José Luis Sastre: Qué importa el amor si está la ira

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Algunas palabras parecen proscritas de las crónicas más serias, como si con ellas solo pudieran contarse lo banal y lo accesorio; o sea, lo que de verdad importa. Sucede con el amor, por ejemplo, que no suele citarse en las páginas de información política o económica porque qué va a decirnos el amor sobre la vida si tenemos a mano el PIB o la cotización del Ibex-35.

Hemos normalizado que el mundo pueda entenderse si se habla del odio y de la ira y del resentimiento y de un reguero de emociones siempre que sean emociones negativas, pero si probáramos a preguntarnos por el amor o la empatía nos llamarían cursis y cosas peores, como ñoños, que suena mal pese a llevar dos eñes.

Lo mismo le pasa a la solidaridad, que se ha vuelto sospechosa y, a este ritmo, quién sabe lo que acabará ocurriendo con el amor. A nadie le extraña, en cambio, que los análisis más finos y rigurosos se refieran a la ira o a la venganza porque esas son las fuerzas que mueven el mundo si no lo moviera el dinero. Así nos hemos quedado: sin romanticismos ni metáforas, todo es tal cual como parece.

De ahí que fuera tan raro que, el domingo pasado, la palabra en cuestión apareciera en dos artículos que publicó este periódico en sus secciones de Internacional y de Opinión con apenas unas páginas de diferencia. Al tratar la memoria histórica, la escritora Aroa Moreno calificó las exhumaciones de las víctimas de la Guerra Civil como “un acto de amor”, recuperando la expresión de Esther López Barceló. Un poco antes, Thomas L. Friedman aconsejaba al equipo político de Joe Biden que tuviera con el actual presidente “la más dura de las conversaciones; una conversación de amor, claridad y determinación” para pedirle su retirada. Me llamó la atención, porque casi nadie habla del amor o la amistad como elementos que influyan en el debate público ni, menos aún, que propicien la retirada en una carrera presidencial.

El amor sigue explicando la condición humana y todavía es, junto al misterio, el material literario más valioso para las novelas; pero su desaparición de las crónicas políticas —tan entregadas al lenguaje emocional— quizá no se deba tanto a que los ciudadanos seamos más descreídos y menos ingenuos, sino a que está a punto de culminarse la sustitución de las ideas por el interés. Y claro: quién va a querer Shakespeare si tiene al Ibex-35.

Hasta la extraña coincidencia en el periódico de este domingo, la última vez que el tema se había colado con éxito en las portadas fue aquel día en que preguntaron a Corinna Larssen por los 65 millones de euros que le había transferido a su cuenta Juan Carlos I. Ella alegó que había sido un regalo “por gratitud y por amor”. Se olvida a veces lo cerca que quedan el amor y la venganza.

 

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