Clodovaldo Hernández: ¿Qué ventajas ha perdido la derecha respecto a elecciones pasadas? II

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¿Cuáles eran los puntos más fuertes de la oposición en el pasado que ya no lo son tanto? En la primera entrega de esta serie de artículos, hablamos de la hegemonía mediática, el apoyo de la casi totalidad del empresariado, la disociación de la clase media y la existencia de unidad en la propuesta electoral. Pero hay más. Sigamos revisando.

Conflictividad social extrema

El primero de todos esos otros puntos fuertes es aquel al que el sector radical de la derecha apostó casi todas sus fichas a partir de 2014: la extrema conflictividad social.

Los partidos del ala pirómana trabajaron en esto, siguiendo los libretos de la CIA y de los ideólogos estadounidenses del golpe suave y las revoluciones de colores. Fue un ataque múltiple: guerra económica, disturbios callejeros, sabotaje a servicios públicos y campañas de descalificación personal contra el presidente Maduro y otros líderes chavistas.

El ambiente de violencia, odio e intolerancia creado debió conducir al país a las puertas de una guerra civil y, de esa manera, a justificar un derrocamiento del gobierno, ya sea por militares proimperialistas o por una fuerza multinacional “de paz”. Estuvieron a punto de lograrlo.

Si ese clima estuviese vigente, es de presumir que el panorama electoral sería extremadamente favorable para la oposición. Pero esa situación ha cambiado en forma radical. Hoy en día predomina la paz social o, al menos, un estado de apaciguamiento colectivo que beneficia, en este orden, al gobierno y a los factores moderados de la oposición.

El propósito inicial de la estrategia de conflictividad social extrema fue que esta apareciese vinculada negativamente al gobierno. De esa manera, la oposición podría mercadearse como la alternativa pacificadora o la portadora de los valores hobbesianos del orden y la seguridad. En la actualidad, ocurre lo contrario: el ambiente de disputa permanente está más asociado al sector opositor de la Plataforma Unitaria y, en especial a la dirigente inhabilitada María Corina Machado.

Sobre todo, la experiencia de los cuatro meses de disturbios foquistas de 2017 dejó una gran cantidad de cicatrices en la sociedad venezolana, incluso en el segmento del antichavismo más radical, porque sufrió en carne propia los desmanes cotidianos de los guarimberos.

Amplio apoyo internacional

Entre las ventajas perdidas de la oposición, cuando se le compara con ella misma en el pasado, ocupa un vasto espacio el elemento del apoyo internacional.

Aunque la política contrarrevolucionaria de Estados Unidos es de consenso bipartidista, es un hecho que Donald Trump fue quien asumió la estrategia llamada “de máxima presión” que incluyó el bloqueo, innumerables medidas coercitivas unilaterales, robo de empresas, activos y depósitos y una acción agresiva de política exterior a cargo de genocidas en serie, como Elliott Abrams y John Bolton y de diplomáticos injerencistas como Mike Pompeo y James Story.

En el escenario latinoamericano, la oposición de derecha contaba con Iván Duque y Jair Bolsonaro en los flancos fronterizos estratégicos de Colombia y Brasil y con los otros integrantes del Grupo de Lima: Perú, Ecuador, Guyana, México, Chile, Argentina, Paraguay, Panamá, Costa Rica, Guatemala, Honduras (antes de la victoria de m Xiomara Zelaya), Bolivia (durante el gobierno de facto de Jeanine Áñez), Haití y Santa Lucía.

También tuvo la oposición venezolana un apoyo claro de la Unión Europea y la constante intromisión de la Organización de Estados Americanos, cuyo secretario general, Luis Almagro, es enemigo jurado de la Revolución Bolivariana.

En la actual coyuntura política, Estados Unidos sigue siendo el aliado fundamental y, en muchos aspectos, el jefe de la oposición venezolana, pero con los bemoles propios de los gobiernos del Partido Demócrata y bajo las condiciones de un imperio en declive, envuelto en conflictos de mayor peso, como la guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza.

En cuanto al vecindario, el Grupo de Lima naufragó por su propio peso. Los mandatarios de derecha y ultraderecha cayeron derrotados por opciones más progresistas o neutrales ante el asunto de Venezuela. Fue un mecanismo diplomático diseñado por Washington para derrocar al Gobierno en Venezuela, pero donde hubo cambios fue en los países promotores. El emblema de este tiro por la culata es la nación sede, Perú, donde actualmente gobierna, con total impunidad, una dictadora impuesta por las camarillas políticas derrotadas en las urnas, mientras el presidente legítimo está preso.

El descalabro del Grupo de Lima es compartido por la OEA de Almagro, que ha llevado de nuevo a este organismo internacional a los tiempos en los que, con gran acierto, fue calificado como el ministerio de colonias de Estados Unidos.

