La nueva no nueva son los ataques neonazis y de quienes se agazapan bajo las máscaras del cobarde anonimato contra Claudia Sheinbaum. Las agresiones no son contra el Movimiento de Regeneración Nacional ni contra el sexo femenino, son contra la judeidad de Claudia, la cual, hasta donde entiendo, a pesar de su ascendencia judía, no se siente como tal. Sheinbaum Pardo Yoselevitz Cemo son apellidos judíos; los de su padre, askenazis —oriundos de Europa—, los de su madre, sefardíes —originarios de España y Turquía—.
Para los judíos religiosos es menester predicar la religión para pertenecer al grupo. Para los judíos laicos, identificarse con valores propios de la tradición y de la filosofía del judaísmo es suficiente. Quienes predican la religión consideran que los laicos no son judíos. La melange de las comunidades es inmensa. Las diferencias entre unos, sirios o egipcios, con polacos o alemanes es abrumadora, no sólo por costumbres y modus vivendi, sino también por el color de la piel, e inter alia, de los ojos.
He escrito nueve artículos en el periódico El Universal sobre la cruda guerra entre Israel y Hamás. En muchos he denostado al nauseabundo Netanyahu y a su séquito de fanáticos. En otros he escrito sobre la dupla asesina de Hamás e Irán.
El comentario previo es una explicación necesaria para quienes me ataquen por ser un judío que escribe sobre una judía, cuya militancia como tal, percibo, es magra o nula. Lo judío se mide de muchas formas. La mejor es responder a ataques antisemitas.
Hasta donde entiendo, Claudia no funge como judía, decisión personal, por supuesto, válida. Desde que fue electa, su origen judío ha sido blanco del golpeteo antisemita propio de nuestros tiempos, debido al terrible conflicto en Medio Oriente y por la defensa a ultranza de los gazatíes y de la brutalidad de la muerte de niños y niñas palestinas, situación, huelga decirlo, que me horroriza, apena y consterna a diario: Netanyahu, sátrapa entre sátrapas, se intitula uno de mis textos.
Supongo que Sheinbaum hará caso omiso de lo que se dice de ella acerca de su origen. Lo entiendo. Para mí los comentarios no pasan desapercibidos. Las redes fecales son un gran espacio para la verborrea diarreica de antisemitas, filonazis, nazis, supremacistas y teóricos de la conspiración. Dichos grupos han defecado palabras agresivas y sinsentido dado el origen judío de la próxima presidenta. Amén de las palabras en las redes se pueden observar caricaturas con su nariz agrandada, con la bandera de Israel y con la Estrella de David en la frente. Comparto unos textos del ideario de las redes: “México está a punto de volverse mucho peor. Deberían matarla si los ‘frijoleros’ (sic) saben lo que es bueno para ellos”; “¿El cartel va a hacer algo con ella? Parece lógico para ser honesto, ¿no son supuestamente católicos religiosos?”; un usuario de Gab, “Que se joda México. Por demasiadas razones. Deberíamos bombardearlos a todos. Comience con la casa de este judío”; dentro de las caricaturas, quizás generadas por Inteligencia Artificial, se ve a Claudia con una nariz grande acompañada del letrero, “Soy mexicana, goys”; y, dentro de incontables notas, en este caso basadas en las teorías de la conspiración, “La frontera de Estados Unidos ahora está completamente bajo control judío”; Alejandro Mayorkas, judío de origen, es el secretario del Departamento de Seguridad Nacional de EU, de ahí, “Mayorkas mantendrá la puerta abierta mientras Sheinbaum empuja a los ilegales”. El número de comentarios es enorme.
La judeofobia, vieja enfermedad y con frecuencia letal —léase pogromos—, renace en la figura de Sheinbaum, judía de origen, de la cual poco o nada se sabe acerca de su interés por la cuna en que nació.
La judeofobia es el odio más antiguo. La judeofobia mata. A Salman Rushdie, el gran escrito de origen indio, ahora británico, no judío, un fanático de 24 años le asestó 24 puñaladas en 2022 mientras daba una conferencia. El odio y el fanatismo matan.