Creído un impune descenso por todos estos años, el régimen ha quedado atrapado en el lodazal populista, e, inevitable, después de sufrirlo tanto, suscita el rechazo de las grandes mayorías, creciendo galopante en los círculos de su militancia más cercana. Ya son harto conocidas, las mil y una estratagemas y ardides publicitarios y propagandísticos de un continuismo no sólo enfermizo, sino que enferma.
La angustiosa devoción por el efectismo, añadida la selección de una fecha que coincide con la natal del fundador de la estirpe, cual secta mágico-religiosa que aspira a una profunda experiencia mística, no promete nada distinto a un fracaso electoral anunciado por los más variados estudios de opinión. Convengamos en el formidable voto castigo, apuntando a un reto para la oposición democrática encaminada a la reconstrucción de todo su liderazgo con el deber ineludible de acertar en su interpretación del momento histórico.
Liderazgo que ha de vivenciar la más legítima y sana emoción, la necesaria y fuerte emotividad, el espontáneo y legítimo afecto que hace el fenómeno político, como la acción y el pensamiento mismos. Por cierto, elementos imposibles de confundir con los artificios, las manipulaciones y artimañas que generan ansiedades, exasperaciones, depresiones, y otras manifestaciones tan notables del presente siglo sintetizadas por un término que acuña a diario la realidad: tristeza.
Sugiere, igualmente, el regreso arrepentido a la razón, al debate y el compromiso personal y ciudadano para una etapa transicional sustentada en la confianza y la unidad versátil y eficaz de todos los sectores políticos y sociales, más allá del mesianismo que tienta y martiriza como un dato cultural. Por estos días, con motivo del 80° aniversario del primer y consabido desembarco de Normandía, entre nosotros, se hizo común la referencia a los gigantescos sacrificios que comportó para proseguir la feroz lucha, alcanzar la victoria y ganar la libertad; e, inmediatamente, el asunto nos condujo a las juventudes venezolanas que les han arrebatado el presente siglo: reconquistarlo significa no pocos esfuerzos y peligros para un desafío que es existencial, asociado a la defensa de la civilización occidental y a sus más caros valores. Por ello, la pertinencia y también urgencia de una generación histórica, o que prepare el advenimiento de otra que lo sea, frente a la generación indiferente, agotada por las emociones fáciles que teje el mundo digital, devenida delincuente.
Una generación que ha de levantar todas sus antenas y radares, aún los más silvestres, para ser, sentir y hacer la historia ante la embestida maniquea de una vulgar, barata y desechable emocionalidad populista. Así, finalmente, luce oportuno citar a un autor de imbatible y grato estilo, cuya célebre tesis generacional cuenta con una parcial e impresionante vigencia, precisando la fuente en caso de suscitar alguna curiosidad del amable lector: “No se puede esperar nada de una juventud que no sienta la urgencia de adquirir un repertorio de ideas claras y firmes” [José Ortega y Gasset (1923) “El tema de nuestro tiempo”, en: “Obras completas”, Alianza Editorial – Revista de Occidente, Madrid, 1994: III, 527].