Julio Castellanos: El político y el activista por los DD.HH.

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Es claro que quién se dedica a la política, bien dentro de los partidos políticos, bien desde la lucha sindical o gremial o bien desde el liderazgo comunitario, asume una disciplina y una autoexigencia muy concreta porque la meta, se asuma o no, es influir sobre la toma de decisiones, alcanzar y mantener el poder. En esa inacabable lucha, nos encontramos como Ulises en aquel episodio de la Odisea en la que se amarra a su barco para evitar sucumbir ante el canto de las sirenas. La razón debe ser más poderosa que las tentaciones y emociones, de otro modo, perdemos el rumbo y naufragamos.

Antes de 1948, los liderazgos de todo tiempo y lugar a escala planetaria se dejaron arrastrar sin remedio por el misticismo, por la ignorancia, por el racismo, por los prejuicios, la ambición y la irracionalidad. Con contadas y gloriosas excepciones, el hombre político no encontró amarras ni a su mástil, ni al timón y se dejó conducir por el canto de las sirenas. El resultado: el crimen, la guerra y el genocidio. Los hombres tuvieron que ver muy de cerca el exterminio, con dos letales guerras mundiales, para decidir, al menos, encontrar amarres adecuados: el multilateralismo y la declaración universal de los derechos humanos.

Este año se celebrarán los 76 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los cantos de sirena siguen fuertes: la agresión rusa, el ascenso al poder de populistas y demagogos, el terrorismo, la desinformación, los prejuicios, el racismo, el sexismo, la discriminación y el fanatismo religioso amenazan con soltar nuestras débiles amarras al timón. La democracia no es compatible con el desconocimiento de los derechos humanos pero cada vez crecen los discursos de odio que apuntan a que los derechos fundamentales deben echarse a un lado a razón de, supuestamente, luchar contra el crimen y, en realidad, contra todo aquel que sea o parezca el enemigo (el extranjero, el pobre, el diferente o el inferior).

Es por eso que hoy en día, en Venezuela y en el resto del mundo, se necesitan políticos que hagan compatible su lucha con la del rol de activista por los derechos humanos. Con horror deben verse a aquellos dirigentes políticos que promuevan la discriminación por cualquier motivo, sean xenófobos, racistas, sexistas u homofóbicos, sobre ellos debe recaer un cordón sanitario en la que todos los demócratas nos sumemos para aislar a los extremismos de todo pelaje y evitar su corrosiva influencia. No basta con no ser racistas, hay que ser anti racistas, no basta con no ser machista, hay que promover la igualdad y el fin del patriarcado, no basta con ser ocasionalmente caritativo, hay que luchar contra las asimetrías absurdas entre la opulencia y la miseria, no basta con declararse en favor de la paz, hay que luchar por ella bajo las reglas de las Naciones Unidas y anular las amenazas contra el orden internacional. Y, por supuesto, no basta con pedir al creador que caiga del cielo la democracia, hay que provocarla con el voto, con la participación, con la movilización y enfrentar cotidianamente a la dictadura donde se asome. Hay que amarrarse sólidamente a los derechos humanos porque el riesgo global y nacional de naufragio es real, muy real.

jcclozada@gmail.com – @rockypolitica

 

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