Lluís Bassets: Otro verano sin paz

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Termina otra primavera, la tercera ya, y nada han decidido las armas. Tras el fracaso inicial de Putin en la guerra relámpago y la recuperación por Ucrania de la mitad de los territorios perdidos, pocas cosas se han movido. Salvo unos mínimos avances rusos, gracias al desabastecimiento ucranio de armamento y munición, la línea de fuego lleva estabilizada casi dos años.

Al final hay siempre una mesa donde se sientan los enemigos. Y solo puede ser de capitulación o de negociación, cuando una de las dos partes o ambas a la vez han agotado las fuerzas militares y morales para seguir. La de Ucrania no tiene pinta de que vaya a resolverse exclusivamente a fuego y sangre, sino en el escenario más intrincado y vasto del mapamundi, donde Putin trenza alianzas antioccidentales, compra obuses y vende gas y petróleo.

Si el tiempo parece suspendido en el barro de las trincheras, en los vastos espacios internacionales está tasado por la cita del 5 de noviembre, cuando los ciudadanos de Estados Unidos decidirán si llevan a Donald Trump de nuevo a la Casa Blanca. Comprometido a terminar la guerra en 24 horas, es bien conocida su inquina hacia la OTAN y sus simpatías por los líderes autoritarios y sus aplastantes victorias electorales. Si se hace con la presidencia, Zelenski solo podrá confiar en los europeos para proseguir la guerra y evitar la capitulación. Está por ver que los 27 en solitario y una OTAN debilitada por una Casa Blanca trumpista hayan hecho todos los deberes entonces y basten para frenar a Putin.

No son los únicos comicios de valor estratégico. Aunque Putin no ha sacado rendimiento directo de las elecciones europeas, la convocatoria a las urnas en Francia ha abierto otra ventana de oportunidad para el Kremlin. La única potencia de la UE con arma nuclear y derecho de veto en el Consejo de Seguridad, también la más comprometida militarmente con Ucrania, se arriesga a contar a partir del 7 de julio con un Gobierno de afinidades putinistas. Sea cual sea el resultado, saldrá debilitado Emmanuel Macron, el más marcial y solidario con Zelenski de los líderes europeos.

Todo lo que contribuya a la derrota de Biden sirve a la estrategia de Putin. De ahí que la guerra de Ucrania esté engarzada con la de Gaza, como lo están los intereses de Putin y Netanyahu. Una Casa Blanca trumpista no tendrá remilgos con los palestinos. Cuantas más armas y munición reciba Israel, menos habrá para Ucrania. Si Putin está aislado, más lo está Netanyahu. Y más en evidencia la doble vara de medir de Washington, que facilita al llamado Sur Global su equidistancia respecto a Ucrania, su denuncia de Israel y su discreta pero rentable relación con Rusia. Todo perfecto para Putin. Como a Netanyahu, la paz no le interesa y le conviene una guerra larga, que se extienda al Líbano y más allá del verano, al menos hasta las elecciones en Estados Unidos.

 

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