
Lo hemos visto hace unos pocos meses en la inauguración del Mandir (templo)delDios Rama, la figura más importante de la cosmogonía hindú, en la ciudad de Ayodhya, construido sobre las cenizas de la Babri Masjid o mezquita de Baburque el emperador mogol Babur mandó a levantar en el siglo XVI, la que fue saqueada y literalmente demolida por turbas de fanáticos hindúes en 1992 (Ver: India, una divinidad llamada Modi.) Para muchos la construcción del templo de Rama, con un gasto cercano a los 220 millones de dólares, ha sido parte de la campaña electoral.
La mano derecha de Dios
Sin jamás sacar la vista del profundo espíritu religioso del pueblo indio, más allá de a qué Dios adore, Modi ha cimentado toda su carrera -y particularmente este último tramo- en una sobreactuación de su identidad hinduista, rompiendo una ley no escrita de todos los jefes de Estado de la nación que siempre se habían mantenido públicamente laicos para evitar cualquier tipo diferencias religiosas, ya que siempre fáciles de iniciar solo terminan cuando los muertos son muchos. Al mismo tiempo Modi ha fomentado el culto a la personalidad al punto de que ya es difícil separarlo de una divinidad.
Hace pocas semanas en diferentes entrevistas periodísticas, mientras el acto electoral estaba en plena desarrollo ha declarado: “Estoy convencido de que Dios me ha enviado con un propósito, y cuando ese propósito esté terminado, mi trabajo estará hecho”, para rematar agregó: “Dios no revela sus cartas, simplemente me obliga a hacer cosas”.
Ante un medio estadounidense dijo: “Hasta que mi madre vivía creía que quizá mi nacimiento había sido biológico, pero tras su muerte, cuando miro mis experiencias vitales, me convenzo de que fue Dios quien me ha enviado”.
A tales declaraciones, el líder del otrora poderoso Partido del Congreso, Rahul Gandhi, comentó que: “Si una persona común y corriente hubiera hecho las declaraciones que Modi ha estado haciendo recientemente sería llevada directamente a un psiquiátrico”.
Más allá de lo divino, Modi cuenta con dos manos derechas, la propia, claro, y otra todavía mucho más “siniestra”: Amit Shah, el colaborador más estrecho del jefe de Estado, que desde hace 40 años lo acompaña, lo siguió durante sus dos periodos en el Gobierno del Estado de Gujarat y lo acompaña siempre en cargos claves desde su llegada a Nueva Delhi en 2014.
Hoy Amit Shah funge de Ministro del Interior, y en las sombras, se sabe, es el hombre más poderoso del país después de Modi. Shah no solo dirige la policial de la capital, sino que además supervisa la inteligencia del Estado, desde donde ejecuta políticas represivas contra políticos de la oposición, periodistas y líderes de las comunidades religiosas, no solo la musulmana, sino cualquiera que intente expresar una voz disidente como los sikh, comunidad de la que en los últimos años fueron asesinados líderes, refugiados en el exterior. (Ver: India, cuando los dioses matan a distancia) (Ver: India, sicariato S.A.).
La influencia de Shah no solo alcanza para torcer la voluntad de jueces, sino que también, con sus infinitos recursos, tanto diseña operaciones como programar ataques contra manifestantes, como los que sufrieron los campesinos que el año pasado llegaron a Nueva Delhi a protestar por las nuevas leyes agrícolas. O a la administración de las “donaciones” que poderosos industriales del país deben hacer al BJP, las que según algunos medios indios también aterrizan en sus cuentas particulares.
Otra de las funciones de Ministro del Interior es responder, en presencia del propio Primer Ministro, las preguntas que algún osado periodista dispara contra Modi incomodando al premier, quien hacía más de 10 años que no daba una conferencia de prensa.
A partir del próximo día 4 no solo se espera que la Madre India comience el camino hacia una teocracia, sino que además estará marcado por el fanatismo y la muerte.