Ezequiel Querales Viloria: Mi última gran aventura

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De repente me dio por pensar cual sería mi última gran aventura en esta vida, claro está, apartando la muerte, que a fin de cuentas, viene a ser para todos los seres, el postrero arrebato.

Ilustrados poetas, dicen conocer el sentido de la vida, que para saberlo, hay que ir y volver de la locura o de la muerte, no quedarse en el camino.

Predican, que en su peregrinar por los rincones más apartados del mundo, el enigmático oráculo, lleva consigo la simplicidad creadora, en la ternura de las pequeñas cosas. Las que protege con celo, de la aprehensión irracional, de la alevosa imaginación, y de alaridos de mal gusto.

Para que de esa manera, se pueda dar un tesoro inconmovible, con la perfecta y turbadora sensibilidad, encanto y arrebato ilustrado, de su hacedor, distinguido con el rasgo inconfundible de eternidad, de los grandes creadores.

Asegura la sabiduría poético filosófica, que se trata de todo un desafío, con esa suerte de criaturas míticas, que van y vienen con los sueños, con la irreverencia, tiritando sobre las luces del alba, acurrucadas en las brumas del mar, platicando como sutiles sombras, o cabalgando sobre el lomo de los turbulentos, inspiradores, e inmensos acantilados.

Para ser honesto, mi última gran aventura es simple. Montar un pequeño y florido huerto de magnolias y amapolas, para el plácido esparcimiento de abejorros y cigarras, de deslumbrantes mariposas, de armoniosos y coloridos colibríes, vigilado y resguardado celosamente, por amaestrados jabalíes.

Para desde allí, arrebatarle metáforas al viento, despojar al zumbido del eco, de sus asombrosas repeticiones, o mejor, quitarle prestado a las viajeras golondrinas, sus volátiles sonatas.

Luego, ya más puesto y liberado de tan insondable ensoñación, ir tras la afanosa búsqueda del resguardado y codiciado santo grial de la creación. Del frenesí y exaltación del alma.

Esa fascinante e impenetrable zona de sombra, de la que hablan los grandes eruditos, que se escapa de las majestuosas creaciones, literarias, pictóricas, escultóricas y musicales, que no se dejan ver, ni tocar, menos explicar, sino solamente sentir, contemplar, para que todos nos extasiamos, y elucubremos, hasta el fin de los tiempos, en una eterna diatriba existencial.

Desde mi gran, pequeña aventura, dilucido cuan infinita es la creación humana. Aunque en ocasiones, demasiado peligrosa, como en los prodigiosos hallazgos que llevaron a Galileo Galilei, a retar el supremo poder de la iglesia católica, y hacerla entender, que las verdades científicas, también son bendiciones de Dios.

¡Qué grande es la vida!, cuando nos permite, soñar y soñar, aspirar y aspirar, volar por el inmenso universo, tocar las estrellas y sentir de muy cerca el cálido sol, y con todo ello, hacer malabares, tejer nuestros propios sueños.

Luego de ese infinito viaje de los sueños, de ese rasante embeleco por el tortuoso y huidizo yo personal, despertar aún presa, de la fascinante ensoñación, y percatarnos, que hay que volver al maravilloso ensayo de la vida, de tener que empezar, cada día, cada momento, como si fuera el principio. Como si nada pasara.

ezzevil34@gmail.com

 

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