Sergio del Molino: Alvise y el voto energúmeno

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Por atractivo que se presente para el escritor de periódicos el gancho de Yolanda Díaz, este columnista sigue perplejo con lo del domingo. Como los edificios que diseñaba Albert Speer para Hitler, pensados para formar unas ruinas bonitas cuando se derrumbasen, el escrutinio de las europeas prefigura un paisaje político devastado. Me alucinan algunas lecturas gatopardescas, según las cuales, nada sustancial ha cambiado y la vida sigue igual. Ni la participación baja, ni la presunta irrelevancia del Europarlamento, ni los contextos nacionales endulzan la certeza amarguísima de que Europa se abraza al monstruo contra el que se levantó el europeísmo. Las ultraderechas triunfan —sobre todo, en Francia— tres días después del aniversario del desembarco de Normandía.

El mismo domingo conversé en la Feria del Libro de Madrid con la novelista Lionel Shriver. “No soy trumpista ni voto a Trump —me dijo—, pero simpatizo mucho con los que se sienten marginados y reaccionan votando a Trump”. Yo también he simpatizado con todas esas capas de población que el geógrafo francés Christophe Guilluy sitúa en las periferias (en plural) de la sociedad occidental. El malestar de quien se siente fuera del sistema o maltratado por él ha alimentado populismos a la izquierda y a la derecha. Ambos han convencido a millones de europeos de que la democracia liberal que derrotó a los totalitarismos no solo es incapaz de solucionar nada, sino que es la fuente misma de sus problemas. Pero son los de ultraderecha los que se han impuesto, cada vez más agresivos, más racistas, más demenciados. Cuantos más brutos se vuelven, menos los entiendo, su reacción me parece más desproporcionada y percibo su rabia más ridícula y sobreactuada.

 

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