Mi madre empezaba a leer el periódico por las esquelas y jugaba a combinar los apellidos de los difuntos. Otros días, comenzaba por el final y miraba la programación de la televisión para saber lo que pondrían esa noche. Yo cogí la costumbre de pararme en las cartas a la directora, donde hay historias de las mejores, y luego voy a las páginas de deportes antes que a las demás. Tengo comprobado desde hace años que esas crónicas son de las que están mejor escritas, porque hacen ver que hablan de fútbol o de ciclismo o de baloncesto cuando en verdad están hablando de todo lo otro. De manera que esta Eurocopa es un festín de artículos, porque la Eurocopa no es un torneo de fútbol sino una idea de Europa. Eso no es que lo sepa Kylian Mbappé: es que lo sabe cualquiera.
Así, ha ocurrido que uno de los artículos más importantes que se han escrito sobre el torneo lo firmó un exfutbolista alemán que preside el comité organizador de este campeonato, Philipp Lahm, que unió el fútbol a la idea de democracia con frases como esta: “Los mejores jugadores suelen provenir de países donde la determinación y la libertad tienen mucho peso. El fútbol también tiene su parte de lucha de clases”. O: “No se puede negar que el fútbol es política”. O: “Un solo torneo no sanará el mundo. Pero el fútbol debe aportar lo que le corresponde para defender los logros de la democracia. El mundo será más feliz durante las próximas semanas, y puede que algo de eso se nos pegue”. Sucede con cada campeonato continental o del mundo que los efectos de una victoria se extienden más allá del campo.
En Alemania, una cadena de televisión se lanzó a preguntar a los espectadores si querían que su selección tuviera más jugadores blancos. Una quinta parte de los encuestados dijo que sí, y el seleccionador Julian Nagelsmann habló de sondeo aberrante. Tampoco hace falta ser Mbappé para notar que la Eurocopa se disputa poco después de unas elecciones que han configurado un nuevo mapa del reparto político en la Unión Europea, y que el debut de la selección de Ucrania, por ejemplo, fue seguido por miles de sus aficionados en el frente de batalla o bajo la amenaza de nuevos ataques en suelo europeo.
En mitad de la agitación del mundo, un futbolista convertido en icono manifestó su opinión de cara a las legislativas francesas. Hizo algo más concreto: emplazar a los jóvenes, que se informan sobre todo a través de las aplicaciones y de las redes sociales y entre los que se ha extendido el apoyo a los partidos ultras. Mucha gente ha reprochado a Mbappé, adalid de una selección diversa que encarna una idea de la integración, que se metiera en política; como si llevar un mundial a Qatar, por citar un caso, no tuviera un mensaje político que, por lo que fuera, no molestó tanto a quienes ahora se molestan mucho.