Mayoría parlamentaria

Si hablamos de ventajas perdidas, en este caso es más preciso decir que fue dilapidada. La contundente victoria electoral opositora de diciembre de 2015 parecía ser el preludio de un triunfo igual en las presidenciales de 2018, pero toda la dirigencia —moderados y pirómanos por igual— incurrió la impaciencia, un pecado capital en la política. Se embriagaron con el éxito y pretendieron transformar ese logro en un atajo para sacar del poder al presidente Maduro en 2016.

De resultas, generaron un clima de conflicto político permanente, una constante confrontación con el Poder Ejecutivo, que obligó a recurrentes intervenciones del Tribunal Supremo de Justicia. La insostenibilidad de esta pugna llevó a la Sala Constitucional a declarar a la Asamblea Nacional en situación de desacato.

La cuota de poder de la oposición en la estructura del Estado venezolano terminó convertida en una plataforma para el robo al patrimonio público y la agresión contra la población toda, incluyendo la radicalmente opositora.

En el cuarto año del período de cinco, bajo la presidencia del partido ultraderechista Voluntad Popular, se orquestó la farsa del gobierno interino que permitió a Estados Unidos hincar sus garras sobre la petrolera Citgo, las cuentas bancarias y demás activos de la República en ese país y en otros que participaron de la movida.

El despilfarro de la mayoría parlamentaria se hizo muy evidente en enero de 2020, cuando debía elegirse la directiva para el último período de sesiones del lustro.

La estrategia de las cúpulas del llamado G-4 (Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular), dirigida por Estados Unidos, era mantener en la presidencia de la AN a Juan Guaidó, para extender su supuesto interinato. Pero las fechorías cometidas en el breve lapso de un año fueron de tal magnitud que una parte de los diputados de esos mismos partidos se rebeló contra la decisión de los cogollos.

Hecha trizas la unidad victoriosa de 2015, el G-4 ni siquiera quiso participar en las elecciones legislativas de 2020, permitiendo así que el gobierno recuperara la mayoría parlamentaria. Como arbitraria respuesta al nuevo cuadro político, han pretendido, hasta ahora, mantener en vigencia la AN anterior y ese ha sido el mecanismo para seguir disponiendo de manera espuria de los fondos provenientes de cuentas incautadas y empresas confiscadas en el exterior.

Peor momento de la crisis migratoria

Por la lógica perversa de la política, el peor momento de la crisis migratoria venezolana fue el mejor para que la oposición sacara provecho de un fenómeno que ella misma estimuló. Centenares de miles de personas saliendo del país, la mayoría de ellas hacia destinos inciertos, permitieron generar un clima de desesperanza y tristeza en el seno de casi todas las familias venezolanas.

El tiempo ideal para explotar políticamente la ola migratoria fueron los años finales de la década pasada, pero varios hechos empezaron a cambiar la percepción del problema. La campaña que realiza la dirigente inhabilitada Machado para el candidato-tapa, Edmundo González Urrutia, procura explotar emocionalmente la separación familiar causada por el éxodo. Pero ya el tema no tiene la misma fuerza que llegó a tener hace algunos años.

Los líderes opositores son responsables, de nuevo, de este declive, pues algunos de ellos han sido figuras de las campañas de xenofobia contra los migrantes venezolanos en varios países. Julio Borges los calificó de “enfermedad contagiosa” y otros voceros han intentado establecer la matriz de opinión de que el gobierno de Venezuela se ha dedicado a exportar delincuentes comunes hacia Estados Unidos.

Por otro lado, en los años transcurridos desde el punto más alto de la avalancha, muchos de los migrantes han podido constatar que no todo lo que brilla es oro en esos otros países que les fueron vendidos como tierras de muchas oportunidades. Una parte de la migración ha retornado con la sensación de haber sido víctima de un gran engaño, mientras otros permanecen en el exterior en medio de grandes dificultades.

Autoridad para denunciar la corrupción

Una de las ventajas naturales de estar en la oposición es tener el monopolio de las denuncias de casos de corrupción del gobierno en ejercicio. Pero ese no es el escenario actual.

Como consecuencia de la maniobra del interinato, en Venezuela se ha dado el cuadro inédito de un sector político que ha efectuado milmillonarios desfalcos contra el Estado, sin necesidad de haber llegado al verdadero poder Ejecutivo.

Estamos frente a una oposición que tiene severas limitaciones para denunciar la corrupción del gobierno bolivariano, a pesar de la existencia de escándalos muy notables. No puede hacerlo porque carece de autoridad moral para ello, debido a los procaces niveles de corrupción en sus propias filas.

Cuando el tema se debate, el gobierno del presidente Maduro al menos puede izar la bandera de la Operación Caiga quien caiga, que comenzó en 2023 y ha metido tras las rejas a ministros, diputados, directivos de organismos públicos y empresarios. En tanto, la oposición no ha tomado medida alguna contra sus dirigentes ladrones. Por lo contrario, esas personas están participando activamente en la campaña electoral o llevando vida de ricos y famosos en grandes ciudades fuera del país.

[En la siguiente entrega enfocaremos los elementos que han cambiado, a favor y en contra, para el gobierno, cuando se compara la actual coyuntura con los anteriores momentos electorales].

 

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