El vacío de realidad puede ser la peor sombra. Psicológicamente alguien es asertivo en la medida que expresa su opinión de manera firme y con seguridad, respetando las ideas de los demás. En la práctica se traduce en el arte de lidiar con las personas generando la menor tensión posible y es un acto que socialmente se valora y se tiene en alta consideración. La esencia de ser asertivo puede verse como un intento de conciliación con las posturas de los demás, pero en muchos casos está relacionado con la capacidad de ceder con respecto a las cosas en las cuales creemos con la finalidad de encajar en el grupo al cual pertenecemos. Una sociedad permite que seamos asertivos en la medida que cultive y respete un mínimo de valores. En esos casos es posible ceder para avanzar. Pero si la sociedad no se vale de la democracia para construir un proyecto, simplemente está condenada a ser errática y generar sufrimiento.
Es mucho más sencillo y ligero apegarse a lo que opinen o piensen otros. Esa actitud inicialmente genera menos tensión porque se acepta la posibilidad de acoplarnos a la dirección que señale la manada sin cuestionar. La persona que hace intentos por pensar y generar su propia idea de las cosas corre el peligro de parecer una amenaza. De ahí que pensar por cuenta propia tiene sus riesgos y más esfuerzos debe realizar quien se atreve a hacer del conocimiento público sus ideas. Es más sencillo dejar de pensar y que el piloto automático de la inercia tome el rumbo de nuestras vidas.
Pensar, que a fin de cuentas lleva a cuestionar, tiende a generar escozor, incluso en el mundo académico. Con cierta recurrencia aparece alguna figura que se hace notar por sus ensañamientos contra las disciplinas humanísticas o a las que invitan al pensamiento crítico como manera de entender el mundo. Es más fácil cuestionar el pensamiento que a los problemas que se generan desde las diferentes instancias en donde se decide el futuro de los demás.
En ocasiones, como bien señalaba el legendario Rector de Salamanca “callarse es una forma de mentir” y quien en un alarde de habilidad social calla ante una situación inaceptable, está siendo cómplice o acompañando a personas con las cuales no comparte puntos de vista desde la esencia de lo valorativo. De ahí que, en muchas ocasiones, quien no piensa o no dice lo que piensa para no meterse en problemas se está metiendo en un lío incluso mayor cuando esa conflictividad con la cual no se quiso enfrentar, le afecte directamente su vida personal. En democracia, afortunadamente el voto resuelve estas cosas y donde no existe o no vale el voto, las sociedades están condenadas a autodestruirse.
Una de las cosas más interesantes de lo contemporáneo y paradójicamente es un tema que por obvio parece insulso es el resurgimiento de las ideologías y su intento de posicionamiento sobre la realidad. Parecía un asunto ya superado por cuanto uno podría pensar que la humanidad aprende de acuerdo con las experiencias vividas, pero por lo que parece, más vale aquello que conocemos y no queremos controvertir. Incluso podemos terminar creyendo que es mejor dejar de pensar. Las “nuevas” matrices de ideas de la contemporaneidad se terminan convirtiendo en “nuevas ideologías” que a su vez terminan siendo tan falsas y fallidas como las de siempre.
De estas consideraciones parte esa especie de premiación a quien se amolda a lo que le dicta el entorno y no se atreve a cuestionar asuntos obvios para no meterse en problemas. A comienzos del siglo XXI se planteó la ilusión de perseguir un sueño en el país de donde vengo. Los creadores de ese intento de soñar trataron de que la realidad calzara con las ideas y pasó lo que siempre ha ocurrido en el curso de la civilización. El lugar de donde vengo se fue a un despeñadero de antología y la necesidad de no pensar no sólo se volvió lo predominante, sino que terminó por minimizar cualquier intento de ser asertivo. Un cuarto de siglo fallido se enfrenta a una nueva encrucijada y los resultados están por verse. Es la eterna historia repetida de tratar de calzar un ideario con lo real. Los sistemas democráticos abrazan la idea de que se puede disentir en cualquier circunstancia y la opinión no puede ser considerada un delito. Todo sistema que se aleje de la esencia de lo democrático está destinado a distorsionarse y volverse patibularia tarde o temprano contra el hombre de bien. La realidad malsana no puede revertirse por decreto y tratar de hacerlo es escandalosamente cruel.
En términos sociales, los sistemas democráticos son asumidos como modelos que respetan los valores de convivencia. Las formas de proceder más retorcidas aparecen cuando se implanta el vacío de realidad. Creo que el lugar de donde vengo cayó en ese acantilado y resolverlo ha sido y sigue siendo un imperativo categórico.
Filósofo, psiquiatra y escritor venezolano – alirioperezlopresti@gmail.com – @perezlopresti