Hace doscientos cuatro años, deseaban los gobiernos de España y de (la Gran) Colombia transigir las discordias existentes entre ambos pueblos. Para ello suscribieron un Armisticio, teniendo en consideración que el primer y más importante asunto para llegar a feliz término era suspender recíprocamente los hechos armados. Para poderse entender, convinieron suscribir un Tratado de Armisticio por seis meses, el cual fue firmado el 25 de noviembre de 1820 y al día siguiente, el día 26, se suscribió el Tratado de Regularización de la Guerra. Hoy, dos siglos después, están vigentes condiciones similares que claman por tratados parecidos, porque en Venezuela, en este convulsionado lapso histórico que vivimos, persiste una enconada lucha de poderes, como la que en aquel entonces enfrentaban España y Colombia, cuando España no reconocía la independencia de Colombia, Situación semejante, aunque en contextos diferentes, se vive en el presente.
Hoy se enfrentan dos naciones EEUU y Venezuela. Lucha en la que el más afectado es el pueblo venezolano quien es el valor central de la contienda de este siglo. Ayer con el Armisticio, los ejércitos español y colombiano suspendieron las hostilidades, sin que pudiese continuar la guerra ni ejecutarse ningún acto hostil entre las dos partes en toda la extensión del territorio que se dominaba durante el armisticio. De igual forma, la regularización de la guerra, establecía que la guerra entre España y Colombia se haría “civilizadamente”, siempre que no se opusiera a la práctica de ellos algunos de los artículos de este tratado, que debía ser la primera y más inviolable regla de ambos gobiernos.
La importancia de aquellos documentos fue esencial en los sucesos venezolanos. Si bien la tregua no duró mucho, el tratado de regularización permitió un nuevo giro en las luchas. Terminaba de hecho la guerra sin cuartel. El artículo 7 da idea de las nuevas condiciones: organizándose esta guerra de la diferencia de opiniones, hallándose ligados con vínculos y relaciones muy estrechas los individuos que han combatido encarnizadamente por las dos causas y deseando economizar la sangre cuanto fuese posible, se estableció que los militares o empleados que, habiendo antes servido a cualquiera de los dos gobiernos, hayan desertados de sus banderas y se aprehendan bajo las del otro, no pueden ser castigados con pena capital. Lo mismo se entenderá con respecto a los conspiradores y desafectos de una y otra parte.
El armisticio dio tiempo para reorganizar los ejércitos. El tratado sirvió para dar a la guerra un sentido menos cruel. Por otra parte, España reconocía oficialmente la existencia de la nueva nación, Colombia.
La tregua benefició a los patriotas porque les permitió reunir a sus dispersas tropas, recibir auxilio del exterior y lograr la confianza de la mayor parte de la población colombiana. La firma de él repercutió favorablemente en las relaciones de Colombia con Inglaterra y otras potencias extranjeras que comenzaron a mostrarse inclinadas a reconocernos como nación independiente y soberana.
Después de la rúbrica de estos tratados El Libertador Simón Bolívar se reunió con Pablo Morillo en el pueblo de Santa Ana de Trujillo, porque este pequeño poblado estaba a igual distancia de ambos campamentos. En aquella famosa entrevista del 27 de noviembre de 1820, hubo demostraciones de afecto y aprecio por ambas partes y se brindó por la pronta terminación de la guerra. Morillo en una carta expresa al comandante Pino, refiriéndose a la entrevista con el Libertador, dijo que había pasado el día anterior “Uno de los días más felices de mi vida”.
En los actuales momentos Venezuela requiere urgente un punto de encuentro, una conciliación entre las partes. No podemos continuar en ese afán de poder que debilita de muchas maneras la dinámica social del país. Ya basta de tantas descalificaciones, de no reconocerse por caprichos supuestamente ideológicos.
Estos dos siglos del Armisticio y Regularización de la Guerra, debe ser el epicentro, no sólo para recordar el hecho histórico, sino para reflexionar y encontrar en estos tratados la enseñanza que los mismos han dejado para la posteridad. Es el momento de la pacificación, de encontrar en los adversarios las fortalezas para edificar el país.
Qué al final de este 2024 podamos estrechar un abrazo y alzar las copas, así como Bolívar y Morillo lo hicieron hace 204 años en Santa Ana de Trujillo. Por la paz de nuestra Venezuela.